Algarabía
La Redacción
La frase «ya me cayó el veinte» tiene su origen en las monedas de 20 centavos que se necesitaban para hablar desde un teléfono público.
Antes de que el peso se devaluara una vez, en 1976, y varias veces más en la década de 1980, y antes de que la inflación llegara a grados infinitos a principios de los 90, al punto de tener que quitarle tres ceros al peso y volver a hablar de miles y de cientos, para dejar atrás los millones y billones.
Y antes, mucho antes de tener estas minimonedas de aleación que tenemos hoy en día, existieron —y por largo tiempo— algunas monedas y billetes de las que hoy ya nadie —o casi nadie— se acuerda, pero que tuvieron gran fama y renombre en su tiempo.
Se trata de los quintos —que eran monedas de 5¢ acuñados con cobre y que tenían la efigie de doña Josefa Ortiz de Domínguez—, los veintes —que también eran de cobre y tenían la de Benito Juárez— y los tostones —de 50¢—, que tenían la imagen de Cuauhtémoc y eran plateados —alguna vez fueron de plata.
Las tres monedas convivieron cordial y cotidianamente durante muchísimos años en una época en la que el poder adquisitivo era todavía, si no grande, sí decente. Con
tres quintos podías comprar un Gansito y dos chicles Motita —unos chicles alargaditos sabor tutti fruti—; mientras un tostón te alcanzaba para un refresco y unas papas o para una torta, según la época, porque, como podrán imaginarse, queridos lectores, cada día alcanzaba para menos.
Pero lo que aquí nos incumbe es el veinte, que
alcanzaba para una paleta helada o para diez Miguelitos, y también lo podías dar de propina, pero, y sobre todo, servía para hablar por teléfono. La única forma de usar un teléfono público era si tenías veintes a la mano, y mucha paciencia, porque encontrar uno que sirviera era más que una odisea.
La cosa es que metías el veinte en la ranurita, marcabas y, cuando te contestaban, el veinte caía; entonces ya podías hablar y te podían oír. Bueno, pues de ahí la frase de «¡ya me cayó el veinte!» para decir que ya entendiste, que ya sabes de lo que te están hablando o que por fin captaste la idea. Esa frase la seguimos usando, pero quizá muchos ya no supieran de dónde viene el veinte.