Luis Javier Plata Rosas. Algarabía.
Emoto ha «descubierto» que el agua tiene poderes más allá de lo que jamás imaginamos...
existiera un premio para el pseudocientífico más grande de la Nueva Era, y a pesar de lo reñido de la competencia, uno de los candidatos más difíciles de vencer sería el Dr. Masaru Emoto con sus más de dos décadas de «investigaciones» sobre la formación de cristales de hielo en su agua «milagrosa».
Aunque es bastante quisquillosa, pues basta con llamarla «puerca» para que deje de formar hermosos cristales hexagonales, peor que si hubiese estado contenida en
un jarrito de Tlaquepaque. Pero no entremos en aguas tan pantanosas todavía: conozcamos primero un poco más acerca de Emoto.
Los racimos de Emoto
En su página de Internet, www.masaru-emoto.net,
su biografía señala que el pseudocientífico japonés —«investigador internacionalmente reconocido», según sus seguidores— es egresado del departamento de Humanidades y Ciencias de la Universidad Municipal de Yokohama; donde estudió Relaciones Internacionales.
En 1992 obtuvo su doctorado en la Universidad Internacional Abierta para Medicinas Alternativas de Bombay, India, una institución que incluye en su oferta académica materias como astrología, terapia auricular —masajear
el oído para curar desórdenes—, radiestesia —el antiguo arte de
hallar cosas escondidas— y piramidología —el poder curativo de las pirámides.
Tras terminar su doctorado, Emoto
se enteró del concepto
de «microclústers» o
«microrracimos» en el agua, que lo inspiró a trabajar con el vital líquido, desde la perspectiva de un pensador original.
Es conveniente aclarar, dada la tergiversación con la que veremos que Emoto se apropia del concepto, a qué nos referimos con «clústers» o «racimos» de agua. Las moléculas de agua en estado líquido tienden a formar a cada instante cadenas de duración extremadamente corta —alrededor de un picosegundo o una billonésima parte de un segundo—, ésos son los llamados «clústers»
o «racimos», cuya estructura es la de un tetraedro imaginario, con cuatro moléculas localizadas en
sus esquinas.
Éste requiere la menor energía para formarse, pero los modelos teóricos señalan que puede haber clústers de hasta 90 moléculas en el punto de congelación del agua —es decir, 0oC a nivel del mar.
Lo que llamó la atención de
Emoto en particular, sobre las muy
especiales propiedades del agua,
fue precisamente el proceso de
formación de los cristales de hielo.
La estructura del agua en su estado líquido es desordenada, dinámica, siempre cambiante. Para que el agua se congele, requiere de la presencia de impurezas que sirvan como núcleos de cristalización que, de no existir, el agua se superenfriaría —ésa es la palabra supertécnica que describe el proceso— a temperaturas de hasta -42ºC.
Emoto afirma haber descubierto que este proceso puede ser modificado por nosotros con tan sólo hablarle al agua. Si le decimos cosas feas, formará estructuras feas y amorfas, pero si le decimos palabras amables, obtendremos hermosos cristales de hielo hexagonales —lo que es un pleonasmo, pues no hay cristal de hielo que no tenga estructura hexagonal, así como no hay burbujas de jabón que no sean esféricas.
El agua, según Emoto, tiene preferencias musicales: escuchar a Mozart no la hace más inteligente pero sí más bonita —sus cristales, en todo caso.
Más sorprendente es aún que ni siquiera necesitamos hablar: basta con escribir palabras como «estúpida»
o «amor» para obtener resultados similares. ¿Todavía más sorprendente? No es necesario que estemos en el mismo lugar en el que se halla el agua a la que dirigimos nuestras palabras, podemos afectarla a distancia, sin importar que estemos separados por un océano entero.
La sabiduría de Emoto
La teoría de Emoto sobre el hado —palabra que en japonés significa ‘onda’— postula que, como todo en el universo es energía resonante, al cambiar la vibración de algo alteramos su sustancia. Tratándose de hacer declaraciones pseudocientíficas de la Nueva Era, Masaru Emoto se pone «de pechito». Por ejemplo:
«Estoy seguro de que esas palabras [amor, paz, gratitud] elevan las vibraciones del agua, así como elevan las vibraciones de la gente. Después de todo, estamos hechos de agua.»
También podría nominársele al premio Nobel de la Paz, pues asegura que el agua lleva en su molécula un mensaje pacifista.
Llegamos aquí a la explicación pseudocientífica de Emoto sobre cómo afecta el hado al agua: como el agua tiene memoria, la vibración «hadónica» positiva no sólo la ordena mágicamente en microclústers; suponiendo que en verdad ocurriera esto, su ordenamiento se mantiene y obtenemos «agua estructurada hexagonal» —en todo caso, lo que tiene dicha estructura es cada cristal de hielo.
A Emoto le tiene sin cuidado que, luego de décadas de trabajo de investigación, todas las fotografías hayan sido tomadas en su laboratorio, por su propio equipo —hablando tanto de instrumentos como de personas—. Asegura no conocer a nadie que haya reproducido su trabajo, y lo atribuye a su falta de fe.
Emoto no tiene recato alguno a la hora de diversificar la oferta de productos basados en sus «sorprendentes descubrimientos», lee este artículo completo en Algarabía 136 y conoce más de este caso de éxito económico en los círculos de la Nueva Era.