Algarabía
La «conciencia colectiva» sesentera se había fracturado a tal grado que era difícil tener al menos un ideal —y ni hablar del ideal del «amor y paz».
El 4 de julio de 1976, millones de estadounidenses celebraban con bombos y platillos el bicentenario de su independencia. Al mismo tiempo, cuatro neoyorquinos montaban su propia fiesta en el London’s Roadhouse, aporreando otros bombos y otros platillos al ritmo de canciones cortas, directas e incendiarias. La banda se llamaba The Ramones, y su influencia en la contracultura y la música habría de inyectar sangre nueva y vigorosa a la escena del rock del ultimo cuarto del siglo XX.
A mediados de la década de los 70, la industria del disco era revitalizada por el surgimiento de sellos independientes que trajeron a escena nuevos géneros musicales. Para 1976, la manera en que se producía, tocaba y escuchaba música, había cambiado: las viejas estrellas del rock se habían desvanecido, y otras nuevas señalaban nuevos caminos y tendencias.
Algo similar había sucedido en 1966, cuando el rock que conocemos nació debido a las revolucionarias grabaciones de Bob Dylan, Frank Zappa, The Doors, Pink Floyd y The Velvet Underground. Pero una década más tarde, la explosión creativa —aunque muy similar a la de los años 60— tenía un cariz muy distinto: los sesenta fueron una década francamente optimista, en la que los jóvenes creían que podían cambiar el mundo; diez años después, sólo los muy ingenuos podían creer en el triunfo de la paz y el amor, y los jóvenes habían dejado de creer en las autoridades, en la sociedad y en el mundo.
Los jóvenes sentían una gran impotencia, no sólo porque no tenían el poder en sus manos, sino porque se daban cuenta de que había poco que ellos pudieran hacer.
Claramente, sólo el dinero importaba, y la mayor parte de los actores sociales estaban corrompidos —incluyendo a muchos rockstars, quienes llenaban estadios, vendían millones de discos y se enriquecían a costa del mismo sistema capitalista que habían criticado—. Esto era peor que una dictadura, porque no había un dictador contra quien levantarse.
De los 60 a los 70
El idealismo agonizaba y el materialismo ganaba terreno; los 60 habían sido la época de lo excéntrico, lo inusual, el compromiso y la participación social; los 70 marcaban el regreso a la «vida normal», a la mediocridad, a la uniformidad y a la indiferencia. La contracultura había sido vencida por el establishment. La revolución se había perdido.
They’re forming in straight line / They’re going through a tight wind / The kids are losing their minds / The blitzkrieg bop... [Ellos forman una fila / y caminan contra el viento, / los chicos se están volviendo locos, / el Blitzkrieg Bop...] «Blitzkrieg Bop», The Ramones
Los adolescentes de los setenta crecieron en una década bastante aburrida, y en su horizonte sólo se veía una carrera universitaria, encontrar un empleo y casarse. Sus padres habían combatido a los nazis; sus hermanos mayores eran los baby boomers,hijos de la bonanza económica; ellos no eran «nada».
Los jóvenes músicos de 1976 transpiraban esa sensación de hastío con un sonido áspero y burdo, letras desencantadas poco complacientes.
Estas circunstancias dieron pie a una «depresión generacional» entre los jóvenes, que se caracterizaba por la violencia, la aburrición y el nihilismo.
La ciudad de Nueva York era la meca de esta «nueva ola» de músicos, muchos de los cuales fueron llamados punks —que quiere decir «novicio, joven sin experiencia; rufiancillo»— y conformaron un fenómeno que se propagó por toda la Unión Americana como antes lo había hecho el love and peace de los hippies, sólo que elpunk era prácticamente lo opuesto.
Los punks eran perros callejeros, no pacifistas; su lenguaje era vulgar, no suave; buscaban la emoción y no el éxtasis o la trascendencia de la conciencia; no creían en las marchas, los movimientos o la organización, ya que su propia vida como punks era su modo de protesta.
