La jornada
Fez, Marruecos. Escondida en el laberinto de calles de la medina de Fez, antigua capital imperial de Marruecos, se halla la biblioteca más antigua del mundo.
Uno apenas percibe su oscura puerta de madera tallada en el mismo lugar donde se halla, la plaza de los herreros, donde artesanos atareados repujan el cobre a mano, en medio de un ruido ensordecedor y bajo la mirada fascinada de los turistas.
Una vez atravesado el umbral, una primera escalera de cerámica jaspeada en verde y azul --el famoso azul de Fez-- cautiva la mirada y deja adivinar lo que vendrá después.
La biblioteca Al-Qarawiyyin, a menudo presentada como la más antigua del mundo, como salida de un cuento de Jorge Luis Borges, reabre tras varios años de restauración. De momento no está abierta al público y sólo es accesible a los investigadores y a algún afortunado periodista.
Al-Qarawiyyin, que alojaba una mezquita y una universidad, fue fundada en 859 por una mujer, Fátima Al-Fihri, hija de un rico mercader, llegada a Fez bajo el reino de la dinastía idrisí
Morada de la sabiduría
Esta "morada de la ciencia y la sabiduría" se convirtió en uno de los centros intelectuales del mundo árabe. Tratados de ciencias islámicas, de astronomía, de derecho y de medicina le fueron legados a lo largo de los siglos por sabios, sultanes y princesas.
La mezquita de belleza deslumbrante sigue allí, pero la universidad se ha mudado a locales modernos. La actual biblioteca, adyacente a la mezquita bajo un mismo techo de tejas color esmeralda, fue edificada por el sultán benimerín Abu Inan en el siglo XIV. Fue renovada en profundidad en 1940 por Mohamed V, padre del actual rey de Marruecos.
"La primera restauración tuvo lugar en 2004, la segunda acaba de concluir. Solo faltan algunos acabados y la electricidad", explica Boubker Jouane, director adjunto de la biblioteca.
Bajo una imponente estructura decorada con arabescos y dominada por los tonos rojos, iluminada por una majestuosa araña de cobre, la sala de lectura es vecina a la que alberga más de 20 mil volúmenes.
Una escalera conduce a la sala más importante de la biblioteca, la de los manuscritos, cuyo acceso está protegido por dos pesadas puertas de hierro, sistema de alarma y videocámaras.
Los postigos de madera están cerrados para filtrar la luz del día. Alineados sobre banales estanterías de metal, los preciosos manuscritos están cubiertos por carpetas de cartón grisáceo. Dos sillas y una simple mesa, sobre la que está posada un almohadón de terciopelo verde e hilo dorado, sirven para efectuar las consultas.
Lo escrito me pertenece
Unos tres mil 800 títulos --algunos de valor inestimable-- están depositados en este lugar. Como por ejemplo el Tratado de medicina de Ibn Tofail, filósofo y médico del siglo XII. "Desde la calvicie hasta los callos de los pies, todos los males del cuerpo están catalogados, pero bajo la forma de un poema, para facilitar su aprendizaje", explica Jouane. La palabra diabetes, de origen griego, ya figura.
Otro tesoro: una copia manuscrita del Kitab al-Ibar del historiador y filósofo Ibn Jaldún. Su tratado de historia lleva un párrafo manuscrito del autor andalusí: "Loanzas a Dios, lo que está escrito me pertenece".
Entre otros descubrimientos también se puede consultar un tratado de astronomía del filósofo persa Al Farabi sobre el movimiento de Júpiter, con dibujos de extraordinaria precisión. Y una enciclopedia de la doctrina musulmana, del abuelo del famoso Averroes: un libro de 200 páginas encuadernado en piel de gacela, de minúscula caligrafía, con iniciales ilustradas con tinta dorada.
Y finalmente, "la pieza más solicitada", que también data del siglo XII: el Evangelio de Marcos, traducido al árabe "probablemente por un cristiano ilustrado de Andalucía, llegado a la universidad para aprender el árabe", indica Jouane, que saluda "el increíble nivel de tolerancia" que imperaba en aquella época.
La biblioteca contaba con 30 mil manuscritos cuando fue creada por Abú Inán. Sin embargo, a lo largo de las disnastías y las peripecias de la Historia, muchos de ellos fueron destruidos, robados o vandalizados, sobre todo durante el período colonial.
"Queda muy poco con relación a lo que había antes", precisa Jouane. "Pero a estas riquezas inestimables ahora las vamos a cuidar".