Eugenia Blandón Jolly. Algarabía
En el principio el hombre era sorprendido por la naturaleza, y al no saber cómo nombrarla, creó a Eolo, Huracán, o Thor, para apropiárselos y así poder controlarlos.
En el principio el hombre era sorprendido por la naturaleza, y al no saber cómo nombrarla, creó a Eolo, Huracán, o Thor, para apropiárselos y así poder controlarlos.
Y así lo humanos creyeron en sus dioses.
Ignoraban que las tormentas que padecían periódicamente eran ciclones y en diferentes meridianos los distinguió con nombres locales como: huracanes, tifones —tai-fung— o tornados. Alzó entonces el hombre los ojos al cielo.
También lo hicieron los pintores, pero ellos no buscaban a sus dioses locales, sino la belleza y el poder de la atmósfera.
Hans Neuberger estudió 12,000 pinturas y descubrió que en las alemanas y británicas los cielos se ven nublados, mientras que los de las pinturas italianas y españolas son más claros.
Conoce: El lado luminoso de la eternidad
Aunque los estilos cambien, los colores del cielo son una constante. En el estudio nadie parece tan influenciado por el clima como Van Gogh, quien no encuentra los colores brillantes y la luz de los impresionistas hasta que pinta en el sur de Francia, donde sopla el mistral. Los humanos perpetuaron instantes e interrumpieron secuencias.
Percibieron el efímero sonido del susurro del viento, de las gotas de la lluvia, del tronar de las tormentas; lo oímos también en el Verano y el Invierno de Vivaldi; en la Sinfonía Pastoral de Beethoven y en la Obertura de Guillermo Tell de Rossini.
Escuchamos la furia de la naturaleza en los Preludios al Holandés Volador y en la Cabalgata de las Valquirias de Wagner. Fue en la precisión del tiempo en donde los humanos recrearon al tiempo.
Deseaban, también, que el tiempo permaneciera con ellos y así fue.
El mal tiempo está en Frankenstein, Moby Dick, El Rey Lear y Cumbres Borrascosas. En la Ilíada, Aquiles voltea al cielo y ruega a los vientos Bóreas y Zéfiro soplar para que pudiera arder la pira fúnebre de su mejor amigo. La humanidad descubrió la escritura, y pudieron dar así eternidad al tiempo.
Malos tiempos vinieron con nuestra historia y el cielo castigó su ambición: la brisa del mar derrotó a Jerjes en Salamina; un tifón al gran Kublai-Khan en Japón; el invierno ruso a Napoleón y luego a Hitler; una tormenta a la «Armada Invencible» española.
Volvieron los humanos a mirar hacia el cielo, no con los ojos del corazón, sí con los de la ciencia y fue entonces que se dio cuenta de que los ciclones se forman con aire tibio, sobre aguas de 28°C de temperatura. Supo que este viento transporta del sur al norte un cilindro de nubes, y que lo hace girar en dirección contraria a las manecillas del reloj.
A la nubosidad, lluvia y vientos menores a 64 kilómetros por hora los llamaron «depresión tropical», y supo que puede evolucionar a «tormenta tropical» con vientos de más de 120 kilómetros por hora: fue entonces que los ubicó en el calendario y en el mapa.
Fue el clima entonces el que permaneció en la historia que la humanidad construía.
Así, se dieron cuenta de que les afecta principalmente de mayo a noviembre en las costas de Guerrero y Michoacán; el Caribe, el Pacífico noroccidental y el Golfo de Bengala.
Hoy los humanos saben que el mal tiempo que padece viene del mar y del cielo. Tienen el conocimiento, pero éste no le ha valido para vencer la furia de la naturaleza ni para dejar de romper el equilibrio de atmósfera-océano-continentes.
Hoy, el hombre puede predecir con certidumbre los huracanes —sus nombres para seis años y repetirlos ad infinitum—; aun así, cuando vuelva otro Gilberto, Roxana, Paulina, Isidore, Ignacio y Marty, el hombre estará como en el principio: esperando la paloma que le anuncie un mejor tiempo y ¿por qué no? también la paz.