Algarabía
En la florentina vía Ricasoli se encuentra la Galería de la Academia, universalmente famosa por albergar la más extraordinaria escultura de todos los tiempos.
En la florentina vía Ricasoli —que une la plaza del Duomo con la de San Marcos—, se encuentra la Galería de la Academia, universalmente famosa por albergar la más extraordinaria escultura de todos los tiempos: el David de Miguel Ángel.
Esta obra formidable es, en efecto, la joya del museo, y también uno de los principales atractivos de la ciudad de Florencia: millones de viajeros visitan cada año la cuna del Renacimiento soñando con la posibilidad de encontrarse cara a cara con el célebre «Gigante», que fascina tanto por la historia de su elaboración como por el genio legendario de su autor, de quien la Academia expone además otras estatuas sobresalientes.
Giorgio Vasari
El origen de la Galería de la Academia se remonta a 1339, cuando los pintores, escultores y arquitectos residentes en Florencia constituyeron la Confraternidad de San Lucas. Este gremio fue adquiriendo importancia a medida que la capital de Toscana se convertía en un centro artístico de primer orden, lo que llevó a Cosme i de Médicis a fundar en 1562, con base en un proyecto de Giorgio Vasari, la Accademia delle Arti e del Disegno, dedicada a la enseñanza y la práctica de las bellas artes.
Para él, cada imagen se hallaba idealmente contenida en la piedra, su misión como escultor era liberarla.
Fue el duque Piero Leopoldo, el más ilustre representante de la dinastía lorenesa, quien decretó en 1784 que todas las escuelas artísticas florentinas se fundieran en una sola institución, manteniendo el nombre y los estatutos concebidos por Vasari y dotándola de una galería de pintores antiguos para facilitar la labor de los jóvenes alumnos. El gran duque en verdad formó una verdadera ciudadela de las artes ahí.
Un bloque de mármol
En 1501, Miguel Ángel había regresado a Florencia después de pasar cinco años en Roma. La ciudad del Arno estaba dominada entonces por el confaloniero Soderini, que tras la turbulenta época de Savonarola había restaurado la república oligárquica. Con la paz renacían las artes, y el joven escultor no tardó en ganarse la simpatía del nuevo gobernante y en desempeñar rápidamente un papel protagonista, gracias a un enorme bloque de mármol que yacía abandonado, desde mucho tiempo atrás, en la cantera de la catedral. La piedra procedía de Carrara y medía casi cinco metros de altura.
Al parecer, 30 años antes Agostino di Duccio había empezado a esculpir en ella un David, para acabar renunciando al juzgar que el bloque, mal desbastado por un ayudante torpe, era inutilizable.
Soderini se lo había ofrecido a Leonardo da Vinci, pero éste, que consideraba la escultura un arte muy inferior a la pintura, prefirió rehusar el encargo. Para aceptarlo, Andrea Sansovino, antiguo protegido de Lorenzo de Médicis, puso la condición de poder añadir al bloque algunas piezas. Al ser consultado, Miguel Ángel aseguró que no necesitaba postizos y que era capaz de esculpir enteramente el mármol sin disminuir apenas su altura.
El 13 de septiembre de 1501, Miguel Ángel comenzó a labrar el mármol en la misma cantera de Santa Maria dei Fiori, ocultándolo a todas las miradas. Había estudiado detenidamente el bloque maltratado, en el que se veían marcas de cincel y orificios de trépano, y su propósito era adaptarse a aquella accidentada superficie para que los contornos de la nueva figura coincidiesen lo máximo posible con las zonas intactas.
Una obra sin rival
Cuando el «Gigante» fue mostrado a los florentinos, pudo comprobarse que no tenía rival entre las esculturas antiguas, fueran griegas o romanas, ni entre la obras contemporáneas. Miguel Ángel se había ajustado tan hábilmente al bloque, trabajando a flor de mármol, que aún podía verse su superficie primitiva en la parte superior de la cabeza y en la base de la escultura.
Sus honorarios fueron elevados a 400 florines de oro, una cifra que en aquella época resultaba exorbitante.
La fusión de dinamismo y rotundidad, de tensión y reposo, el impresionante naturalismo y la precisión de algunos detalles, como las hinchadas venas de las manos, maravillaron a todos.
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La interpretación realizada por Miguel Ángel del personaje bíblico, transformando al David adolescente en un coloso de vigor sobrehumano, produjo admiración. Para los florentinos, con aquella obra maestra culminaban las búsquedas escultóricas del quattrocento.1
El David no es la única obra de Buonarroti que se conserva en la Galería. Las autoridades de la ciudad quisieron rodearla de otras piezas complementarias que permitieran hacerse una idea global del genio del autor. Si quieres saber más ve Algarabía 136.