Arqueologiamexicana
Eduardo Matos Moctezuma
Esta idea muy difundida y que escuchamos en no pocas ocasiones no está ajustada a la realidad. Basta acudir a documentos de soldados que fueron testigos de los hechos de la conquista, como los relatos de Bernal Díaz del Castillo, y a las Cartas de Relación de Hernán Cortés para percatarse que tal idea está muy lejos de ser verdad. A esto se unen diversas fuentes indígenas en las que podemos leer mayor información sobre el tema, tal como lo veremos a continuación.
Cuando Cortés sitia las ciudades mexicas de Tenochtitlan y Tlatelolco pone en práctica un plan para tratar de vencer la resistencia indígena. Nos dice el capitán español en su tercera Carta de Relación, enviada al rey de España, que una de las estrategias que empleó fue la de cortar el agua potable que llegaba a Tenochtitlan por medio del acueducto que la traía desde Chapultepec: “que era quitarles el agua dulce que entraba a la ciudad, que fue muy grande ardid” (Cortés, s.f., pp. 325-326).
Para el ataque divide sus fuerzas en tres grandes grupos y prepara los bergantines para asolar estas ciudades. Como se recordará, Tenochtitlan se encontraba en medio del lago de Texcoco y se unía a tierra firme a través de grandes calzadas como las de Tacuba, por el poniente, la de Tepeyac, por el norte, y la de Iztapalapa hacia el sur, además de miles de canoas que transportaban personas y productos entre las dos ciudades lacustres y la tierra firme. Pues bien, Cortés pone a Pedro de Alvarado en la ciudad de Tacuba con “treinta de caballo, y diez y ocho ballesteros y escopeteros, y ciento y cincuenta peones de espada y rodela, y más de veinte y cinco mil hombres de guerra de los de Tascaltécal”. A Cristóbal de Olid lo ubica en Coyoacan con “treinta y tres caballos, y diez y ocho ballesteros y escopeteros, y ciento y sesenta peones de espada y rodela, y más de veinte mil hombres de guerra de nuestros amigos...”. Gonzalo de Sandoval ocupa Iztapalapa con “veinticuatro de caballo, y cuatro escopeteros y trece ballesteros, y ciento y cincuenta peones de espada y rodela; los cin cuenta dellos, mancebos escogidos, que yo traía en mi compañía, y toda la gente de Guajucingo [Huejotzingo] y Chururtecal [Cholula] y Calco [Chalco], que había más de treinta mil hombres” (Cortés, s.f., pp. 323-324).
Por su parte, Bernal Díaz señala cifras más o menos similares, aunque dice que el número de indígenas que acompañaban a cada cuerpo de ejército era de ocho mil hombres (Díaz del Castillo, 1943, pp. 106-107). Por su parte, Cortés asume el mando de los 13 bergantines contando para ello con 300 hombres, “todos los más gente de la mar y bien diestra; de manera que en cada bergantín iban veinte y cinco españoles, y cada fusta llevaba su capitán y veedor y seis ballesteros y escopeteros” (Cortéz, s.f., p. 324).
Como podemos ver, fueron alrededor de 800 españoles más cerca de 75 mil indígenas enemigos de Tenochtitlan los que llevaron a cabo la conquista. Crónicas indígenas como el Relato de la Conquista , escrito en 1528 por un indígena anónimo de Tlatelolco, relatan lo que fueron los últimos enfrentamientos entre los dos bandos. Así, leemos pasajes como éste que marca el final de la contienda:
Y esto fue todo. Habitantes de la ciudad murieron dos mil hombres exclusivamente de Tlatelolco. Fue cuando hicimos los de Tlatelolco armazones de hileras de cráneos [tzompantli]. En tres sitios estaban colocados estos armazones. En el que está en el Patio Sagrado de Tlilan es donde están ensartados los cráneos de nuestros amos [españoles].
En el segundo lugar, que es Acacolco, también están ensartados cráneos de nuestros amos y dos cráneos de caballo.
En el tercer lugar, que es Zacatla, frente al templo de la Mujer [Cihuacóatl], hay exclusivamente cráneos de tlatelolcas.
Y así las cosas, vinieron a hacernos evacuar. Vinieron a estacionarse en el mercado.
Fue cuando quedó vencido el tlatelolca, el gran tigre, el gran águila, el gran guerrero. Con esto dio su final conclusión la batalla.
Fue cuando también lucharon y batallaron las mujeres de Tlatelolco lanzando sus dardos. Dieron golpes a los invasores; llevaban puestas insignias de guerra; las tenían puestas. Sus faldellines llevaban arremangados, los alzaron para arriba de sus piernas para poder perseguir a los enemigos. [...] Y todo esto pasó con nosotros.
Nosotros lo vimos, nosotros lo admiramos; con esta lamentosa y triste suerte nos vimos angustiados (Relato de la Conquista, 2003).