Hanns J. Prem. Arqueología Mexicana
Si bien el arte de escribir no es un requisito indispensable para lograr un gran desarrollo cultural, los documentos escritos facilitan la administración de un Estado complejo. Los mexicas y sus vecinos del Centro de México empleaban un sistema que, a primera vista, parece sencillo, pero que de hecho mostraba una enorme diversidad y flexibilidad.
Al igual que otras escrituras de la zona occidental de Mesoamérica en el Posclásico, también la escritura de los mexicas y la de sus vecinos cercanos y lejanos era propiamente una combinación de distintos procedimientos de notación, los cuales se complementaban recíprocamente. Uno de estos procedimientos, generalmente descrito como pictográfico, registraba objetos a partir de su representación gráfica, imagen que no debía ser precisamente naturalista sino elaborada mediante formas convencionales de representación que aseguraban la precisión y claridad requeridas. Se empleaba otro procedimiento para registrar un cierto número de palabras, como nombres, fechas y algunos otros tipos de contenidos que no se podían transmitir mediante una representación figurativa. Ninguno de estos procedimientos, por sí solo o en combinación con el otro, estada en condiciones de reproducir un texto continuo palabra por palabra.
El funcionamiento, y la estructuración, de los símbolos verbales es relativamente bien conocido porque, por una parte, después de la conquista de México por los españoles, el idioma náhuatl fue registrado en lengua escrita (con el empleo de caracteres latinos) y, como tal, fue tempranamente documentado con todo detalle. Por otra parte, porque es considerable el número de los documentos conservados (elaborados en su mayoría según la antigua tradición).
Un documento de este tipo es el Códice Boturini (también llamado Tira de la Peregrinación). En él se muestran suficientemente tanto el funcionamiento como la interacción de ambos procedimientos de notación mencionados. El principio de este manuscrito relata a partir de la salida de los aztecas de Aztlan y la primera parada en su peregrinaje, Colhuacan. Lago, islote y travesía se representan de manera concisa y son claramente reconocibles. Con esto la posibilidad de expresión de la pictografía queda agotada y viene a ser provechoso el segundo procedimiento, con frecuencia denominado escritura jeroglífica.
El sistema de escritura
La escritura jeroglífica permite escribir nombres. La transcripción gráfica de antropónimos y topónimos del náhuatl es relativamente fácil, dado que esos nombres son casi siempre comprensibles. Aun cuando por lo general al emplear los nombres su significado apenas se hace consciente, esto abría diversos caminos hacia su fijación escrita a través de la representación del contenido. No importaba si esos nombres tenían en efecto el significado aceptado por los hablantes y los escribanos de náhuatl, como ocurre con Azcapotzalco, que significa “en e l hormiguero”, o si éstos son sólo explicables por medio de una interpretación etimológica popular de nombres extranjeros o arcaicos, como es el caso de Tamoanchan, que, de acuerdo con Sahagún, era entendido como “lugar del descenso” o “nosotros buscamos nuestra casa”, pero que más bien parece ser, en su o rigen, un topónimo huasteco. En la primera página del Códice Boturini aparecen los antropónimos de Chimalman -representado por un escudo circular (chimalli), donde el sufijo, como con frecuencia sucede, no tiene importancia- y Huitzilopochtli. Éste se expresa mediante la imagen de la cabeza de un colibrí (huitzilin), representada a la izquierda (opochtli) de un rostro humano, que indica que el nombre corresponde a la categoría “persona”. En la misma página se ve un tercer nombre, que probablemente designaba a los aztecas aunque no es posible afirmarlo con certeza: se trata del signo sobre la pirámide en la isla. Además se consigna la fecha que se asocia a importantes inicios míticos: 1 técpatl (pedernal).
Este ejemplo muestra que la escritura era del todo funcional, aunque con algunas graves limitaciones. Ello proviene del hecho de que no se trataba de un sistema cerrado: aun cuando se determinaba en los rasgos esenciales mediante una convención, acrecentada históricamente, el inventario de signos no se había fijado con exactitud en proporción ni en estructura. Faltaban también reglas inequívocas para la composición de los signos y la secuencia en la que se leían los elementos. Las formas estandarizadas habían surgido, merced al uso frecuente, sólo para los datos calendáricos constantemente utilizados y para una serie de nombres de personas y de lugares particularmente comunes. Más allá de esto, el escriba debía reorganizar las notaciones requeridas en el marco de sus propias experiencias. De igual manera, su libertad de movimiento era considerable, lo que dificultaba el reconocimiento de los signos y, por tanto, la lectura.
Traducción: Mónica Villicaña
Hanns J. Prem. Doctor en antropología (culturas precolombinas) por la Universidad de Hamburgo. Catedrático emérito de la Universidad de Bonn. Alemania.
Prem, Hanns J., “La escritura de los mexicas”, Arqueología Mexicana núm. 70, pp. 40-43.
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