Se cumplen hoy 15 años de la muerte del ensayista, narrador y poeta, autor de influyentes obras de la literatura mexicana como Varia invención y Bestiario
RAFAEL MIRANDA BELLO. EXCÉLSIOR
Creyente apasionado de las posibilidades artesanales del lenguaje, Juan José Arreola practicó la esgrima del verbo espontáneo, y fue tan diestro en el malabarismo de la palabra improvisada como espléndido en la invención de asombros literarios. Fabulador de obra reducida, pero prodigiosa, Borges cifró su labor narrativa –en el volumen de los Cuentos fantásticos del escritor que murió en Guadalajara, Jalisco, el 3 de diciembre de 2001, incluido en la Biblioteca Personal del autor argentino— bajo el signo de la libertad: “Libertad de una ilimitada imaginación, regida por una lúcida inteligencia”. Mientras que en el libro titulado Poesía en movimiento, Paz definió algunos de sus cuentos como “verdaderos poemas en prosa”, que no carecían de “fantasía, humor, y el elemento poético por excelencia, el elemento explosivo: lo inesperado (...) La corriente que transmiten esas transparentes paradojas es de alto voltaje”, afirmó el Nobel de Literatura. Y Cortázar, en una carta de 1954, luego de elogiar la puntería literaria de Arreola, a quien consideraba ante todo un poeta —“usted no puede ver las cosas más que con los ojos del poeta”, afirmaba–, y asombrado con la capacidad fulminante de sus narraciones breves, escribió: “Usted es una hormiga león, si son las hormigas león las que hacen un embudo en la arena para que sus víctimas resbalen al fondo. Cuatro palabras y zás, adentro. Pero vale la pena ser comido por usted”.
APEGO A LAS LETRAS
Originario de Zapotlán el Grande, Jalisco, Arreola nació el 21 de septiembre de 1918. En el texto De memoria y olvido —bisagra biográfica de las singulares ficciones que pueblan el Confabulario (1952)—, hace una evocación del comienzo de su vida entre animales de rancho, y cuenta: “Di los primeros pasos seguido precisamente por un borrego negro que se salió del corral. Tal es el antecedente de la angustia duradera que da color a mi vida, que concreta en mí el aura neurótica que envuelve a toda la familia y que por fortuna o desgracia no ha llegado a resolverse nunca en la epilepsia o la locura. Todavía este mal borrego negro me persigue y siento que mis pasos tiemblan como los del troglodita perseguido por una bestia mitológica”.
A consecuencia de la Guerra Cristera —que alborotó los prejuicios religiosos de su familia y lo mantuvo alejado de las aulas escolares—, creció alimentando su apego natural por la letras, y muy pronto leyó a Dante, a Baudelaire, a Whitman, y encontró un cosmos de influencia estilística en las obras de Papini y Marcel Schwob. En la década de los treinta fue aprendiz de encuadernador, y mientras trabajaba como dependiente en diferentes tiendas de Guadalajara, vertió sus primeros esfuerzos literarios en pedazos de papel de envoltura. Por esos años también comenzó a actuar, y en 1945 viajó a París para hacer estudios de arte dramático, auspiciado por el actor Louis Jouvet, e incluso llegó a presentarse en el escenario de la Comedia Francesa.
A su regreso a México, trabajó en el Fondo de Cultura Económica haciéndose pasar por filólogo y gramático, y se desempeñó como traductor, redactor y corrector. Su oficio narrativo echó raíces con la publicación del libro Varia invención (1949), y años después, Cortázar escribió en la carta ya citada: “Me parece que lo mejor de Confabulario y de Varia invención nace de que usted posee lo que Rimbaud llamaba ‘le lieu et la formule’, la manera de agarrar al toro por los cuernos y no, ay, por la cola como tantos otros que fatigan las imprentas de este mundo. Y por eso acabo de leer sus cuentos —y releer los que más me gustan, y después superleerlos, que consiste en leerlos en el recuerdo—, y estoy contento”.
EN SU TINTA
Además de ser un ajedrecista empedernido —que siempre prefirió afrontar cualquier desafío en la infinitud bélica de los escaques, antes que enzarzarse en una partida solitaria en el tablero insondable de la página en blanco—, Arreola ensayó jugadas relevantes en el frente editorial. En Guadalajara fundó la revista Eos —en la que publicó el cuento Hizo el bien mientras vivió (1943)—, y más tarde, junto a Rulfo y Antonio Alatorre, dio a la imprenta otra que se llamó Pan. En la Ciudad de México, a partir de 1950, dirigió la editorial Los presentes, en la cual llegó a publicar un par de series que ejercieron un peso considerable en el panorama literario de la época. Entre 1958 y 1963 dedicó su atención a los Libros y Cuadernos del Unicornio, y de 1964 a 1967, impulsó Mester, una revista y proyecto editorial que involucraba a los integrantes de su Taller Literario.
Sólo me gustaría apuntar, que confabulados o no, el autor y sus lectores probables sean la misma cosa. Suma y resta entre recuerdos y olvidos, multiplicados por cada uno”, escribió el autor de Bestiario (1959), que al principio tuvo el título de Punta de plata, y recoge los Cantos del mal dolor y Prosodia —que con elocuencia él mismo calificaba de “prosa poética y poesía prosaica”–; La feria (1963), novela coral que recrea la historia de su pueblo natal; y Palindroma (1971), una reunión de textos que se amplía con Variaciones sintácticas y Doxografías.
En total, algunos cientos de extraordinarias páginas que parecen pocas —y en las que se han encontrado algunas vetas de misoginia no del todo involuntarias—, pero en las cuales, como apuntó certeramente Felipe Garrido al prologar la Narrativa completa de quien fue bautizado por su hijo Orso como “el último de los juglares”, sus muchas virtudes “están coronadas por el taimado arte de sacarle ventaja al lector; de administrar a voluntad lo que se dice y lo que se calla; de avanzar con el paso justo y la palabra precisa. Dueño del oficio, conocedor profundo de los mecanismos del cuento, Arreola es un prodigio de economía, de no decir sino lo esencial”.
En una charla que mantuvo con Fernando del Paso, incluida en el “libro hablado” Memoria y olvido, el visionario que se dedicó a contar lo que aprendió las pocas horas que su boca estuvo “gobernada por el otro”, y lo que oyó, “un solo instante a través de la zarza ardiente,” dijo: “Porque me ha sido dada la palabra me pierdo en palabras y no puedo hallar la palabra que realmente me defina. En el fondo no sé quien soy. Me escondo tras una muralla de palabras. Me oculto, como el calamar, en su mancha de tinta”.
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