Es uno de los cruces emblemáticos de la capital mexicana y llegar de un lado a otro del mismo puede ser una misión imposible, o quizá posible...
Cuando uno llega a un país que no es el suyo, en este caso México y no conoce a nadie, la sensación de soledad es fuerte. Es algo que no se puede negar, y que, además, asusta aún más cuando desde el avión se ve como la CDMX no se termina nunca, cuando las luces se hacen más y más chiquititas, pero siguen brillando a lo lejos. Es en ese momento cuando uno piensa cómo será caminar por las calles de esta ciudad inmensa, cuánta gente se topará en cada esquina, y qué sensación se tendrá al estar rodeada de miles de personas que no conoces.
Y es que además cuando uno es emigrante, una de la sensaciones más comunes en tierra extraña, es el anonimato. Pero en México, más concretamente en esta inmensa megalópolis, esa sensación de anonimato, no es exclusiva de los que no somos de aquí, también es de los locales, pues es casi un milagro, encontrarse con alguien que conoces de manera habitual.
Caminar esta ciudad es moverse en un mar de personas que no siempre caminan en tu misma dirección, algo que te enseña a esquivar, a colarse entre la multitud sin rozarse, a no sentirse agobiado y hasta a sentirse arropado entre la multitud. Hay algo que siempre me dicen y que nunca deja de sorprenderme: “Nadie está solo en la Ciudad de México”.
Y es cierto, tan cierto que casi al principio cuando llegué a esta ciudad descubrí un punto en donde uno se siente así: el Eje Central. ¿Alguna vez se han parado a mirar ese lugar?, ¿han levantado la vista del celular y mirado a un lado y a otro? Si no lo han hecho, háganlo y se sorprenderán. Yo todavía lo hago.
Cruzar entre la multitud
Recuerdo mi primera vez. Yo iba caminando asombrada después de pasar la Alameda Central y descubrir la belleza del Palacio de Bellas Artes. Crucé para tomar la calle Madero, y esperé. Los coches no dejaban de pasar, muchos detrás de otros, y yo impaciente esperaba la señal del semáforo que no llegaba. De pronto, me fijé en lo que tenía en frente: varias filas de personas paradas, como yo, que en algún momento vendrían hacía mí. Volteé, y descubrí que tras de mí, había unas cuantas filas de personas que irían hacia ellos, incluída yo. Y pensé: “¡Dios de mi vida, no podré cruzar! Me van a arrollar. ¿Cómo voy a hacer? ¿Me dará tiempo a cruzar sana y salva entre tanta gente? ¿Y si cambia el semáforo y estoy ahí en medio? Nervios...” Entonces llegó la prueba de fuego, el semáforo cambió y tuve que pasar, y sin saber cómo, había llegado al otro lado y sin apenas haber sentido un solo roce.
¿Cómo se consigue? No tengo ni idea, pero se consigue. Es una de esas cosas que solo ocurren en México y que por mucha explicación que le buscas, no encuentras. Solo sabes que va a ocurrir.
Hace mucho tiempo, aunque no tanto, cuando llegué al país escribí esto en un pequeño blog que después abandoné: “DF es una ciudad dura, a pesar de la calidez y la amabilidad de su gente, es dura. Porque todo va deprisa y lento a la vez, porque en las pobladísimas aceras eres únicamente un número más. Cruzar los semáforos que te llevan a la calle Madero, por ejemplo, en pleno centro, es darse de frente con la realidad cuando ves que del otro lado cruza en sentido contrario la marabunta. Todo el mundo sabe donde tiene que ir y va, y, también sabe que no tiene tiempo que perder. En esta ciudad no hay tiempo para tonterías, qué va, todo es un "siga derecho".
Lo que tienes que saber
Eje Central es el cruce peatonal más transitado de América Latina con 300 mil personas atravesando a diario y más de un millón de personas tomando este camino en días feriados y puentes.