Desde cualquier rumbo que nos conduzca al rancho San Bartolomé del Monte, los magueyes dominan el panorama, como filas de un ejército que resguarda uno de los últimos bastiones de la bebida sagrada de nuestros antepasados prehispánicos: el pulque.
MÉXICO DESCONOCIDO
Desde cualquier rumbo que nos conduzca al rancho San Bartolomé del Monte, los magueyes dominan el panorama, como filas de un ejército que resguarda uno de los últimos bastiones de la bebida sagrada de nuestros antepasados prehispánicos: el pulque.
Durante siglos ha sido una de las más grandes y poderosas haciendas de la región; desde 1660 ya era conocida como propiedad del señor Melchor Urbano. En las centurias subsecuentes habría de crecer hasta alcanzar una extensión de 12 500 ha, cifra extraordinaria se la comparamos con las 60 que comprende el rancho actual, aunque incluso esta superficie es bastante respetable.
Entre los múltiples dueños que ha tenido la hacienda sobresalen personalidades como el coronel Montaño, quien durante la Guerra de Independencia se sumó a las filas insurgentes hasta caer abatido, en 1811, en el paraje Tortolitas, cercano a Calpulalpan.
Otro personaje de gran carisma fue don Manuel Fernández del Castillo y Mier, quien la poseyó durante el porfiriato. A éste se debe la remodelación arquitectónica del casco, que bien pudo apreciarse hasta nuestros días. Para dicho trabajo contrató los servicios del arquitecto Antonio Rivas Mercado, y éste incorporó los elementos neoclásicos y afrancesados que dan realce a la construcción: los remates sobre los vanos de cada balcón y los mascarones de la fuente con la imagen de Poseidón, dios de los mares. Entre los detalles que merecen ser resultados por su originalidad están los jarrones con forma de piña de agave sobre una parte de la fachada. Mandó fabricar a Europa la reja de hierro forjado del frente, tomando como modelo la del Castillo de Miramar, en Austria, donde vivió Maximiliano de Habsburgo. Tan pesadas son las puertas que necesitan riel y rueda para ser desplazadas. También diseñó los jardines de la explanada con sus pórticos, entonces coronados por leones de yeso, los cuales tuvieron que sustituirse por esculturas de cantera, pues durante la época de la Revolución no faltó quien deseara practicar con ellos el tiro al blanco. Uno de los pórticos tiene, junto al sencillo león que suplió al de yeso, la imagen del símbolo patrio; en el otro las efigies de Zapata y Juárez flanquean la escultura.
Tal vez la época de mayor esplendor de la hacienda fue cuando perteneció a don Manuel Fernández del Castillo. Entonces se inauguró el ferrocarril México-Veracruz y sus ramales, los que por razones geográficas tenían que pasar por los Llanos de Apan, después de bordear el norte la Sierra de Calpulalpan. La capacidad del transporte y la velocidad de los convoyes, que superaban en mucho a las caravanas de carretas tiradas por mulas, incentivó la economía de las haciendas. La producción no sólo de pulque, sino de cereales propios de clima frío, se incrementó de manera sustancial; de igual forma, la explotación de los bosques. Muchos hacendados construyeron vías estrechas desde sus aserraderos y trojes hasta las grandes líneas del ferrocarril.
Este propietario también fue un gran aficionado a la fiesta brava y con los recursos que le aportó la hacienda construyó, en 1905, la Plaza de Toros de Calpulalpan, y dos años después el Toreo de la Condesa, en la ciudad de México. Se dedicó a la cría de animales de lidia en terrenos del rancho.
El traslado de los toros bravos era toda una aventura, pues eran conducidos por las llanuras con la guía de caporales y cabestros. A la gente de los pueblos se les informaba que venía ganado bravo para que se mantuviera dentro de sus casas. La travesía se realizaba por las noches, lo mismo que la entrada a la capital.
El desmedido derroche de recursos provocó a la larga problemas financieros a don Manuel, quien tuvo que vender la hacienda, a principios de siglo, a don Ignacio Torres Adalid. Las 12 500 ha de San Bartolomé del Monte tenían, en aquella época, un valor catastral de 280 mil pesos.
