Julia Santibáñez
La moda no es sólo una industria millonaria, también es reflejo de la cultura de una sociedad.
Vestirse o, mejor dicho, arreglarse, es una actitud propia del ser humano. A través del atuendo y las joyas se afirma una intención estética y de socialización, porque vernos atractivos y diferenciarnos son elementos que juegan un rol fundamental en la motivación para elegir prendas cada día.
Es decir, en conjunto enmarcan el cuerpo en un contexto social: no solemos confeccionar nuestra ropa, sino comprarla, y esto no lo hacemos pasivamente, sino que seleccionamos y combinamos lo que deseamos para modificar nuestra apariencia, expresarnos, pertenecer o diferenciarnos.
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El vestido hace que el cuerpo se convierta en un texto interpretable, porque, como decía James Laver, nunca se trata de una frivolidad: siempre significa algo, aunque ese «algo» en gran medida sea inconsciente. Es parte de un mensaje corporal que expresa valores sobre varios conceptos, entre otros:
Género: hombre, mujer, travestido.
Edad: adolescente, adulto joven, persona de la tercera edad.
Ocupación: policía, médico, secretaria, albañil.
Posición económica: bolsa del mercado; bolsa de moda, pero pirata; la misma bolsa, pero original Louis Vuitton; y, más aún, ¿cómo saber si la bolsa es pirata?
Rol productivo: los puños blancos de la camisa pueden indicar que una persona realiza trabajo intelectual y no emplea las manos. Un ama de casa no usa uniforme, al contrario de algunas personas del servicio doméstico, aún cuando muchas de sus actividades son iguales.
Estilo de vida: el traje del oficinista o el delantal de la señora que prepara la comida en una fonda.
Posición política —en algunos casos—: los «camisas negras» italianos que indicaban con ese color su adhesión al fascismo.
Pertenencia étnica: indígena, cholo, pachuco.
Convicción espiritual: sacerdote, darketo, musulmán.
De manera adicional, el vestido organiza las experiencias sociales: una misma persona se ataviará de manera radicalmente distinta para presentarse en su trabajo, en una boda o en un viaje de descanso.
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Según Umberto Eco, quien usa corbata no puede negar que quiere mandar un mensaje, porque un autoanálisis breve revela que, en nuestro vestido, lo que sirve estrictamente para cubrir no supera la mitad.1 El resto, como las solapas, el cinturón, los tacones, el dobladillo y la joyería están ahí porque «comunican» algo. Y dentro de este contexto hay un elemento que caracteriza la forma como nos arreglamos: la moda.
Un poco de historia
La moda no se produce en todas las épocas ni en todas las civilizaciones. Tiene un inicio localizable, que va de la mano del nacimiento del mundo moderno occidental. En efecto, en la prehistoria, el hombre vestía con pieles. Desde épocas remotas y hasta el siglo xiv, la gente hacía su ropa en casa
y la forma de vestir no cambió casi nada.
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De pronto, varios factores llevaron al nacimiento de ese sistema de producción y difusión de lo efímero: la aparición de plebeyos ricos —burgueses— que usaron su imagen para distinguirse, el aumento del comercio en las ciudades, la posibilidad de ascender socialmente, la especialización del gremio de sastres y la afirmación de una nueva conciencia individual, entre otros. Y muy lejos del blusón medieval amplio, del siglo xiv, el atuendo masculino incorporó una especie de mallas ajustadas y el jubón se estrechó en el talle, pero se abombó en el pecho, lo que estableció la figura masculina dividida en dos, que impera hasta hoy.
La moda reivindica el derecho individual de valorizar lo efímero. Coco Chanel
Así, desde hace 700 años, el mundo ha vivido bajo un régimen que implica la obligación no escrita de vestirse «a la moda»: conforme a reglas que cambian en periodos breves, cada vez más cortos, y se basan en el gusto por lo «nuevo». Como se trata de un sistema de regulación y presión social, la sanción por transgredir lo que se considera «el vestido adecuado» es la de sufrir la burla o el rechazo social. Basta pensar lo que ocurriría si un presidente luciera shorts al dar un informe ante los diputados. Sin embargo, la moda también representa un nuevo espacio liberador para presentar el «yo privado».2
Mucho más que tela
Esta forma de expresión social reforzó la función comunicativa del vestido: lo hizo «servir», ante todo, como un signo cambiante de comunicación, que diferencia e identifica a quien lo porta... y que hay que aprender a leer. La relativa democracia de los cuerpos desnudos, tan iguales entre sí, desaparece cuando la moda interviene, porque, como dice Virginia Woolf en su Orlando, «cambia nuestra visión del mundo y la visión que el mundo tiene de nosotros». Es decir, ya sea que una persona lleve la última tendencia de París o que decida usar lo que sus papás vestían, controla lo que dicen, esperan y opinan de ella los demás.
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Viste vulgar y sólo verán el vestido, viste elegante y verán a la mujer. Coco Chanel
El espejo más actual
La moda de hoy toma la esencia de nuestro tiempo y la plasma en tendencias que revelan principios de fondo. ¿De qué manera?
1. Subraya lo relativo: ya no hay «un» foco de moda, sino muchos, todos importantes: los negros del Bronx, el show- business, la pasarela, las «antimodas»...
2. Desculpabiliza el consumo: asume una lógica capitalista basada en la seducción del aparador, la modelo o el anuncio.
3. Es globalizada a morir: se asume como positivo y deseable que en las tiendas se vendan prendas con etiqueta china, inglesa o colombiana —y cada vez más accesibles y baratas, aunque también desechables.
4. Se centra en la imagen, pero ésta carece de sentido, es un mero objeto de consumo: puedo comprar una prenda hippie o punk sin saber qué significaron en su época.
5. Desea el cambio per se: el amor por la novedad es el eje rector, lo que implica relegar a segundo plano la tradición y la permanencia.
6. Está dominada por la tecnología: con telas inteligentes que se secan solas, se autocalientan, cambian de color o se iluminan.
7. Exalta la individualidad, la comodidad y el placer como valores primordiales: rinde culto a la juventud y a los principios ligados a ésta.
8. Busca y encuentra nuevos mercados a los cuales dirigir sus productos: las mujeres de más de 40 años, los niños fashion, los hombres, en general, y los metrosexuales en particular.
Por todo lo anterior, quienes analizamos las tendencias repetimos como un mantra la frase atribuida a Honorato de Balzac: «Es tonto ver sólo moda en la moda». Sin duda, es mucho, mucho más.