El autor de casi una cuarentena de obras, recibió el homenaje que ayer sus amigos y colegas le celebraron a propósito de los 50 años de la primera edición de su novela De perfil
SONIA ÁVILA. EXCÉLSIOR
Bellas Artes fue sede del homenaje al escritor José Agustín por los 50 años de la primera edición de su novela De perfil. Foto: Notimex
CIUDAD DE MÉXICO.
José Agustín: el eterno joven, el escritor de la chaviza, el literato desenfadado, el reinventor del lenguaje narrativo, el relator del misterio de la vida. Ese, el autor de casi una cuarentena de obras, recibió feliz el homenaje que ayer sus amigos y colegas le celebraron a propósito de los 50 años de la primera edición de su novela De perfil. Y con esa sonrisa de juventud regaló decenas de autógrafos a sus lectores, los que llegaron puntuales al Palacio de Bellas Artes, e hicieron fila para hacerse una selfie.
La ceremonia fue festiva. Así la hicieron los escritores Rosa Beltrán, Enrique Serna y Juan Villoro encargados de elogiar la obra del novelista, dramaturgo y ensayista vinculado a la llamada literatura de la Onda. Aunque fue inevitable el velo de pesar por la muerte de Ignacio Padilla cuando Mauricio Montiel Figueiras, coordinador de Literatura del INBA, pidió un minuto de silencio en honor del novelista fallecido la madrugada del sábado pasado.
De vuelta al festejo, la escritora y catedrática Rosa Beltrán inició el ejercicio de memoria al contar cómo por recomendación de Huberto Batis leyó De perfil, y descubrió un uso del lenguaje que hace de la cotidianidad algo sobrenatural: “A partir de la obra de José Agustín la literatura mexicana dio un giro de 360 grados. La novedad consistió en crear un lenguaje y un universo que consistía no sólo en reproducir los temas de los jóvenes y narrar desde su punto de vista, sino un manejo portentoso del idioma que imita los giros, los gestos, las máscaras”, recalcó.
Para Beltrán la narrativa de José Agustín se distingue por los tropiezos en los que cae el lector y entonces lo obliga a hacer una lectura profunda sin dejar el carácter lúdico del “eterno joven”. En ello coincidió Enrique Serna al definir al autor de La Tumba y Ciudades desiertas como un personaje desenfadado. Por el manejo de la jerga juvenil de la década de los 60, y también porque removió en el alma de una generación inmersa en la complejidad de la modernidad: drogas, violencia, rebelión. Y en gran medida a esto responde la vigencia de sus novelas.
“Cuando un escritor joven escrudiña a fondo su propia alma, los lectores de nuevas generaciones se sienten reconocidos en sus personajes”, refirió el también ensayista, y abundó que la misión secreta del festejado es vincular la carne con el espíritu, la poesía con la prosa y el ahora con la vida eterna.