La cerámica es herramienta del arqueólogo: Andrés Santana Sandoval
En la entidad más pequeña del país, Tlaxcala, se han registrado más de 900 sitios arqueológicos de variadas dimensiones. La mayoría de las veces, los tiestos cerámicos esparcidos por el suelo sirven como testigos para determinar si hubo ocupación prehispánica, por ello son una de las principales herramientas de trabajo del arqueólogo.
Así lo comenta el especialista Andrés Santana Sandoval, quien advierte que sustraer estos materiales de su contexto volvería imposible contrastar datos que ayuden a reconstruir el devenir de los sitios.
El análisis de estos materiales permite determinar aspectos tecnológicos al precisar su tipo de cocción, bruñido y decoración, entre otras características, y establecer cronologías sobre el desarrollo de cierta región, la extensión de redes comerciales e incluso aspectos religiosos y de vida cotidiana, detalla el investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
Andrés Santana habla sobre el estudio denominado “La cerámica como documento”, el cual fue presentado en una conferencia que dictó el arqueólogo en el Centro INAH–Tlaxcala hace unos días.
El también responsable de la Ceramoteca del Centro INAH–Tlaxcala puso como ejemplo las figurillas femeninas provenientes de la zona arqueológica de Xochitécatl, donde se han encontrado varias de ellas con una oquedad en el vientre y, dentro, la representación de un niño. “Es un modo de expresar la maternidad y, por tanto, la fertilidad de la tierra”, explica.
“Del periodo posclásico tardío (1100–1519 d. C.) tenemos la excelente cerámica polícroma de Tlaxcala, muy semejante en su decoración a las representaciones que se encuentran en los murales de Ocotelulco y de Tizatlán, sitios históricos porque fue ahí donde se pactó la alianza hispano–tlaxcalteca”, detalla.
Además de su posición estratégica entre el área del Golfo y la Cuenca de México, la abundancia de recursos para la sobrevivencia del Valle de Puebla–Tlaxcala convirtió a esta región, desde periodos muy tempranos, en una zona transitada por diversos grupos humanos, por lo menos desde el final de la glaciación hace más de 10 mil años, de acuerdo con el hallazgo de una punta Clovis en la parte central del estado.
De manera que al ser un lugar propicio para vivir, la región Puebla–Tlaxcala fue espacio de constantes luchas por parte de grupos que deseaban hacerse de su control: primero los toltecas–chichimecas, los olmecas xicalancas (entre 800–1100 d. C.); y hacia el periodo posclásico, Cholula y Huejotzingo –como aliados de la Triple Alianza, conformada por los señoríos de la Cuenca de México: Tenochtitlan–Tlatelolco, Tlacopan y Texcoco– mantenían enfrentamientos con los tlaxcaltecas.
De esta etapa de los “tlaxcaltecas históricos” procede la cerámica polícroma propia de la región Puebla–Tlaxcala, “una cerámica tipo códice, que es del posclásico tardío.
“También tenemos materiales producto del comercio que este valle estableció con Oaxaca, la Costa del Golfo y la región central de Veracruz, e incluso del área maya, lo que tal vez explicaría el por qué de la semejanza entre las pinturas de Cacaxtla (640–800 d. C.) con las manifestaciones artísticas de esa región tan lejana”, comenta.
Andrés Santana se tituló con la tesis “Contribución para el establecimiento de una secuencia cerámica en Cacaxtla, Tlaxcala”. El análisis que ha hecho de ésta, así como de otros materiales, sumado a pruebas de carbono 14, lo llevó a proponer tras 25 años de trabajo que este antiguo centro ceremonial comenzó a edificarse hacia 300 a. C., por una “cultura paleo–olmeca”.
He ahí la importancia, advierte, de no sustraer materiales arqueológicos de su contexto original, pues de hacerlo haría imposible contrastar datos que ayuden a reconstruir el devenir de los sitios.
La Ceramoteca del INAH explica es un espacio en crecimiento y abierto a los especialistas. Buena parte de su colección se ha nutrido de los registros cerámicos realizados en el valle poblano–tlaxcalteca por una fundación alemana, y en cuyo proyecto participaron expertos de la talla de Guillermo Bonfil y Ángel García Cook; además de las excavaciones auspiciadas por el propio INAH en Tizatlán, Cacaxtla–Xochitécatl, Tecoaque y Los Cerritos, las cuatro zonas arqueológicas abiertas a la visita en esa entidad.
Cabe señalar que Andrés Santana también es especialista en la zona arqueológica de Cacaxtla, en la cual trabajó por más de 30 años. Producto de esta labor es el libro El Santuario de Cacaxtla, que fue presentado en el marco del 36 aniversario del descubrimiento de estas pirámides y de las cuales el antropólogo asienta que “cada día se descubre algo nuevo”.
“Se coincide en que la zona fue considerada un santuario, en donde se destacan las dualidades: hombre–mujer, día–noche, mientras que en las pinturas se puede observar a animales con una sola ceja de color azul, esto lo interpretamos como una unión de esas dualidades que les daba cierto poder a los personajes representados”, apunta.
Fuente: http://www.lajornadadeoriente.com.mx