El escritor regiomontano Antonio Ramos Revillas asegura que la literatura está hecha “de personajes que pierden o buscan algo que no tienen”
JUAN CARLOS TALAVERA. EXCELSIOR. CIUDAD DE MÉXICO
Antonio Ramos Revillas. También es promotor de la lectura. Foto: Cortesía Conaculta
“La literatura no está hecha de historias felices, sino de personajes que pierden o buscan algo que no tienen”, dice Antonio Ramos Revillas (Monterrey, 1977) autor de Los últimos hijos, su reciente novela, donde convoca el tema de la paternidad frustrada, la inteligencia artificial y la violencia que corroe las venas de la sociedad mexicana.
“A pesar de todo, pienso que no hay ni una línea escrita sobre nuestra sociedad porque es tan compleja que la vemos como un crisol de ideologías, pero entre todos vamos creando un entramado de frustraciones, deseos y perversiones que, en realidad, son deseos llevados al límite, que sirven como materia para mi literatura”, explica el también promotor de la lectura y ganador del Premio de Cuento Joven Julio Torri 2005.
Esto ha hecho que ningún libro defina la sociedad en su amplio espectro y por eso la literatura se ha convertido en un conjunto de selecciones y fragmentos de la realidad, asegura, esas lupas de bolsillo que nos acercan un poco más algo de esa realidad donde los hijos son sustituidos por animales y personas enamoradas de la tecnología, sin evitar el flanco de la violencia que nos mantiene alerta.
Así que en este libro el autor explora esas familias donde los hijos son sustituidos por objetos, cosas o mascotas. “Recordemos que hace algunos años nació el concepto del “perrijo”. “Pero cuando lo leí sentí un escalofrío de sólo imaginar el proceso mental de no querer un hijo pero sí a un perro al que adaptan como hijo”.
En este caso, la narración explora la necesidad de esa reconstrucción de una familia, vista desde nuestra sociedad, donde el hijo es algo que podemos aplazar o sustituir. “Por lo que aquí hay un guiño a esa cultura urbana, pues no creo que en los espacios rurales o ciudades pequeñas se vea a las mascotas como hijos, donde simplemente son mascotas o animales
que andan por ahí”.
Otro aspecto que explora el libro es cómo la tecnología incursiona en una especie de inteligencia artificial cuando el ser humano tiene pérdidas. “Ahora con la tecnología se ha abierto la increíble manera de paliar la soledad. Por ejemplo, me acuerdo de una película donde un chico se enamora de su celular o de la voz que emite, mostrando que la tecnología nos va proveyendo de paliativos, tal como sucede con las redes sociales, donde tienes comunicación que en realidad no tienes”.
De forma paralela, la novela habla sobre un ambiente delictivo donde primero sucede un asalto y después el robo de un bebé. “En esta novela tampoco está ese tipo de violencia más íntima y cotidiana que vemos en los medios de comunicación, pero sí quise incluir personajes con rasgos violentos. De ahí que la chica embarazada, que roba a la familia, respeta el cuarto del bebé cuando entra con los ladrones, aunque más tarde padece el robo de su bebé”.
¿Por qué el desenlace de la novela se queda en la superficie de la tragedia?, se le pregunta al autor. “Siempre consideré que la historia no iba a terminar bien. En algún momento intenté hacer algunos cambios pero luego decidí no tener ese tipo de concesiones conmigo”.
¿Por qué pareciera que los personajes huyen todo tiempo? “Porque desde hace mucho me gusta el tema de la huida. Siempre me ha gustado la ruta del héroe y creo que tiene que ver con mis lecturas de las canciones de gesta, donde un personaje que vive ciertas aventuras, tiene que retirarse a recargar pilas. En este caso mis personajes se retiran a recargar la pila de la paternidad”.