Victoria García Jolly. Algarabía
Como cualquier persona, hasta los grandes maestros del arte tienen una mujer que los engendró, los cuidó, los llevó a la cama, los vio crecer y, tal vez para entretenerlos, les puso un pedacito de carbón o un lápiz en la mano.
Estas madres de las que hablamos fueron plasmadas en el lienzo por sus hijos. No sabemos si posaron pacientemente para ellos, con los ojos iluminados de orgullo materno, o lo hicieron a regañadientes; desconocemos también si posaron por apoyar a sus vástagos en sus carreras, o éstos las tomaron por sorpresa; si su abnegación las hacía incondicionales modelos para el caballete, incluso desconocemos si les gustó, o no, el resultado.
¡Ahí, madre!
Lo más intrigante del tema es la motivación de cada autor. Uno puede suponer que las retrataron porque no había nadie más a quien pintar, o por hacerles un homenaje, un simple regalo, por puro amor, por echarlas de menos o por un mero ejercicio catártico, es decir, por un genuino y velado complejo de Edipo, en el que la idealización de la madre llegó a tal nivel que se vieron forzados a capturarla en la obra pictórica.
Vincent van Gogh,1 por ejemplo, pintó de memoria a Anna Cornelia Carbentus van Gogh, a quien amaba profundamente, porque, además de extrañarla, aborrecía la fotografía en blanco y negro que tenía de ella: «[...] estoy haciendo un retrato de Madre para mí. No soporto la fotografía sin color, y estoy intentando hacer uno con un color armonioso, como la veo en el recuerdo». Anna había sido su primera maestra, se sentaba en el piso a pintar con su pequeño Vincent, en quien, además, inculcó su propio hábito de la correspondencia. Anna lo vio partir más de una vez y no siempre feliz; sobrevivió a la muerte de su marido, a la pérdida de una pierna tras un accidente, al suicidio de Vincent y a la temprana muerte de Theo, su segundo hijo e incondicional del primero.
Aline María Chazal Gauguin, hija de una activista peruana y un burgués parisino, fue educada para tener una profesión, así que al quedar viuda muy joven, no tuvo dificultad para sacar adelante a sus dos hijos: Paul y María. Paul, como buen Edipo, atesoraba una fotografía de ella a los 14 años, a partir de la cual elaboró un retrato ya estando en la Polinesia Francesa, donde desarrolló lo mejor de su obra. En este retrato, la idealización de la madre produjo una imagen llena de color y armonía.
Otra que quería y extrañaba profundamente a su madre fue Sofonisba Anguissola,2 hija de Bianca Ponzoni, quien murió cuando su pequeña apenas tenía 5 años. Bianca y su esposo habían decidido que sus hijas no seguirían el camino tradicional de las mujeres de su época —esposas, cortesanas o monjas— así que educaron a sus seis hijas en las artes y el latín. Sofonisba resultó ser la más talentosa y reconocida en su época y retrató a su madre probablemente basada en el parecido que tenía con ella misma y sus hermanas: fuerte, bien plantada y decidida.
Madre sólo hay una
Andy Warhol y Henri de Toulouse-Lautrec3 fueron ambos niños enfermizos e hijos de madres sobreprotectoras que los introdujeron al arte debido a su necesidad de permanecer en reposo.
Henri, hijo único de la condesa Adèle de Toulouse-Lautrec, diariamente, sin importar cuáles hubieran sido sus actividades del día —pintar, una parranda, un encuentro con una prostituta— sin falta se arreglaba para cenar en casa de su madre, a quien de frente llamaba «Mamman», y a sus espaldas, «Adèle», síntoma de esa dependencia enfermiza entre ambos.
La condesa, después de la muerte de su hijo, se dedicó a difundir su obra y fundó el Museo Toulouse-Lautrec en la ciudad de Albi, en la residencia de la familia.
Por otro lado, la madre de Andy, Julia Warhola, dos años después de que éste se instalara en Nueva York, lo siguió y vivió con él los siguientes 20 años. En esta relación se borran las fronteras de «tu obra y la mía»: los dos terminaron trabajando juntos en lo que uno y otro hacía; se dice que es en este periodo en el que Warhol se forma como artista y en el cual desarrolla su máxima genialidad y creatividad. Rompiendo todo límite, Julia protagonizó el filme Mrs. Warhol (1966), dirigido por Andy, y realizó su propio arte pop bordando y haciendo flores de papel —sencillamente esta parejita era inseparable.
Otros Edipos
La lista de madres pintadas y pintores de madres no acaba; no hemos mencionado al mismísimo Rembrandt, hijo de Neeltgen Willemsdochter van Zuytbrouck, quien, además de alojarlo en su casa, le servía de modelo a él y a sus alumnos, entre ellos Gerrit Dou. Queda en el tintero Ann Watts Constable, madre de John Constable, quien no se mordía la lengua para declarar que este gran paisajista del clasicismo era su hijo favorito. Marie-Françoise Oberson [1], quien fue pintada por Jean Baptiste Camille Corot, y Anne Elizabeth Honorine Aubert [2], pintada por Paul Cézanne, retrataron a su madre porque el estilo impresionista se prestaba para ello y las presentaron casi siempre absortas en lo suyo, sin mirar al espectador.
George Seurat, en su estilo puntillista, hace un esbozo en blanco y negro de Ernestine Faivre [3], su madre, en 1882. Dante Gabriel Rossetti, hijo de Frances Mary Lavinia Polidori [4], llega al punto culminante del idealismo y la retrata como Santa Ana. Frida Kahlo, hija de Matilde Calderón [5], le da su justo lugar al retratarla dentro de su árbol genealógico.