Gabriela Solis. Algarabía
Te presentamos un recuento del gran equívoco que derivó en graves «interpretaciones» sobre las obras de este escritor checo.
pensarías si te decimos que, hasta ahora, has leído mal a Kafka? No es que dudemos de tus capacidades lectoras, sino que en las primeras traducciones en las que se han basado para trasladarse a otros idiomas se hicieron graves «interpretaciones».
En Los testamentos traicionados, Milan Kundera ensaya sobre algunos artistas: músicos y escritores del siglo XX. El segundo capítulo está dedicado a Franz Kafka. Más bien, a la mala lectura que se ha hecho de él. Lo titula «La sombra castradora de San Garta». San Garta es un personaje de una novela de Max Brod —el íntimo amigo de Kafka— que a todas luces es Kafka.
En ese capítulo, Kundera pone el dedo sobre una llaga incómoda,
una que muchas veces se niega pues sirve a propósitos literarios o académicos, que no artísticos:el personaje mítico en que se ha convertido a Kafka.
Lo describe bien en una frase: «...el santo patrono de los neuróticos, deprimidos, anoréxicos y frágiles, de los majaderos y los histéricos».
Esa imagen no fue construida por un sólo hombre —Brod—, sino que fue necesaria la creencia, aceptación y perpetuación de dicho personaje imaginario.
Ese «muñeco triste»
Intento un ejercicio de imaginación y trato de adivinar las circunstancias o las razones que permitieron que tal cosa ocurriera. ¿Quizá este arquetipo atendía alguna necesidad del espíritu de la época? ¿Se buscaban imágenes del terror, de lo incomprensible, de lo inverosímil? ¿Formas de entender la paranoia, tan irracional como
la persecución?
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Todas esas explicaciones podrían ser válidas; sin embargo, se sostienen perfectamente bien apelando a la obra de Kafka y no a ese muñeco triste que han hecho de él.
Teléfono descompuesto
Una primera hipótesis sobre esta deformación de la figura de Franz Kafka tiene que ver con sus traductores. En un deslumbrante y breve ensayo titulado «Kafka: Translators on Trial» (1998), J. M. Coetzee revisa la historia de las primeras traducciones al inglés de los libros de Kafka. Sorprendentemente, fue una pareja escocesa que aprendió de manera autodidacta el alemán quien se encargó de ello a partir de 1930; y son sus versiones las que han servido como base para las traducciones subsecuentes al inglés.
La narrativa de Kafka se caracteriza por presentar circunstancias angustiosas y opresivas, por lo que el termino «kafkiano» se ha quedado para describirlas.
Más allá de los defectos técnicos y de interpretación que los textos de Edwin y Willa Muir pudieran haber tenido, es la interpretación de Brod sobre Kafka —que influenció a los Muir— lo que deformó las traducciones de los escoceses. Dice Coetzee: «Edwin Muir creía que su tarea era no sólo traducir a Kafka, sino guiar a los lectores angloparlantes a través de estos novedosos y complejos textos».
Como un iluminado
Por desgracia, para ello se basaron en la lecturas de Kafka hechas por Max Brod, lo que provocó que los prefacios de Edwin Muir perfilaran a Kafka como «un genio religioso; un escritor de alegorías religiosas».
De acuerdo con Coetzee, hay ocasiones en que se sacrificó la fidelidad al texto ante la visión que se tenía de Kafka y su obra; es decir, se tradujo de tal manera que imágenes o pasajes que no cuadraban con la imagen del Kafka «iluminado» se adaptaran a ella.
Cuando Brod se decidió a publicar póstumamente los manuscritos de Kafka, reunió firmas en una declaración pública de apoyo, con nombres tan importantes como Thomas Mann, Martin Buber y Hermann Hesse, quienes así parecían legitimar la lectura de Kafka que Brod había hecho.
La concepción de Kafka como un iluminado sin duda influenció la traducción que de él hicieron los Muir.
Ese hecho provocó que la versión de 1926 de El castillo dominara las lecturas de Kafka por demasiado tiempo. Fue hasta 1982 cuando el germanista Malcolm Pasley reeditó El castillo desde cero, basándose en manuscritos kafkianos limpios de la mirada de Brod.
Coetzee relata un ejemplo que nos permite ver
lo mucho que esta concepción puede deformar la traducción de los textos originales: para los Muir, siguiendo la interpretación de Brod, el agrimensor K. en El castillo es la figura de un peregrino simpático. En un punto de la novela, K. afirma haber dejado a su mujer e hijo en casa, sin embargo, después quiere casarse con la camarera Frieda. Para no interferir con la imagen de escritor moral que se habían creado de Kafka, los Muir simplemente optan por omitir a la esposa e hijo de K. en su traducción de El castillo.
Su lectura optimista de las obras de su amigo es un intento por no mirar lo mucho que de absurdo y terrible tenía el mundo de su época, denuncia que Kafka logró sin cobardía y sin ser moralizante.
Más allá del hecho por el que se le conoce a Brod —haber publicado los textos que Kafka pidió expresamente quemar—, es su actitud hacia la literatura de Kafka –«en nombre de la amistad»– lo que causa conflicto... Pero la historia no termina aquí, continúa leyendo en Algarabía 132