Armando Sánchez Pérez. Algarabía
A primera vista podría decirse que hoy en día nadie se interesa por la añeja ciencia o arte de la heráldica, simplemente porque casi nadie sabe qué es.
El Diccionario Heráldico y Nobiliario, de Fernando González- Doria, define heráldica como «la ciencia que, valiéndose de símbolos —llamados representaciones—, subdivisiones en piezas y figuras, sirve para componer, interpretar y diferenciar las armerías».
Los escudos de armas, blasones o armerías, eran otorgados por los monarcas como una merced real o premio, en reconocimiento por alguna hazaña, acto heroico o meritorio y, por lo general, estaban relacionados con algún título nobiliario que ya poseía o que era otorgado al receptor.
Los caballeros y sus blasones
La heráldica nació en la Edad Media, durante el apogeo del feudalismo, en el siglo xii —cuando el emperador Federico i «Barbarroja» estableció las reglas del arte heráldico entre 1150 y 1160—, y adquirió su condición de disciplina organizada y sujeta a reglas en el siglo xiii, cuando los blasones pasaron de tener una naturaleza militar, a ser familiares y hereditarios; su uso se extendió incluso a los clérigos, las mujeres y los gremios.
Sin embargo, no todos los apellidos tienen un escudo heráldico. Sólo cuentan con éste los de las familias nobles que lo recibían directamente del monarca.
Los caballeros
medievales empezaron
decorando sus escudos
para ser reconocidos
e identificados en los
torneos y justas, tenían
el rostro oculto por
sus yelmos, que les
conferían un anonimato
no siempre deseado.
Además, durante las
Cruzadas, los ejércitos
congregaban caballeros de la mitad de los reinos de la cristiandad y entonces era importante manifestar su origen y el señor bajo cuyas órdenes militaban.
–Acércate a la suciedad medieval–
Al principio, las figuras, las divisas y los colores que decoraban el escudo eran elegidos por mero gusto del caballero. Después, se establecieron reglas estrictas que conformaron un complejo sistema simbólico al que debían ajustarse todos los escudos de armas. En esta ocasión hablaremos, sin entrar en particularidades, de esa simbología de colores, figuras y su colocación en la superficie de los escudos.
Los colores
En la heráldica a los colores se les llama «esmaltes». Cada uno tiene un nombre específico y una carga de significado:
El color blanco o plata simboliza la pureza, la fe, el acatamiento y la disciplina. Las familias a quienes se otorgaba este esmalte en sus blasones, debían cultivar la obediencia, la gratitud y la integridad, proteger a doncellas desamparadas y huérfanos, así como servir al monarca en la marina.
El amarillo u oro simboliza la riqueza, la prosperidad, la magnanimidad y la luz. La familia en cuyo blasón campeara el oro debía cultivar las bellas letras, y las cualidades de la nobleza y la generosidad.
El negro o sable conlleva la noción de nocturnidad y de tinieblas; además, simboliza el pudor, la discreción y la prudencia. Los blasones que lo ostentan imponen en sus portadores el deber de defender la religión.
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El rojo o gules simboliza el fuego, la pasión, la valentía y la audacia. Aquel que ostenta el gules en su escudo debe servir al soberano con las armas.
El verde o sinople simboliza la esperanza, además de la amistad, el respeto y la fe. Sus portadores deben al rey el patrocinio y la protección del comercio.
El azul o azur evoca al cielo y al aire; es el color de la diosa Venus y representa el deber de cultivar las virtudes de la justicia, la lealtad y la prudencia. Sus portadores debían auspiciar y proteger la agricultura.
Las figuras
Las figuras empleadas en los blasones —llamados «muebles»— son muy diversas y su presencia podía obedecer a la simple asociación de ideas: un bajel con las velas desplegadas evocaba un viaje marítimo coronado por el éxito, un castillo era testimonio de la conquista de un fuerte sitiado, o unas cabezas de moros reflejarían una victoria sobre guerreros musulmanes.
Muy frecuente es la inclusión de figuras de animales, los cuales representan rasgos humanos: un toro, la fuerza;
un lobo, la ferocidad; un león rampante, la bravura y la nobleza; un perro o un caballo, la fidelidad; un águila, la independencia, la libertad o la capacidad de remontarse
en vuelo y superar a los demás seres.
En otros casos, las virtudes simbolizadas podían ser meramente atribuidas: la sabiduría representada por la serpiente, la paz por la paloma o la reflexión por el búho.
Además de los animales verdaderos, era frecuente la representación de animales fantásticos como el ave fénix, símbolo de la renovación perpetua; la esfinge, custodio de enigmas milenarios; el dragón, que castiga al hombre que lo desafía; el unicornio, que tiene el poder de realizar prodigios, y el pegaso, que se asocia con la diosa Venus, quien lo domó.
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Otra figura recurrente era la cruz, como símbolo del cristianismo. Diversas órdenes de caballería la adoptaron como uno de sus emblemas, y elaboraron cruces de diseño distintivo, como las cruces de Santiago o de Calatrava.
El campo
Otro de los aspectos a considerar en la heráldica
es la integración de la superficie del escudo, a
la que se da el nombre de «campo», que puede conservar su unidad o estar dividido en dos porciones verticales llamadas «cuarteles».
La parte superior del escudo se denomina «jefe», mientras que la inferior se llama «punta»; la parte derecha se designa como «diestra» y la izquierda, «siniestra».
La ubicación de los elementos o figuras representadas en el escudo obedece a un criterio de importancia, categoría o preferencia: el jefe predomina sobre la punta y la diestra sobre la siniestra. En el caso poco frecuente de que exista tan sólo una figura, ésta se coloca al centro
del campo.
Los escudos con frecuencia se adornan con elementos externos llamados «timbres», que no se consideran parte integrante del blasón. Estos timbres suelen ser coronas, yelmos, lábaros, collares de órdenes militares monásticas, palmas o ramas, además de las divisas o lemas adoptados por el portador.
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Los escudos, en ocasiones están soportados por «tenantes» —figuras humanas— o «soportes» —animales u objetos inanimados—; por ejemplo el escudo nacional de la Gran Bretaña tiene como soportes un león rampante a la siniestra y un unicornio reparando sobre sus patas traseras a la diestra.
Los escudos y marcas:
heráldica actual
Aunque lo anterior podría sonar anticuado o legendario, hoy por hoy la heráldica existe y goza
de cabal salud. Incluso en países en los que no hay un régimen monárquico—y, por ende, tampoco una nobleza heredera de blasones—, existen escudos nacionales y locales de gran riqueza simbólica y raigambre histórica.
No podemos dejar de mencionar que la heráldica tuvo mucho que ver con el origen del diseño de marcas; los productos contaban con etiquetas que llevaban escudos heráldicos que indicaban su origen.
Por otro lado, muchas empresas han adoptado íconos que derivan de
los escudos nobiliarios de antaño. ¿Quién no reconocería la estrella de tres puntas del Mercedes Benz?, ¿el escudo esmaltado de colores que adorna la nariz de un Cadillac?, ¿la figura del jaguar rampante que adorna el cofre de los autos ingleses que tienen a ese felino como marca?, ¿el caballo mostrenco, lanzado al galope, que distingue a los Mustang?
Queda claro que la heráldica, adaptada a los tiempos actuales, seguirá teniendo vigencia. ¿Conoces la heráldica de tu apellido?