ANTHONY J. GREENE. ALGARABÍA
¿No te gustaría que tu memoria funcionara como una cámara de video?
Nunca volverías a faltar a una cita, ni te olvidarías de pagar las cuentas; recordarías los cumpleaños de todo el mundo y aprobarías todo examen. ¿A poco no sería de lo más útil?
O al menos eso podría uno pensar. Pero la realidad es que una memoria de ese tipo capturaría mayormente datos inútiles, y los mezclaría a su gusto con la información realmente necesaria; no le permitiría establecer prioridades o crear vínculos entre eventos para darles sentido. De hecho, para los pocos que cuentan con verdadera memoria fotográfica —«memoria eidética», en la jerga de campo—, ésta es más una carga que una bendición.
Para la mayoría de nosotros, la memoria no es como
una grabación de video.
Más bien se parece a una red de conexiones entre personas y cosas, y son estas conexiones las que nos permiten entender las causas y los efectos, aprender de nuestros errores, y anticiparnos al futuro.
Las cosas que recordamos son las que la experiencia nos enseña, y que
nos servirán para hacer predicciones. También tenemos una tendencia a recordar a las personas y los eventos que tienen alguna importancia emocional, es por eso que olvidar un aniversario es una gran ofensa, ya que hace evidente que la fecha no es tan importante para alguien que debería recordarlo.
La historia de la memoria
A lo largo de la historia, las metáforas para referirse a la memoria han ido de la mano de los avances en la tecnología para registrar las ideas: en la antigua Grecia, se comparaba la memoria con los trazos sobre un bloque de cera; en la Edad Media, con las letras sobre un pergamino, y con el paso del tiempo, con lo registrado en libros, archivos, fotos, videos, grabaciones de audio y discos duros de computadora.
En la actualidad, como si se tratara de computadoras, hablamos de «codificación, almacenamiento y recuperación de datos» para referirnos a la asimilación de nuevos recuerdos, de «dirección» para referirnos a su ubicación en el cerebro, y de «salida» —output— para el recuerdo de un evento determinado.
Las ideas actuales sobre la memoria tienen sus raíces entre
las décadas de 1930 y 1940, cuando los descubrimientos
del psicólogo Karl Lashley revelaron que el aprendizaje y la memoria no están ubicados en bancos de almacenamiento, sino distribuidos por toda la corteza cerebral.
Lashley intentó encontrar la ubicación del centro de aprendizaje en el cerebro desconectando diferentes regiones de la corteza cerebral de un cierto número de ratas. Para su sorpresa, todas mostraron un ligero grado de dificultad de aprendizaje, pero ninguna de ellas presentó daños severos.
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Esto quiere decir que la memoria se encuentra distribuida en toda la corteza cerebral, y se forma en las regiones del cerebro responsables del lenguaje, la visión, el oído, las emociones y otras funciones; así, incluso el más pequeño recuerdo puede reactivar toda una red de neuronas conectadas, y esto permite que podamos «experimentar» de nuevo un acontecimiento.
Recordar es revivir
Otra pieza del rompecabezas de la memoria se encontró en la década de los años 50: el caso de Henry Gustav, quien tenía una epilepsia severa. En esa época era muy común extraer parte del tejido cerebral para tratarla, pero después de la extirpación, Gustav presentó uno de los peores casos de amnesia jamás registrados.
Su caso reveló que los daños en el hipocampo —ubicado en lo profundo de los pliegues superficiales de la corteza cerebral— hacen que una persona sea prácticamente incapaz de adquirir nuevos recuerdos o aprender asociaciones complejas. Sin embargo, el hipocampo no resultó ser la fuente o el almacén de la memoria, sino sólo un mediador esencial en su formación, pues funciona como una especie de interruptor neuronal que conecta las regiones corticales del lenguaje, la visión y otras habilidades, mientras las redes sinápticas toman forma y crean recuerdos.
Para una mente que no puede hacer conexiones, cada instante es un evento aislado sin continuidad; cada pensamiento, fugaz e inconexo; cada precepto, irrelevante; cada persona, un extraño; todos los sucesos, inesperados.
Quienes padecen amnesia por daños en el hipocampo, sufren de impedimentos que van más allá de la incapacidad de almacenar y «evocar» recuerdos: también tienen problemas para imaginar eventos futuros y terminan viviendo en una realidad fragmentada; en otras palabras, lo que se pierde con la amnesia es la capacidad de relacionar una cosa con otra y encontrarle significado.
La memoria como conexión
Los vínculos entre las cosas, las personas y nuestras acciones son la razón por la que ciertos objetos nos evocan algo y «se convierten» en un recuerdo: visitar la universidad, oler hojas quemándose o encontrar una carta puede hacer que uno evoque momentos de manera vívida.
La asociación de elementos nos hace recordar que Italia tiene buenos vinos y nos permite relacionar caras con nombres; un timbre nos recuerda que la comida está en el horno; ver a un compañero de trabajo en el pasillo nos hace marcar una cita en el calendario.
La habilidad para formar y retener conexiones no sólo nos permite mantener un registro de eventos, sino que también es uno de los fundamentos de la comprensión.
Por otro lado, la raíz de la flexibilidad de la memoria y
el aprendizaje es la generalización, pero a medida que acumulamos conocimiento durante el transcurso de nuestras vidas y conectamos sucesos con la memoria, aprendemos a modelar eventualidades complejas y hacer deducciones sobre relaciones nuevas. Sin embargo, la cualidad de creación y adaptación de la memoria a veces puede causarnos problemas al alterar nuestras memorias en lugar de mejorarlas.
Por ejemplo, en los años 90, la psicóloga Elisabeth Loftus organizó un estudio en el que los participantes vieron un
video de un accidente automovilístico. Los investigadores preguntaron a algunos de los sujetos qué tan rápido iban
los coches cuando se «estrellaron» uno contra otro, y a los otros qué tan rápido creían que iban cuando «se pegaron». El resultado es interesante y revela por qué las declaraciones de testigos oculares, después de un accidente, son poco confiables; entérate leyendo este artículo completo en la edición 102 de Algarabía.