El Castillo Sforzesco de Milán interrumpió ayer todas sus actividades culturales para el funeral del filósofo fallecido el pasado viernes
CYNTHIA RODRÍGUEZ/ FOTOS: AFP Y EFE. EXCELSIOR.
MILÁN.
Emanuele tiene apenas 15 años. Viste traje negro, corbata color vino y aguarda sobrio afuera del Cortile della Rocchetta recibiendo las condolencias de quienes llegan. Ayer, en el día del funeral del gran escritor y semiólogo italiano, quiso estar en la entrada del Castillo Sforzesco saludando a los amigos, a los conocidos, pero también a los admiradores de su abuelo: Umberto Eco, al que todos llaman “maestro” y que miles despidieron con agradecimiento.
A poco menos de un mes de que acabe el invierno, Milán parece desentumirse de los días helados. La temperatura ya al mediodía es de 13 grados y la gente sigue llegando al centro de la ciudad que el filósofo adoptara como casa.
El Castillo Sforzesco, que el maestro veía cada día desde su casa (pues vivía enfrente), ayer interrumpió todas las actividades culturales para celebrar el funeral laico del escritor.
Ahí, Emanuele aguarda. A veces incómodo por no saber qué hacer mientras los guardias del lugar le piden a todos esperar el momento en que puedan entrar. De repente sonríe si reconoce a alguien, pero no habla, saluda educado y recibe serio todos los mensajes que alguno se anima a darle por la muerte de su querido abuelo apenas hace cuatro días.
En las filas, uno se entera de detalles que los periódicos no han publicado. Que tocaba bien la flauta. Que era un gran nadador, que amaba desvelarse con sus amigos contándose historias y chistes. También cuentan que era un padre y abuelo tierno, pero sobre todo comentan de la muerte, su muerte que llegó repentina la noche del viernes pasado, en medio de tantos planes, uno de ellos, la publicación de su último libro (Pape Satán Aleppe, Crónicas de una sociedad líquida) que estaba programado para mayo, pero que con su muerte se adelanta para el próximo viernes.
Pocos sabían que Eco estaba enfermo de cáncer. Quienes lo conocían y frecuentaban, como el actor y director de teatro Moni Ovadia, (quien más tarde cerrará los discursos del funeral de su amigo), dicen que desde hace tiempo hablaba siempre de la muerte, pero también en tono de broma, aunque en realidad le obsesionaba, casi como su gusto por los libros y las bibliotecas, que muchas veces fueron centro de sus viajes.
Sin embargo, lo que más se recordó ayer, en el día de su funeral, fueron sus enseñanzas y sus bromas. Como la que contó el también escritor y periodista Furio Colombo, recordando cuando Eco hizo su servicio militar.
Desde el principio le dije que cuando entrara al Ejércitol tratara de no hacerse el culto pues iba a llegar a un ambiente popular... Un día decidí buscarlo, pues el cuartel no quedaba lejos de la casa de mi madre, y cuando llegué y le pregunté al soldado de la entrada por él, muy serio me respondió: el maestro está trabajando y no lo puede recibir. Fue ahí que comprendí que Umberto no perdía la oportunidad de enseñar y que eso realmente lo hacía feliz”.
Umberto fue eso, un gran profesor que escribió grandes libros, pero el acento está en que fue un profesor y que sus libros son y serán un puente con todos nosotros”, enfatizó Colombo, su amigo de la juventud.
Al funeral, donde lo mismo acudieron políticos, grandes actores (como Roberto Benigni) funcionarios de Estado, por supuesto sus familiares, encabezados por su esposa, hijos y nietos, no faltaron sus alumnos, que quisieron acompañar hasta el final a su admirado maestro.
Entre los muchos que hablaron en el adiós de Umberto Eco, estaba también el rector de la Universidad de Boloña, ahí donde el semiólogo enseñó durante 41 años, con la primera cátedra de Semiótica en toda Italia.
La próxima semana festejaremos los 928 años de nuestra Universidad y el profesor Eco es ya parte importante de la memoria colectiva, porque además contribuyó a crear grandes figuras”, resaltó el rector.
Después de las risas y los recuerdos llegó el momento de tristeza y la nostalgia, cuando al tomar el micrófono era nada más ni nada menos que Emanuele, el nieto más grande de Eco.
Quería hacer una lista —visto que las listas te gustaban tanto— de todas las cosas que hicimos juntos en estos 15 años, pero hubiera sido demasiado larga y no habría tenido el tiempo de leerla toda, pero como tú bien sabes, tantas veces me han preguntado sobre lo que se siente tener un abuelo como tú. Y yo lleno de pánico, no he sabido dar una respuesta satisfactoria... Debo admitir que desde que no estás he comenzado a reflexionar sobre ello. Desde pequeño he apreciado tu generosidad, tu afecto, pero sobre todo tu sabiduría, después creciendo he hecho tesoro de tu inteligencia, de tu conocimiento y de tu gran humor que no faltaba nunca”.