Por: Blanca Paredes Gudiño. Arqueología Mexicana
Gracias a documentos del siglo XVI, Tula ha sido identificada como la antigua Tollan Xicocotitlan, que significa “la Tollan junto al cerro Xicuco”. Según el investigador Nigel Davies, la palabra Tula viene del náhuatl tollan, que para muchos quiere decir “lugar de tules o juncos”, cuya abundancia da la idea de una multitud y que, por lo tanto, en sentido figurado se refiere a una metrópoli.
Tras la caída de Teotihuacan surgió Tula como un gran centro urbano, el cual se encontraba en medio de un valle, flanqueado por los ríos Tula y Rosas, y rodeado de elevaciones significativas en la historia prehispánica de la ciudad. Entre esas elevaciones están el llamado Tesoro (Toltecatépetl), donde se localiza la mayor parte de las estructuras que se pueden visitar; el Cerro de la Malinche (el pequeño Coyahualco), situado al suroeste del sector principal y donde se encuentran esculpidas las imágenes de relevantes personajes en la historia de la antigua Tallan, como Ce Ácatl Topiltzin Quetzalcóatl -nombre del sacerdote y de su gobernante y del dios principal de los toltecas-, Cintéotl, diosa del maíz, junto con los numerales 1 ácatl, "1 caña", 8 técpatl, "8 pedernal ", y 4 ácatl, "4 caña", relacionados con la fundación de la ciudad. También se encuentran el Cerro Magoni (Nonoalcatépetl), al oeste; el cerro El Cielito, al sureste, y el Xicuco, al norte. Todos son puntos de referencia obligados de una de las más importantes ciudades prehispánicas del Altiplano Central, la cual alcanzó una extensión de aproximadamente 16 km cuadrados en su momento de mayor esplendor y, de acuerdo a varios estudios de superficie, tuvo una población de entre 60 000 y 80 000 habitantes.
Además de haber albergado a grupos toltecas que desarrollaron artes y oficios, en Tula se dio un fuerte impulso al intercambio comercial a grandes distancias, lo cual se reflejó en la composición de la sociedad, una población multiétnica y estratificada con una gran diversidad de costumbres, conocimientos e ideas religiosas.
Desde sus orígenes, la ciudad fue asentamiento de grupos migrantes, como los tolteca chichimecas y los nonoalca-chichimecas, quienes se disputaron el control político y económico de la región. Hubo también la presencia de otros grupos que dejaron constancia de su paso por Tula y que posteriormente se trasladaron hacia otras partes de Mesoamérica, como lo indican las frecuentes remodelaciones y ampliaciones de las construcciones. Uno de los elementos más significativos de la historia de la gran Tollan Xicocotitlan es el culto al dios Quetzalcóatl, en su advocación como Serpiente Emplumada, en su transformación en Tlahuizcalpantecuhtli o Lucero del Alba, o como Ehécatl, dios del viento, todos asociados a una gran riqueza iconográfica que se refleja en el centro cívico y religioso de Tula Grande y en el edificio conocido como el Corral. Otra de las deidades sobresalientes a las que se les rindió culto fue a Tláloc, quien, además de estar frecuentemente representado en lápidas que adornan los edificios, se encuentra en vasijas de cerámica.
Blanca Paredes Gudiño, “Tula, Huapalcalco y Tepeapulco, Hidalgo”, Arqueología Mexicana, núm. 72, pp. 80-87
Blanca Paredes Gudiño. Arqueóloga por la ENAH con estudio de maestría en historia en la FFYL, UNAM. Investigadora de la Dirección de Registro Público ele Monumentos y Zonas Arqueológicos del INAH y profesora de la ENAH y la FFYL, UNAM.
Texto completo en la edición impresa. Si desea adquirir un ejemplar:
Gracias a documentos del siglo XVI, Tula ha sido identificada como la antigua Tollan Xicocotitlan, que significa “la Tollan junto al cerro Xicuco”. Según el investigador Nigel Davies, la palabra Tula viene del náhuatl tollan, que para muchos quiere decir “lugar de tules o juncos”, cuya abundancia da la idea de una multitud y que, por lo tanto, en sentido figurado se refiere a una metrópoli.
Tras la caída de Teotihuacan surgió Tula como un gran centro urbano, el cual se encontraba en medio de un valle, flanqueado por los ríos Tula y Rosas, y rodeado de elevaciones significativas en la historia prehispánica de la ciudad. Entre esas elevaciones están el llamado Tesoro (Toltecatépetl), donde se localiza la mayor parte de las estructuras que se pueden visitar; el Cerro de la Malinche (el pequeño Coyahualco), situado al suroeste del sector principal y donde se encuentran esculpidas las imágenes de relevantes personajes en la historia de la antigua Tollan, como Ce Ácatl Topiltzin Quetzalcóatl -nombre del sacerdote y de su gobernante y del dios principal de los toltecas-, Cintéotl, diosa del maíz, junto con los numerales 1 ácatl, "1 caña", 8 técpatl, "8 pedernal ", y 4 ácatl, "4 caña", relacionados con la fundación de la ciudad. También se encuentran el Cerro Magoni (Nonoalcatépetl), al oeste; el cerro El Cielito, al sureste, y el Xicuco, al norte. Todos son puntos de referencia obligados de una de las más importantes ciudades prehispánicas del Altiplano Central, la cual alcanzó una extensión de aproximadamente 16 km cuadrados en su momento de mayor esplendor y, de acuerdo a varios estudios de superficie, tuvo una población de entre 60 000 y 80 000 habitantes.
Además de haber albergado a grupos toltecas que desarrollaron artes y oficios, en Tula se dio un fuerte impulso al intercambio comercial a grandes distancias, lo cual se reflejó en la composición de la sociedad, una población multiétnica y estratificada con una gran diversidad de costumbres, conocimientos e ideas religiosas.
Desde sus orígenes, la ciudad fue asentamiento de grupos migrantes, como los tolteca chichimecas y los nonoalca-chichimecas, quienes se disputaron el control político y económico de la región. Hubo también la presencia de otros grupos que dejaron constancia de su paso por Tula y que posteriormente se trasladaron hacia otras partes de Mesoamérica, como lo indican las frecuentes remodelaciones y ampliaciones de las construcciones. Uno de los elementos más significativos de la historia de la gran Tollan Xicocotitlan es el culto al dios Quetzalcóatl, en su advocación como Serpiente Emplumada, en su transformación en Tlahuizcalpantecuhtli o Lucero del Alba, o como Ehécatl, dios del viento, todos asociados a una gran riqueza iconográfica que se refleja en el centro cívico y religioso de Tula Grande y en el edificio conocido como el Corral. Otra de las deidades sobresalientes a las que se les rindió culto fue a Tláloc, quien, además de estar frecuentemente representado en lápidas que adornan los edificios, se encuentra en vasijas de cerámica.
Blanca Paredes Gudiño, “Tula, Huapalcalco y Tepeapulco, Hidalgo”, Arqueología Mexicana, núm. 72, pp. 80-87
Blanca Paredes Gudiño. Arqueóloga por la ENAH con estudio de maestría en historia en la FFYL, UNAM. Investigadora de la Dirección de Registro Público ele Monumentos y Zonas Arqueológicos del INAH y profesora de la ENAH y la FFYL, UNAM.
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