Luis Pancorbo. Algarabía
¿Te has preguntado —si es que no la has probado aún—, a qué sabe la carne humana?
¿Y cuál será más sabrosa: la blanca, la morena o la negra? En este artículo, su autor no sólo despeja esa duda, sino los verdaderos y ancestrales motivos de la antropofagia.
La perspectiva del canibalismo se bifurca constantemente en lo simbólico —conseguir el poder o el valor de a quien se come— y las razones meramente alimenticias. Esto último se considera grosero incluso por los propios caníbales, y son muchos sus testimonios sobre que ellos no comen carne humana porque les falten proteínas o porque no tengan otro remedio, sino por motivos superiores.
Pues bien, dando un paso más en esa dirección, aunque en distinto contexto cultural, encontraríamos a quien hace del canibalismo un supremo acto gastronómico, y el ejemplo más notorio, y ficticio, es el de Hannibal Lecter.
Sin embargo, ese tipo loco, el psiquiatra de las novelas de Thomas Harris, es un personaje por el
que han pasado numerosas capas de pintura cultural y occidental.
No habría sido posible llegar a un Lecter
sin tener en las espaldas un teórico de la gastronomía como Brillat-Savarin, que situaba todo, y eso significa el universo entero. En el plano de la vida que no es nada sin alimento, y así lo declaraba en el prefacio de su Fisiología del gusto. «Los animales se alimentan; el hombre come: sólo un hombre de ingenio sabe cómo comer».1
Carne de mamíferos
El esquimal come lengua de ballena con delectación y el beduino tiene como lo más sabroso del mundo la joroba de un camello. Lo cual nada dice a un japonés que traga angulas vivas con un lingotazo de sake por la emoción de sentirlas vibrar en el estómago. Y muchas más cosas de este tipo tienen en Japón, por ejemplo, el fugu, pez globo que puede resultar mortal si no se limpia bien su bilis. Pero el canibalismo y el pescado no se relacionan estrechamente, a diferencia del canibalismo y los mamíferos.
La carne de cordero hacía olvidar en Europa cualquier otra ambición alimenticia:
«Deja que la pierna de cordero sea esperada como la primera reunión de los amantes, mortificada como un mentiroso cogido en el acto, dorada como una joven alemana y sangrienta como un caribe».2
La humanidad ha hecho sabroso el mundo usando su imaginación.
Pero también es una cuestión cultural, de aplicar simbolismos, signos y complicidades.
Hasta los alimentos más repugnantes lo son según
en qué países: en Guinea Ecuatorial, antes española, gustan como manjar extremo la trompa de elefante.
En Filipinas gustan los huevos de pato con embrión dentro, y en China entierran los huevos hasta que estén suficientemente podridos y sabrosos para su gusto.
Si uno mira bien, en Vietnam no siempre comen perros y serpientes, y deliciosos rollos de papel de arroz, sino un cuenco de fideos con una jarra de alcohol de arroz donde se macera un notable pene de búfalo. Como todo es relativo, hay a quien se le hace agua la boca con un plato de hormigas culonas o con unos sesos de mono, que es lo más cercano a la infracción alimenticia más completa, el borde mismo de comer a un semejante, aunque, según la referencia que recopila Derek Townsend, la carne humana es «sabrosa [...] y no menos nutritiva que la de otros animales».
Conoce los banquetes a prueba de muerte
Sin embargo, el aspecto nutricional de la carne humana no es siempre el que prevalece: «Ni la fiebre por la carne ni una severa deficiencia proteínica parece haber sido un factor clave en la evolución de esa práctica».
Más bien, el ciclo de acontecimientos conducentes al canibalismo empezó con la necesidad de defender derechos del grupo, derechos de caza, y para regir ciertos territorios.
Las consecuencias fatales derivadas de las batallas inevitables tuvieron así un aprovechamiento apropiado, ya que cuando un grupo vive día a día de los recursos que tiene inmediatamente al alcance de la mano, es inverosímil que desperdicie semejante cantidad de carne, sea el muerto un amigo o un enemigo».3
El canibalismo según Julio Verne
En su novela Los hijos del capitán Grant (1868), Julio Verne diserta sobre el canibalismo entre los maoríes de Nueva Zelanda a través de su personaje, el geógrafo Paganel:
«Los neozelandeses son los más crueles, por no decir los más glotones, de los antropófagos. Pretenden que, al devorar el cadáver de un enemigo, destruyen su parte espiritual, heredando así su alma, su energía, su valor, encerrados principalmente en el cerebro, el cual figura en los festines como plato preferente
y selecto».
«Los maoríes prefieren la carne zelandesa a todas las demás, porque tiene un aroma exquisito».
«En cuanto a la blanca, no la aprecian tanto, porque los europeos mezclan
sal en sus alimentos, lo
cual comunica a su carne un tufillo especial, poco agradable a los gastrónomos. El salvaje que ha saboreado carne humana, difícilmente renunciará a ella».
Necesidad de carne
La antropofagia es un tema que hoy asusta por su salvajismo, por referirse a tiempos y culturas exóticas, y precisamente salvajes. Pero se olvida el canibalismo propio, tanto el antiguo que fue colectivo, como
los casos esporádicos de la actualidad.
Saborea las debilidades de la carne
Durante las hambrunas que azotaron Europa en los siglos ix y x, el hambre hacía mirar para otro lado cuando la gente conseguía carne en el mercado. Una carne quizá obtenida de la muerte de viajeros por parte de bandas de asesinos.
Hubo hombres cerdo, y con toda certeza.
A los indios caribes se les atribuyó una especie de menú ideal: «la carne de los holandeses carecía de aroma; los españoles eran demasiado grasos y con muchas ternillas, los ingleses muy buenos pero un poco dulces; mientras los franceses eran deliciosos y se merecían la medalla de oro entre
los europeos». Fueron supercherías, maldades que se iban propagando un poco al estilo de los chistes con prejuicios étnicos.
El caníbal gourmet
Otra cuestión es la delicadeza de la cocina caníbal según Roland Topor. Ahí estamos
ya dentro del pánico, y como
tal hay que tomar recetas como ésta: «Deje dorar cuatro o cinco rodajas de hígado de una suiza [...] coloque encima
una loncha de tocino, perejil, cebolla y ajos, todo muy picado; añada finas hierbas». Lo mejor era meterlo en el horno envolviendo ese hígado en un papel de periódico, muy útil luego para presentar el plato en la página de los anuncios por palabras.
Un surrealista como Topor también era capaz de sintetizar la provocación:
«El hombre es el mejor alimento para el hombre».
Y daba algunos consejos obvios sobre colores: «La carne está sana cuando es de un bonito rojo vivo, cuando la grasa es blanca y consistente».
Todo era posible en la cocina de Roland Topor4 :
el miope gratinado, los muslos de las chicas «piernas al aire, la lengua de fumador o pene salteado. En la edición ominosa de Algarabía [http://algarabiashoppe.com/product/algarabia-131/] encontrarás este artículo completo, con las historia de los simios asesinos y las lecciones de ágrafos, lee y sabrás.