Resulta por demás difícil determinar la génesis de la fiesta del Carnaval que precede a la Cuaresma, pues en ella convergen elementos paganos de la antigüedad griega y romana-identificados con las fiestas
dionisiacas, Kalendas, Saturnales y Lupercales en la que salían comparsas de hombres enmascarados que organizaban representaciones mímicas- a los que se agregan otro provenientes del cristianismo y su calendario litúrgico, además de vincularse a los ciclos agrícolas.
Más aún, trasladado a tierras americanas, particularmente al altiplano central mexicano, el Carnaval se ha enriquecido y definido con características propias aportadas por las culturas indígenas, como resulta evidente en el caso de Tlaxcala.
Etimología
Existen diversas interpretaciones sobre su significado. Una de las etimologías más difundidas, pero ambigua, afirma que el vocablo hace referencia a las fiestas carrusnavalis o carro naval realizadas en
Roma en honor a la diosa Isis Navigium, algunos investigadores señalan que de esta expresión se deriva el término Carnaval. No obstante, según la Academia Española, la palabra carnaval procede del italiano carnavale que significa “adiós a la carne”.
Otra explicación, tal vez más acertada, señala que el Carnaval o Carnestolendas, es el nombre asignado por la concepción cristiana al tiempo que antecede a la Cuaresma, un periodo de regocijo, desahogo y ruptura con el orden social, antes del tiempo de cilicio, ayuno y recogimiento.
El Carnaval Tlaxcalteca en la memoria documental.
Sus protagonistas
Como parte de las funciones de custodia y organización del patrimonio documental de los tlaxcaltecas, el
Archivo Histórico del Estado de Tlaxcala, resguarda uno de los documentos que indica la antigüedad de las celebraciones del Carnaval en la entidad. Data del año 1699 y fue emitido por el Gobernador de la
entonces provincia de Tlaxcala, el conde de San Román, exhortando a la población a no perjudicar la honra y el crédito de otros con versos satíricos y respetar la indicación de bailar sólo en las calles pues de otro modo se harían acreedores a sanciones económicas aquellos quienes, a pesar de la permisividad de la fiesta, rompieran el orden público.
Facsímil del reglamento expedido en 1881 por la autoridad municipal de Tlaxcala indicando las condiciones de participación de los huehues y las respectivas sanciones en caso de violentar el orden público.
En numerosas ocasiones, como lo atestigua la documentación de la época virreinal, hombres mujeres aprovechaban los días de Carnestolendas para disfrazarse, beber y bailar hasta altas horas de la noche. A veces, algún huehue se introducía en las casas de sus conocidos para bailar, lo que terminaba generalmente en desorden, intervención de las autoridades y multas.
Los documentos también permiten conocer que en los espacios públicos donde se bailaba se ponían puestos de fritangas y venta de pulque, además de que las celebraciones fueron semillas, confites, aguas de colores, harina y zapote prieto, y desde luego, componer y declamar coplas satíricas en contra de ciertas autoridades y personajes notorios como dueños de obrajes (el antecedente de las fábricas textiles), comerciantes, jueces y hacendados.
Atisbar en la documentación histórica nos permite conocer que en ciertos periodos difíciles para la nación, las celebraciones de Carnaval ha habido suspenderse, tal como ocurrió en la década revolucionaria dado el clima de inestabilidad que vivía el país. Particularmente en Tlaxcala, las autoridades prohibieron en gran parte del estado las presentaciones de cuadrillas de huehues para evitar nuevos desórdenes bajo el pretexto de la fiesta.
La participación femenina en las Carnestolendas es un tema que todavía falta por investigar. Si bien es cierto que en periodos de relativa estabilidad económica y social se permitió su incursión en cuadrillas y camadas, la investigación documental también permite suponer que en tiempos de cierta inquietud social las autoridades optaron por restringir su participación, bajo la idea atávica de que la presencia de las mujeres en el espacio público incitaba a mayores desórdenes.
Fue hasta mediados del siglo XX cuando la participación de las mujeres comenzó a aceptarse y verse como algo normal y como componente fundamental en la festividad.
Aunque las mujeres se han incorporado plenamente a la fiesta de Carnaval, en algunos lugares del estado todavía se conforman camadas de hombres disfrazados de mujeres.
Las máscaras
A lo largo de los siglos XVIII y XIX el uso de máscaras comenzó a generalizarse, sobre todo entre los danzantes masculinos quienes portaban algunas que remarcaban los rasgos fisonómicos de europeos y criollos asentados en estas latitudes, hombres y mujeres, y a quienes gustaban de satirizar a través de coplas y de la interpretación al extremo del ridículo en su indumentaria y piezas coreográficas.
Conclusión
Siglos y días de fiesta han visto evolucionar la vestimenta de los huehues, el número de integrantes de cada cuadrilla o camada, la coreografía, la música y los representantes de los poderes públicos o económicos satirizados por los danzantes.
Año tras año, las nuevas generaciones se preocupan por preservar la tradición del Carnaval pero buscan expresar también sus inquietudes a través de la renovación de algún aspecto de la fiesta, bien sea en el esplendor del vestuario, en la música o en el número de danzantes por camada. Es así como quienes disfrutamos los días de Carnaval vemos figuras nuevas cuadrillas de payasos, zorros, camadas infantiles y de hombres transvertidos, alimentando su presencia esta fiesta de colorido, alegría y tradición.
Información: Colegio de Historia de Tlaxcala.