Algarabía Libros
Sus relatos pueblan nuestra imaginación de encantadores de sierpes, de tapicerías sedosas, de ayunos y mezquitas; cuyas voces nos dicen algo ininteligible en una lengua tan antigua que es imposible que no sea erótico.
Cuentan —pero Alá sabe más— que hace algún tiempo cierto sultán cabalgaba hacia La Meca con su séquito, y en el trayecto se encontró a un decrépito asceta que plantaba una palmera a la orilla del camino. El sultán desmontó y se dirigió a él en estos términos:
—¡Pero viejo! ¡Usted ya es un anciano! Ya no alcanzará a ver crecer este joven árbol, menos a saborear sus dulces frutos.
A lo que el viejo, impasible, le respondió:
—Plantaron y comimos. Plantemos, para que coman.
El sultán se admiró de tan grande generosidad y le entregó cien monedas de plata, que el anciano tomó haciendo una zalema1 ,y luego dijo:
—¿Has visto, ¡oh, rey!, cuán pronto ha dado fruto la palmera?
Más y más asombrado, el sultán, al ver cómo el ingenioso viejo tiene sabia salida para todo, le entrega otras cien monedas. Éste las besa y luego contesta prontamente:
—¡Oh, sultán!, lo más extraordinario de todo es que generalmente una palmera sólo da fruto una vez al año y la mía me ha dado dos en menos de una hora.
Maravillado está el sultán con esta nueva salida, ríe y exclama dirigiéndose a sus acompañantes:
—¡Vámonos! ¡Vámonos pronto! Si nos quedamos aquí más tiempo, este buen hombre se quedará con mi bolsa a fuerza de ingenio.»
He querido iniciar con este pequeño relato para dar una muestra de la belleza, la riqueza narrativa, la sabiduría y el buen humor que impera en Las mil y una noches —o, como los puristas prefieren, Las mil noches y una noche—. Se trata de una compilación de cuentos y leyendas árabes, cuyo antecedente es otra colección, de origen persa: Hazar Afsana o Los mil mitos, llamada exóticamente por los árabes Alf layla wa-layla —esto es, «mil noches y una noche»—, cuyos manuscritos más antiguos datan de la época del Califato Abasí, entre los siglos ix y xiv, y que han llegado hasta nosotros gracias a diversos traductores.
Y si, como dice Jorge Luis Borges, el nombre inglés Arabian Nights no le resta exotismo, no se compara con el arcano español, tanto numérico como poético, de Las mil y una noches, ya que si 999 noches darían una idea de algo imperfecto, inconcluso, el mil, en contraste, es un número divino en el Islam, perfecto y redondo. Y el mil más uno, claramente, está más allá de toda perfección humana.
Los 1001 cuentos de Shahrazada
Muchos conocen la premisa narrativa de Las mil y una noches: dos sultanes hermanos, Shah Zaman, sultán de Samarcanda, y Shahriyar, soberano del imperio persa —o de los sasánidas, según la traducción— sufren la infidelidad de sus esposas. Tras confesarse mutuamente, coinciden en que las mujeres son infieles por naturaleza y llegan a una terrible determinación:
Contraer nupcias cada día y decapitar a la recién casada una vez consumado el débito conyugal.
Después de muchos días de terror, el pueblo huye con las hijas que les quedan hasta que no hay nadie más con quien casarse y sólo queda Shahrazada, la hija mayor del visir, quien se ofrece de buena gana a cumplir con la tarea.
Su estrategia para sobrevivir es simple: todas las noches le cuenta a Shahriyar una historia y la deja inconclusa, para que la curiosidad por conocer el fin del relato haga que el sultán posponga un día la ejecución. Shahrazada hilvana historias incansablemente, noche tras noche y —como dice Günter Grass del bien contar cuentos— entreteje ad infinitum cuentos debajo de los cuentos, como las capas de una cebolla. Entre tanto, la mujer le va dando hijos al sultán.
El desenlace es conmovedoramente feliz: después de tantas noches, Shahrazada implora a su marido piedad por su vida, a fin de poder velar por sus hijos.
Shahriyar le dice que su fidelidad lo ha convencido y enamorado y, por lo tanto, que la había exonerado de la cruel condena desde hacía tiempo.
En Las mil y una noches, la capacidad narrativa de Shahrazada es exorbitante, ya que intercala fábulas, cuentos, historias de amor, tragedias, comedias, poemas, parodias, picaresca, leyendas religiosas musulmanas y hasta de horror sobrenatural, en las que se habla de ghoulsyjinns2 ,que probablemente inspiraron a H.P.Lovecraft para su Necronomicón.
De lo árabe, lo persa, lo egipcio...
Por otro lado, en estas narraciones es posible encontrar reminiscencias de otras literaturas, como la persa, la india, la egipcia y la mesopotámica, debido al intercambio comercial y cultural—recordemos la Ruta de la Seda— entre esas civilizaciones.
Como Borges comenta en Siete noches: «en Las mil y una noches encontramos a Polifemo, y también un cuento antiquísimo, que bien podría ser el ancestro de La cenicienta».
En efecto, «La pulsera de oro» involucra elementos típicos del cuento moderno y, por nuestra familiaridad con éste, su trama podría resultarnos un tanto predecible: dos hermanas hacen la vida imposible a su hermanastra Yamila, quien es más hermosa y más hábil que ellas; con el fruto de su trabajo y la bendición de Alá, Yamila compra una cajita que concede deseos, de ésos tan abundantes en los relatos de Oriente.
El deseo de Yamila es un atuendo completo, con el que acude a un gran baile que ofrece el hijo del califa, y gracias al cual pasa inadvertida frente a sus hermanastras. Pero, en un momento dado, Yamila teme ser descubierta y huye, dejando atrás una finísima pulsera para el tobillo engarzada de diamantes. El joven príncipe, enamorado, la persigue, pero sólo halla la joya y se pregunta dónde encontrará una mujer cuyo tobillo pueda entrar en una pulsera tan pequeña...
Las mil noches y una noche nos transmite un sueño de Oriente, nos habla de una ciudad de Bagdad ideal, es un viaje a tierras incógnitas —tierras de seda, café y especias, dromedarios y henna— y alfombras voladoras; paisajes de efrits, djinnis3 y gólems, y de hombres y mujeres que hablan una lengua melodiosa y divina, ora lamento, ora canto.
Encuentra este artículo completo en el libro Probaditas literarias de Algarabía EDITORIAL.