Torres Adalid era entonces uno de los capitalistas más poderosos del país, dueño también de la hacienda San Antonio Ometusco, al norte de Calpulalpan. Con la adquisición de San Bartolomé del Monte, prácticamente se convirtió en la figura fundamental de la región. Modernizó la maquinaria de producción y construyó el ferrocarril Decauville impulsado por una locomotora de vapor.
Tal bonanza se vio interrumpida en 1910, cuando los revolucionarios iniciaron la ocupación de las haciendas, el cobro de impuestos de guerra y la ejecución de los hacendados vinculados al régimen de Porfirio Díaz. Torres Adalid se refugió en Cuba, donde permaneció hasta su muerte en 1915.
La Revolución inició el desmoronamiento del sistema de haciendas, si bien esa transformación no fue tan abrupta en Tlaxcala como en Morelos. Muchos pueblos reclamaron entonces las tierras usurpadas desde los siglosxviyxvii; los cascos fueron abandonados o destruidos y un alto porcentaje de propiedades cambió de dueño.
El casco de San Bartolomé del Monte permaneció semiabandonado durante largo tiempo. Don Ricardo del Razo compró la propiedad a doña Eva Sámano de López Mateos en 1964 y desde entonces la ha venido restaurando. No se observa una remodelación impecable, tal como ha sucedido con otras haciendas convertidas en hoteles o casas de campo, pero sí orden y limpieza. Los cambios al inmueble han sido mínimos y en ningún caso se han modificado partes sustanciales. Incluso ciertos detalles, como jarrones rotos en las fachadas o vegetación en los resquicios de la torre de la iglesia, le otorgan un atractivo especial, pues dan fe del paso del tiempo y de la presencia humana.
Tal vez el mérito mayor del actual propietario sea mantener el rancho San Bartolomé del Monte como productor de pulque, continuando así una tradición de siglos.
EL MAGUEY Y LA FABRICACIÓN DEL PULQUE
En San Bartolomé del Monte se practica el proceso ancestral de extracción del pulque. Todos los días, mañana y tarde, los tlalchiqueros recorren las magueyeras con su burrito y sus castañas para extraer el aguamiel que después entregan en el tinacal. Hasta los burritos ya conocen la ruta y se detienen allí donde el tlalchiquero raspa el mezontete y lo succiona mediante una técnica al vacío similar a la empleada para sacar gasolina de un tanque. El aguamiel fluye hacia el acocote y después el tlalchiquero la vierte en las castañas y la tapa con una hoja de maguey doblada.
En esta hacienda también existe un enorme vivero de magueyes situado al oriente del casco y junto al descomunal aljibe, ahora en desuso. Allí se siembran los “mecuates”, hijuelos que produce la raíz del maguey, y se dejan madurar hasta alcanzar un tamaño adecuado (más o menos una vara de alto). Entonces se trasplantan al sitio donde habrán de vivir hasta los 7 u 8 años, cuando se castran, antes de que nazcan el quiote.
El esfuerzo por mantener viva esta tradición y por rescatar el maguey, el “árbol de las maravillas”, se complementa con la incipiente industria de la destilación del pulque, promovida por varias empresas de Tlaxcala, así como su envasado en aluminio.
Se ha logrado un producto de gran calidad que se puede conservar durante años sin que presente el mínimo grado de descomposición.
SI USTED VA AL RANCHO SAN BARTOLOMÉ DEL MONTE
Nos encontramos en el extremo poniente de Tlaxcala, en el tramo de la carretera núm. 136 que va de Apizaco a Texcoco, 3 km al sur de Calpulalpan.
Hacia el norte y el oriente se extiende el frío y seco territorio de los Llanos de Apan, compartido por Hidalgo, Tlaxcala y el Estado de México. Al poniente y suroeste se localiza la Sierra de Calpulalpan, ramificación de la Sierra Nevada; su altura promedio es de 300 msnm y sus cimas mayores (Popocatépetl, Iztaccíhuatl, Telapón y Tláloc) no son visibles desde aquí debido a un cerro que se nos interpone en dirección sur.