«Punketos» malditos
Herederos de los «poetas malditos» del rock —Lou Reed, Jim Morrison e Iggy Pop—, los new bohemians colocaban el énfasis en lo que se decía más que en cómo se decía. Los profetas de esta nueva generación fueron Patti Smith, Television y Tom Verlaine, que compartían un estilo rotundo que rechazaba el virtuosismo y la grandilocuencia de las estrellas del rock. Pero la banda que tendría mayor impacto en el mundo sería The Ramones, que tocaba rock & roll muy torpemente a velocidades supersónicas, no eran intelectuales ni tenían pretensiones artísticas. Pero eso era justo lo que legiones de jóvenes frustrados habían estado esperando.
I am an antichrist / I am an anarchist / Don’t know what I want / But I know how to get it/ I wanna destroy passer by... [Soy un anticristo, / soy un anarquista, / no sé lo que quiero / pero sé como obtenerlo, / quiero destruir lo que está a mi paso...] «Anarchy in the U.K.», The Sex Pistols
Acércate también a las letras y el rock
La efervescencia de la escena subterránea neoyorquina resultó ser muy contagiosa. La gira de The Ramones por la Gran Bretaña encendió una llama que se alimentó del desempleo y la pobreza que el régimen thatcheriano había impuesto a las clases bajas, y que amenazaba con dinamitar el tejido social.
El fenómeno de los hooligans, así como la pasión británica por beber y pelear, fueron un caldo de cultivo para que los punk se convirtieran en algo mucho más serio: si bien en los EE. UU. existían más jóvenes frustrados que se identificaban con ellos, en la Gran Bretaña eran muchos menos, pero más radicales, muy violentos, cínicos, anarquistas, inmorales y casi analfabetas —en algún medio se les llamó «los nuevos bárbaros».
Fiebre punk
De pronto, surgió en Inglaterra una fiebre punk que se reflejó en la música, en la moda y en la sociedad: ser punk —o parecerlo— se volvió cool, y surgieron muchas bandas que seguían los pasos de The Ramones, y cuyas presentaciones en vivo eran como si se destapara una cloaca: su música era simple —a veces sólo gritaban un estribillo lo más ruidosa y rápidamente posible—, odiaban todo y a todos, sin ira ni depresión, sólo con una aversión absoluta; les gustaba provocar y pelear, y no desaprovechaban cada oportunidad que tenían de hacerlo.
El manager inglés Malcolm McLaren fue quien moldeó el punk en la Gran Bretaña cuando lanzó a la paradigmática banda The Sex Pistols —que era como The Ramones, pero en heroína y Valium— y lo volvió un asunto de moda, provocativa y llena de estoperoles, a través de su boutique londinense.
The Sex Pistols eran antimusicales, antimelódicos, y actuaban como si su único propósito fuera generar desorden y escándalo; duraron sólo dos años juntos, pero cambiaron para siempre el rostro del rock solamente con dos discos sencillos —«Anarchy in the u.k.» y «God Save the Queen» — y un álbum —Never Mind The Bollocks (1977)—; la confrontación de la voz de Johnny Rotten y sus letras hicieron que sus canciones fueran prohibidas en el Reino Unido. Después de los Pistols, vinieron bandas como The Clash —con una vena más intelectual y preocupados por temas sociales—, Generation x o The Buzzcocks.
Don’t be told what you want / Don’t be told what you need / There’s no future, no future, / No future for you... [Que no te digan lo que quieres / que no te digan lo que necesitas. / No hay futuro, / no hay futuro para ti...] «God Save The Queen», The Sex Pistols
La llama de la anarquía se había encendido y se propagaba con furiosa rapidez a otros países. En Alemania, por ejemplo, una de las abanderadas punk fue Nina Hagen, y el movimiento se vinculó tanto con corrientes contestatarias de izquierda como con ultraderechistas como los skinheads de tendencias neonazis, que reconocieron al punk por su tendencia «contra el sistema»; en España, cuya sociedad estaba en el destape de 40 años de dictadura franquista, el punk se convirtió en una válvula de escape para una juventud hasta entonces reprimida.