Enrique Vela. Arqueología Mexicana
En el paisaje arqueológico de México, las pirámides constituyen el elemento más llamativo. De tal manera que para la mayoría el término “pirámides” se asocia, en primera instancia, al total del conjunto de vestigios relacionados con las culturas prehispánicas, aunque también se le utiliza para referirse en específico a aquellas construcciones que a la sola vista se perciben especiales.
De hecho, varios de los nombres que ahora reciben muchas de las estructuras principales van acompañados por el calificativo de pirámide, por ejemplo: la Pirámide del Sol y la Pirámide de la Luna en Teotihuacan, estado de México, o la Pirámide de los Nichos en Tajín, Veracruz, sin duda monumentos emblemáticos de la época prehispánica.
Esas grandes construcciones representaban para las sociedades prehispánicas sus obras de mayor calado y significado. Hoy en día son elementos icónicos no sólo por su atributos estéticos, sino por lo que convocan sobre sus constructores: sociedades con complejos rituales, con organizaciones capaces de mandatar su construcción y con eficientes técnicas para lograrla. En la medida en que eran edificios cargados de simbolismo, que constituían elementos indispensables en el desarrollo de la vida ritual, no es extraño encontrar representaciones de ellas en la iconografía prehispánica. Se les plasmó lo mismo en grabados y pintura mural que en maquetas, muy probablemente para recrear a otra escala los ritos que se efectuaban en las pirámides, con la misma intención que debieron tener las representaciones de templos en los patios de algunas estructuras teotihuacanas.
En los códices prehispánicos también se encuentran representaciones de esos grandes templos, las cuales permiten percatarse de la complejidad de su decoración. Debe tomarse en cuenta que esas grandes construcciones que ahora estamos habituados a ver en la simple monocromía de la piedra, estuvieron en su momento totalmente pintadas en vivos colores y con una multitud de motivos de hondo significado. En varios documentos posteriores a la conquista aparecen asimismo representaciones de esos edificios que si bien muestran ya la influencia europea sobre la mano indígena que los elaboró, reflejan adecuadamente sus características. Durante la Colonia y a lo largo del siglo XIX, las pirámides llamaron la atención de los viajeros y estudiosos, quienes elaboraron representaciones, las más de las veces idealizadas. Con la profesionalización de la arqueología y la exploración de un buen número de esas estructuras, las representaciones tendieron a ser cada vez más fieles y hoy en día se cuenta con registros detallados que dan cuenta de cada elemento constructivo y decorativo.
En el México moderno persiste la presencia de las pirámides, no sólo como edificios que pueden admirarse en las zonas arqueológicas abiertas al público sino como elemento distintivo recurrente en nuestra numismática; también han sido fuente de inspiración para artistas como Diego Rivera y en varias construcciones es palpable la intención de los arqui-tectos de tomarlas como modelo.
Vela, Enrique, “Las pirámides de México. Visual”, Arqueología Mexicana núm. 101, pp. 40-51.
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