Victoria García Jolly. Algarabía
Sin duda, uno de los nombres más sonados en el arte es el de Picasso. El pintor malagueño es referente de la vanguardia y nos lleva a un mundo pictórico distinto a cuanto ocurrió hasta la transición del siglo XIX al XX. Para ser concisos, cubismo y Picasso significan lo mismo. Esta idea se construyó con el tiempo y con la fama que acumuló durante su vida, que no fue corta. Como todos, Picasso empezó de cero y, como pocos, empezó de niño.
ser Picasso una de las figuras centrales del arte universal, a casi nadie escapan obras como Guernica (1937) o Las señoritas
de Avignon; otros, que han visitado sus exposiciones, tal vez recuerden sus esculturas, objetos, cerámicas, dibujos y grabados: un cúmulo de obras del infatigable pintor
español que a los 14 años pintaba como adulto —magistralmente— y a los 90 lo hacía con absoluta sencillez: «Me llevó cuatro años pintar como Rafael, pero me llevó toda una vida hacerlo como un niño». Es decir que, en cierto sentido, la historia de Picasso se desarrolló
a la inversa: comenzó por el final.
Hemos criado un monstruo
El pintor y profesor José Ruiz Blasco y María Picasso López fue la pareja que trajo al mundo a este genio al que llamaron Pablo Diego José Juan Nepomuceno Cipriano de la Santísima Trinidad María de los Remedios Ruiz Picasso (1881-1973), quien mamó arte en el seno familiar. Rodeado como estaba de intelectuales y creadores que frecuentaban a su padre, Picasso no quiso otra cosa en la vida que dedicarse a pintar. En 1893, a los 12 años, era alumno de la Escuela de Bellas Artes en la Coruña; sólo tres años después realizó una de sus primeras obras maestras: La primera comunión, en la que los miembros de su familia le sirven de modelos y la ocasión para manifestar que a su corta edad era capaz de comprender la psicología de los personajes y mostrar lo que sienten, acaso lo que piensan. Un año después pinta Ciencia y caridad, en la que una mujer agoniza al lado de un doctor —su padre fue el modelo— y una monja que lleva en brazos a un pequeño niño quien quedará huérfano en cualquier momento.
Estas pinturas y una gran cantidad de dibujos fueron suficientes para que José Ruiz se diera cuenta de que su hijo era diferente y que estaba destinado a algo grande como María vaticinó a su pequeño Edipo: «Cuando era un niño, mi madre me dijo, “Si te haces soldado, serás un general. Si te haces monje, terminarás siendo Papa.” En lugar de eso me hice pintor y me he convertido en Picasso».
En busca de escuelas que contribuyeran más al desarrollo del pintor la familia se trasladó de una ciudad a otra; en
esta etapa el pequeño Pablo estudió la obra de El Greco, de Goya y de Velázquez, cuyo efecto podemos ver manifiesto
en su obra, además, aprendió a la perfección la técnica y
las reglas clásicas que más tarde rompería con asombrosa genialidad. Nada le era suficiente, su apetito por devorar y asimilar todo lo que veía siempre fue insaciable. En el año
de 1900 visita París por primera vez con motivo de la Gran Exposición Universal: la deslumbrante Torre Eiffel, nuevecita, los pabellones Grand y Petit Palais, el Impresionismo, los carteles de Toulouse-Lautrec y el tesoro alojado en el Louvre de inmediato lo atraparon, entonces supo que era ahí donde tenía que estar, donde su obra sería lo que debía ser.
«Los grandes artistas no piden prestado, roban»
Ésta es una de esas frases típicas que Picasso no tenía empacho en pronunciar y ejecutar con la mayor frescura; él sabía qué hacer con todo lo que sus ojos miraban, cómo crear, cómo componer una imagen impactante e icónica. Poseía un finísimo instinto para saber de qué estilo y en qué momento dejarse influenciar, cómo transformar su obra y
en qué dirección. No sólo fue el trabajo de Toulouse-Lautrec, sino lo que vio en Van Gogh, Gauguin y, sobre todo, en el arte de Cézanne; lo que absorbió del Simbolismo y sus colores intensos salidos de los pinceles de Vlaminck, Rouault y Matisse que, a su vez, había creado un estilo propio con el que había contagiado a sus contemporáneos, es algo que se va a reflejar mucho más adelante en su obra.
