Humberto López Morales. Algarabía
Dominicanos, centroamericanos y sudamericanos han venido a aumentar la presencia hispana en territorio estadounidense.
Los grupos migratorios
Antes de que la inmigración de hispanos a los EE.UU. comenzara a presentar cifras de cierta importancia, ya existían varios asentamientos antiguos, residuos de núcleos poblacionales anteriores a la conformación moderna de ese país. Tal es el caso, sobre todo, de los mexicanos del suroeste y, después, de los canarios que emigraron a la Louisiana y de los escasos restos españoles de la Florida, pero, éstos, hoy en día, carecen de importancia.
Descontando algunas aventuras aisladas y de poca monta,
la verdadera inmigración hispana comienza en el siglo xx con México a la cabeza; le siguen los puertorriqueños, más tarde los cubanos y, en las últimas décadas, los dominicanos, los centroamericanos y otros procedentes de diferentes zonas de América del Sur.
La inmigración mexicana, la más temprana de todas, comenzó muy a finales del siglo XIX; pero en 1910 ya era abundante,
y seguía creciendo, de manera que en tiempos de la Gran Depresión los expulsados del país fueron más de 500 mil.
Las nuevas olas inmigratorias muy pronto recuperaron esas cifras, e incluso las multiplicaron.
La necesidad de mano de obra para los trabajos agrícolas en los EE.UU., desde entonces en constante expansión, fueron el motivo principal de estos traslados hacia el norte, legales los más, ilegales en una proporción desconocida, aunque minoritaria. La situación se ha mantenido con auge singular hasta nuestros días.
Entre guerras
Después de la ii Guerra Mundial le tocó el turno a los puertorriqueños. La situación era diferente, pues los nacidos
en la isla eran desde 1917 ciudadanos estadounidenses, por
lo que sus movilizaciones hacia Nueva York, lugar de asiento preferido por este grupo, no presentaban problema inmigratorio alguno. En este caso, no hubo —ni hay— inmigrantes ilegales.
Para 1960, ya esta ciudad y los territorios contiguos del noreste contaban con cerca de un millón de ciudadanos de la isla caribeña. Y el traslado sólo daba sus primeros pasos.
Los cubanos ocupan el tercer lugar en cuanto a cronología de llegada.
Aunque con anterioridad a 1959 ya había pequeñas concentraciones de individuos de este origen en los EE.UU.,
las cifras no se disparan hasta el triunfo de la Revolución castrista y las décadas subsiguientes. Año tras año, el volumen de refugiados cubanos en ese país ha protagonizado un crecimiento auténticamente espectacular.
Después, otras inmigraciones han venido a aumentar la presencia hispana en territorio estadounidense: dominicanos, centroamericanos y sudamericanos han ido protagonizando diversos capítulos de la historia reciente. La dominicana no comienza en firme hasta mediados de la década de 1960; seguida por los de Centroamérica, encabezados por los salvadoreños.
Realmente, ¿existen las razas?
Y más tarde empieza a sentirse la presencia de colombianos, ecuatorianos, peruanos, bolivianos, paraguayos y uruguayos en números siempre más reducidos. Por su parte, en los primeros años de este siglo xxi les ha tocado el turno a los venezolanos y a los argentinos.
Tipos de inmigrantes
Aunque las causas de estos traslados son múltiples y variadas, éstas podrían reagruparse en tres grandes apartados: económicas, políticas y una combinación de ambas.
Asediados por la pobreza y por las barreras que les impiden el acceso a salarios dignos y seguros, a una vivienda, a condiciones básicas de salud,
a la escolarización de los hijos, estos grupos de individuos abandonan sus lugares de origen para instalarse en una especie de «tierra prometida«, que aunque no hubiera sido así en realidad, era siempre mejor que lo que habían tenido.
A razones de mejoras socioeconómicas o simplemente de subsistencia se deben las inmigraciones mexicanas.
Los perfiles socioeducativos de estos inmigrantes son generalmente bajos, en su mayoría trabajadores agrícolas no especializados que, víctimas ellos mismos de la situación imperante, se han visto privados, entre otras cosas, de una educación que les permitiera avanzar en la vida, y que no desean que esa misma situación se repita con sus descendientes.
Son los llamados inmigrantes económicos. Por otra parte están los que escapan de situaciones políticas —a veces, religiosas— que consideran inaceptables, como es el caso inicial de los cubanos y de los nicaragüenses.
La postura política del gobierno de La Habana, en un caso, y los vaivenes de Managua entre Somoza y los sandinistas, en otro, han obligado a muchos a abandonar sus lugares, bien por nexos o simpatías con gobiernos anteriores, los menos, bien por rechazo moral a los planteamientos de los nuevos gobernantes, los más.
Su perfil sociocultural es medio o alto, con buenos índices de educación, profesionales especializados en diferentes áreas, y con relativo éxito económico. Son los exiliados.
El grupo más numeroso está constituido por aquellos —otros centroamericanos y sudamericanos— que salen de
sus países para huir de situaciones económicas angustiosas, producto de guerras intestinas, feroces dictaduras, impericias gubernamentales —cuando no de flagrantes y continuas malversaciones— sufridas repetidamente por sus países de origen.
Aunque la razón inmediata de su marcha sea de índole económica —acompañada, a veces, de inseguridad personal—, ésta
ha sido causada directamente por el brutal deterioro social devenido de luchas intestinas o de políticas económicas trasnochadas e inoperantes.
El grupo es mixto. Se encuentran en él desde profesionales altamente cualificados hasta obreros sin especialización, insertados en un amplísimo espectro socioeconómico. Son también inmigrantes, aunque el móvil que los haya impulsado sea mucho más complejo que el de los grupos anteriores.
Las inmigraciones hispanas a los EE.UU. cada vez más densas y constantes, han superado todos los cálculos estadísticos. De otra parte, la política zigzagueante de este país en materia migratoria, aunque amenaza constantemente con deportaciones, termina con buscar algún acomodo.
Continúa leyendo este interesante artículo en la edición 144 de Algarabía.