Equipo Web. Algarabía
Personaje laborioso y de humor ácido, este poeta y cronista contribuyó a definir una buena época de la vida cultural en la Ciudad de México.
Algunos de sus contemporáneos lo llegaron a considerar «el Oscar Wilde mexicano». Salvador Novo nació el 30 de julio de 1904 en la capital de México, pero cuando apenas tenía seis años él y su familia se trasladaron a Torreón, Coahuila.
Ahí vivió hasta los doce años, donde completó una azarosa educación primaria. Primero ingresó a colegios particulares, a los ocho años lo obligaron a estudiar en una escuela exclusiva para niñas –donde le habrían enseñado las oraciones necesarias para recibir la primera comunión a los diez años–, y luego cursó el sexto año en una «repugnante escuela oficial» –según Novo–. Esta experiencia, a la cual se le suma que lo mantenían la mayor parte del tiempo recluido en el hogar materno, generó en él cierto desprecio por las escuelas, además de sus primeros traumas sexuales.
Había cometido tan pocos pecados
que no creía merecer comulgar.
Diez mandamientos era demasiado mucho que infringir
para quien apenas tenía diez años. [...]
«Primera comunión»
Años después regresó a la Ciudad de México para estudiar en la unam la carrera de leyes, la cual dejó inconclusa para dedicarse a colaborar en múltiples revistas literarias desde 1920. Así fue como su talento floreció.
En sus Memorias –las cuales circularon fragmentadas en fotocopias entre sus amigos–, Novo cuenta que conoció a Xavier Villaurrutia en el patio grande de San Ildefonso, ambos congeniaron al instante y lograron crear la revista Ulises en 1927. Un año después se unió con distinguidos intelectuales de su generación –quienes también publicaban revistas literarias– para lanzar la revista Contemporáneos, nombre que adoptaron para referirse al grupo vanguardista que conformaron, junto con Torres Bodet, Carlos Pellicer, Ortiz de Montellano, González Rojo, entre otros.
En el periodo entre su infancia y adolescencia, Novo terminó por definir su sexualidad.
Unos años después fue nombrado jefe del Departamento Editorial de la Secretaría de Educación, y a partir de ese momento se empezaron a publicar sus primeros volúmenes de poesía.
Se dedicó al periodismo tanto como a crear versos. Su prosa se volvió famosa y reconocida, poseía una habilidad auténtica llena de picardía a la hora de escribir. Gracias a esto logró ingresar a la Academia Mexicana de la Lengua, y fue merecedor del Premio Nacional de Ciencias y Artes en Lingüística y Literatura. Así también se unió a Carlos Chávez –fundador de la Orquesta Sinfónica de México– para crear el Instituto Nacional de Bellas Artes.
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El grupo Contemporáneos, en un reunión, el 2 de septiembre de 1932. Sentados de izquierda a derecha: Samuel Ramos, Roberto Montenegro, Julio Torri, Salvador Novo, Enrique Diez-Canedo, Palma Guillén, Gonzalo Zaldumbide, Enrique González Martínez y Mariano Azuela. De pie: Floricel, Xavier Villaurrutia, Francisco Monterde, José Gorostiza, Carlos Pellicer, Manuel Toussaint, Artemio del Valle-Arizpe, Xavier Icaza, Enrique González Rojo, Bernardo Ortiz de Montellano, Guillermo Jiménez, Jorge Cuesta y Celestino Gorostiza.
Problemático artista
Muchas personas han definido a Salvador Novo como «problemático homosexual», por el hecho de ser quien era –sin reservas–, en una época donde el machismo se mantenía a través de la segregación y la violencia.
Como todas aquellas personas que se expresan, sin pena ni miedo a los prejuicios, Novo se hizo de amigos y enemigos dentro de las artes.
Uno de sus amigos, también señalado como su más importante conquista, fue el reconocido poeta Federico García Lorca. Ambos se conocieron en Argentina, porque Alfonso Reyes y Ricardo Molinari los presentaron justo el día del estreno de la obra de teatro: La zapatera prodigiosa. Aunque esa noche no pudieron hablar mucho, al día siguiente fueron a comer, y durante el tiempo que Novo estuvo en Sudamérica, él y Lorca intimaron bastante. Hay evidencia epistolar del romance entre ambos, así como el poema de «Angelillo y Adela», escrito por Novo y dedicado a Lorca.
Justo del otro lado del ring se encuentra el muralista Diego Rivera. La razón de su contrariedad era básicamente el arte. Él insistía que el arte debía estar al servicio de los ideales políticos, mientras que Novo decía que «el arte sólo tenia compromiso con el arte mismo.»
Molesto por dicha postura, Rivera retrataba al poeta y a sus amigos contemporáneos de manera satirizada, con poses femeninas. Pero Salvador Novo no se quedó de manos cruzadas, y le respondió a una de esas imágenes con un poema titulado «La Diegada»:
Hasta un rascacielos enorme y derecho
lleva sus pinceles el hijo de puta.
Nueva York se asombra, porque se ejecuta
por vez primera El buey sobre el techo.
(...)
Un suceso espantable es lo ocurrido;
Descendió del andamio tan cansado,
que al granero se fue, soltó un mugido
y púsose a roncar aletargado.
Legado
Cada poema de Novo lleva cierta clave de humor. Despiadados epigramas de ocasión para describir justo aquello de lo que se le ha acusado: experimentos vanguardistas a través de versos, chistoretes obscenos sin otro límite que el de la métrica.
Novo hizo lo que pudo y resistió hasta el final; fue capaz de crear una de las aventuras líricas más radicales de la poesía mexicana del siglo xx. Un personaje incómodo para entonces, por distintos motivos, de quien suelen festejarse sus crónicas, y sus divertidísimas memorias –léase La estatua de sal (1965); A ocho columnas (1956), o su colección de sonetos.
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Salvador Novo falleció, en la Ciudad de México el 14 de enero de 1974. Su atrevida personalidad y el legado de su intelecto lo convirtieron en un escritor digno de respeto; aunque esto no le valió de nada a la hora de rendir las cuentas finales, pues no fue aceptado en la rotonda de los Hombres Ilustres, y no pudo acompañar en la eternidad a su vecina y amiga Dolores del Río.