Periodo azul
En 1901 Picasso instala su estudio en Montparnasse, en él pinta Niño con la paloma, cuya figura central muestra un contorno negro poco común en el pintor español, pero que deja en evidencia cómo su obra sistemáticamente se vuelve azul. La muerte por suicidio de su amigo Carlos Casagemas lo impresiona en la misma manera que su entorno bohemio, empobrecido y arrabalero, de tal suerte que el color azul se hizo un recurso con el cual mostrar el patetismo y el clima fatídico que encuentra en sus nuevos personajes: parias, mendigos, ancianos, alcohólicos y mujeres enfermas que Picasso conoce al frecuentar un hospital para sifilíticos; con ello su obra adquiere un carácter triste y revela un cierto miedo mórbido.
Bajo la paleta azul subyacen libertad sobre el realismo aburrido, alguna reminiscencia de El Greco y una atmósfera perenne de «ausencia-presencia, de mágica suspensión» como señala el crítico de arte Renato Barilli. Se trata de retratos psicológicos en los que Picasso se abstiene de pintar lo que ve para plasmar lo que siente. Un ejemplo de ello son los autorretratos de esos años, donde se muestra consciente de quién es y qué busca. El periodo azul culminó en la primavera de 1904.
Periodo rosa
Para Picasso la llegada de los circos itinerantes con sus extraños personajes y sus ruidosos desfiles se convirtieron en renovada temática: los acróbatas, saltimbanquis, jinetes
y arlequines afectan, además, la paleta de color —con predominio del rosa y toques azules—, con la que entra en lo que se conoce como periodo rosa. Aunque conserva el mismo propósito de idealizar la escena como en el periodo anterior, ahora busca reflejar tanto el pensamiento contemporáneo como las nuevas ideas estéticas y crear una atmósfera casi teatral, ficticia. El Greco y su alargamiento desaparecen.
En cambio, se percibe la influencia de Ingres que conoce
en el Louvre: se transforman la composición, las posturas
y el manejo armónico del color. En general, su temática circense suele verse como burda y obvia; sin embargo, se celebra que durante este periodo Picasso se entregara a la plástica y al intenso trabajo de dibujo todavía académicoy portentoso. Años más tarde, el compositor Erik Satie creará en 1917 su ballet Parade, que es un retrato sonoro de cómo dichos personajes van abriéndose paso en las calles parisinas anunciando su llegada; la música estridente complementada con los ruidos de la ciudad, como una máquina de escribir, dibujan con sonidos lo mismo que Picasso hizo para la escenografía y el vestuario que estuvo a su cargo.
«Siempre estoy haciendo cosas que no sé hacer, de manera que tengo que aprender cómo hacerlo»
Hacia el final de este periodo, el Retrato de Gertrude Stein, realizado en la primavera de 1906, además de mostrar
el refinamiento técnico logrado por el artista, captura la severidad y fuerte personalidad de su amiga quien, de todos los atributos del pintor, lo que más apreciaba eran las chispas que desde sus ojos anunciaban su genialidad.
Hacia el cubismo y más allá
Si se mira todo el legado de Picasso —más de 15 mil cuadros y 660 esculturas, dibujos, grabados, piezas de cerámica y proyectos especiales— podemos constatar que amalgamaba todo lo conocido con todo lo nuevo, que no permanecía mucho tiempo haciendo lo mismo y que su trabajo mudaba de intereses con frecuencia. Sin embargo, el cubismo sería la piedra angular de su trabajo, su propio paradigma.
Picasso, como muchos de sus contemporáneos, quedó extasiado ante la obra de Cézanne expuesta de manera retrospectiva en 1906, año de su muerte. Además, el contenido de una carta que el maestro dirigió a un
joven pintor fue divulgado y llegó a los ojos de Picasso y
sus contemporáneos; en ella aconsejaba contemplar la naturaleza traduciéndola en cubos, conos y cilindros. Esta idea a la postre será el planteamiento que George Braque y Picasso aplican de manera literal: «Hace tiempo que hemos renunciado a representar las cosas tal como aparecen ante nuestros ojos. [...] No queremos fijar sobre la tela la impresión imaginaria de un instante, [...] nuestro verdadero fin es construir antes que copiar algo. [...] En adelante, un número creciente de artistas dio por supuesto que lo que importaba en el arte era hallar nuevas soluciones a los problemas de la forma. Para ellos, la forma siempre se presenta primero, el tema después».
