Por Jair Cortés. La Jornada Semanal
Cuando hemos perdido algo y se asoma el retoño de la nostalgia, una bruma desciende sobre nosotros (a un mismo tiempo dulce e hiriente); de pronto, entre esas nubladas zonas del alma, comenzamos a escuchar, a lo lejos, una voz que canta lo perdido, una voz que se aproxima lenta, y nos seduce por la ternura y angustia que provoca. Acompañada por el sonido de diversos instrumentos como el acordeón, el violín, el piano, la guitarra y una batería, la voz asciende, en espirales, in crescendo, hasta que la soledad encuentra un sentido, porque aquello que ya no está nos ha sido devuelto a través de la música. Esa voz, ese desgarrar el aire con melódicos lamentos, pertenece a Óscar Coyoli, un joven músico nacido en Ciudad de México en 1983, autor de tres discos (Una tarde de domingo en la isla de la Grande Jatte, Bemót y El mar valiente), en los que podemos escuchar un complejo proyecto que comprende la construcción de atmósferas de índole reflexiva y contemplativa que desembocan en territorios tempestuosos, claroscuros del alma, solitarias presencias citadinas o nocturnos y marítimos escenarios que la memoria evoca.
Las canciones de Óscar Coyoli son piezas redondas, letras con una gran carga poética, como en “Valenta”, una de las canciones más hermosas de su repertorio: “Son mis brazos los que agitan mares/ mares de inefable añoranza/ que en marea arrastran mil matanzas/ y en sosiego sólo remembranzas/ Para que si los cuerpos solos floten/ A la deriva y quien quiera recordar/ Son los cuerpos los que traen el oleaje/ apacibles sin tormentos ni desastres/ ahogados por mi mano y mis palabras/ y en agresiva vida por mi alma/ Para que si los restos de nostalgia floten/ a la vida y quien quiera recordar/ Para que al fin mis brazos puedan recordar/ Para que al fin mis brazos en sosiego puedan hundir/ Para que al fin mis brazos en la calma puedan caer.” Su música dialoga con otras artes como la literatura (con la obra de Marguerite Duras), la pintura (con obras de Paul Klee, Georges Seurat y William Blake) y con la misma música (Radiohead, y los géneros musicales como el folk y el noise).
En sus presentaciones en vivo, Óscar Coyoli (cuyo apellido significa en náhuatl “cascabel”) y los talentosos músicos que lo acompañan, logran que la música se torne viva, orgánica, de tal modo que la improvisación es parte esencial de la forma en la que su autor entiende la música: como la respiración que alimenta las emociones y deriva en un sentimiento de comunión que comparte el público que lo escucha. Cuando canta, el idioma abandona, por momentos, su significado para reinventarse, explorando nuevas posibilidades sonoras; así, su expresiva voz está en un punto intermedio entre el canto y el llanto. Músico de altos vuelos espirituales, Óscar Coyoli nos entrega canciones que son paisajes del alma, piezas que van de la ternura a la violencia, del susurro al grito, de la calma a la locura.