Si a esto le sumamos que hacia 1907, gracias a su relación con Matisse, Pablo conoce el arte africano y sus formas primitivas en una pieza tallada en madera, y que además su dibujo se sumerge en nuevas formas etnográficas, el resultado provoca en Picasso una aproximación escultural a las figuras que
no se alcanzan a desprender del realismo. En La dríada el dibujo, a pesar de sus trazos reales y cierta geometrización, es orgánico y no mecánico, además, es posible percibir la influencia de Cézanne. Las señoritas de Avignon, que son un hito en su obra, son producto de esta búsqueda en la que logra equilibrar la apariencia externa de las figuras y su estructura interna, y ser percibidas de la misma manera:
con el intelecto y con los sentidos.
Pero Picasso de inmediato pone en práctica las teorías del divisionismo que buscaban segmentar la figura y retomarla en distintos momentos, pero reunidos en una sola forma.
El resultado fue la invención de una nueva técnica en la que el objeto original se fragmenta y se reconstruye de manera alternativa, provocando en el espectador la inquietud por «descubrir ese objeto escondido»; para lo cual recurría a objetos perfectamente identificables como violines, guitarras, mesilla, etcétera. A esto se le denominó cubismo analítico, técnica con que pinta Mujer en un diván, una de las primeras obras netamente abstractas, en la que las «pistas» han desaparecido.
Chagall y Picasso
Marc Chagall (1887-1985), el gran pintor ruso de personalidad modesta
y reservada, solía tener sus opiniones y convicciones. Devoto de sí mismo, se hizo de numerosas enemistades en el mundo del arte a lo largo de
sus 98 años de vida: Malevich, Lizsisky, Cendrars, Miró, Mané-Katz, entre otros, fueron blanco de sus rencores. Pero fue Picasso con quien pasó por varios episodios que lo hicieron detestable para el ruso.
Hacia 1911 Chagall, que residía en París desde hacía un año, escuchó hablar de Picasso, quien tenía fama en el medio por ser una especie
de bully cubista producto de su gran ego. Finalmente, Marc conoció a Picasso en 1923, pero no fue sino hasta 1948 en la Costa Azul francesa que se volvieron a ver. Picasso vivía en Vallauris, y su primer encuentro fue una mera casualidad, que le dio oportunidad al español para «burlarse» de Chagall: «¿Me pregunta, amigo, que cómo conseguí gasolina si está racionada? Fácil, hay océanos de gasolina para quienes pueden pagarla».
Nuevamente, la casualidad acercó a estos dos a otro desastroso encuentro ocurrido en los talleres de cerámica Madoura donde ambos trabajaban; se cuenta que Chagall dejó una pieza inacabada y Picasso se tomó la libertad de terminarla, en su lugar, imitando su estilo. Cuando Chagall la vio no dijo nada, sencillamente jamás regresó al taller.
Un año más tarde, Ida, la hija de Chagall, organizó una cena para tratar de suavizar la relación entre los dos pintores, dada la proximidad con la que vivían, pero salió peor. Picasso, quien estaba de mal humor, en un tono mordaz conminaba a Chagall a regresar a Rusia: «Usted que viaja tanto ¿cómo es que no ha vuelto a su Patria después de la guerra?», Chagall en un tono no menos incisivo respondió: «Tal vez vaya después de usted, mi querido amigo, tengo entendido que allá es muy apreciado, no así su pintura», y Picasso siguió: «Veo que para usted es sólo cuestión de negocios, vaya, le vendría bien hacerse de una pequeña fortuna». Jamás volvieron a verse.
Meses más tarde Chagall se encontró con Françoise, en ese tiempo la exmujer de Picasso, y como no se había olvidado de aquel sangriento encuentro, Chagall concluyó: «Este Picasso es un genio, ¡qué pena que no pinte!».
«El futuro del arte se encuentra en la cara
de una mujer... Picasso, ¿cómo se hace el amor con un cubo?»