Frances Berdan. Arqueología Mexicana
La importancia de la turquesa durante el Posclásico se refleja en las descripciones de artesanos, recuentos de tributos, listas de mercados y en la comercialización que se hacía de ese material a grandes distancias. Las piedras en bruto y objetos terminados como mosaicos y cuentas viajaron por caminos intrincados y a menudo insospechados para llegar a manos de las elites, que tanto aprecio les tuvieron.
La turquesa fue común en Mesoamérica hacia principios del Posclásico. Los informantes nahuas de fray Bernardino de Sahagún, por ejemplo, describen la “casa tolteca “ (in tulteca calli) de Tula, durante el Posclásico Temprano (ca. 950-1150 d.C.), como extraordinaria, formada por cuatro grandes cuartos, o tal vez se refiera a las paredes de un solo cuarto: uno de oro; el segundo incrustado de piedras verdes y turquesas; el tercero de concha blanca o de plata, y el cuarto de concha roja o piedras del mismo color. Otra casa (o cuarto) estuvo cubierta de plumas finas. Mito o realidad, la tradición mexica incluyó la turquesa al describir el esplendor de Tula con el muy apreciado oro, las piedras verdes, la concha y las plumas. La descripción concuerda con el sitio tolteca de Tula, donde se han encontrado turquesas: sobresale un disco de mosaicos ejecutado con mano experta. La importancia de la turquesa se acrecentó durante el Posclásico Tardío (1350-1521 d.C.), caracterizado por la hegemonía mexica en gran parte del Centro de México. Durante ese tiempo se elaboraron una amplia variedad de ornamentos y objetos de turquesa para las elites y los dioses: bezotes, narigueras, orejeras, collares, brazaletes, pectorales, máscaras, cascos, escudos y discos, espejos, cuchillos de sacrificio, cráneos decorados, figuras de animales y, de manera relevante, diademas reales. Sabemos también que las turquesas se incorporaron a los trabajos de plumaria y, tal vez, a las capas reales. Toltecas, mexicas, mixtecos, mayas y otros mesoamericanos del Posclásico que requerían objetos de turquesa o turquesas en bruto enfrentaron un obstáculo insoslayable: la aparente ausencia de minas de turquesas en el territorio de Mesoamérica. ¿Cómo obtenían estos pueblos piedras tan apreciadas para transformarlas en objetos útiles y valiosos, y cómo hacerlos llegar a sus aristocráticos usuarios?
Este artículo pretende responder las preguntas esenciales sobre la forma de producción, distribución y uso de las preciadas piedras verdiazuladas y los objetos con ellas elaborados. La documentación más completa para reconstruir la historia económica de la turquesa proviene de los mexicas, de un siglo antes de la llegada de los españoles. Por eso el énfasis en este periodo al tratar el tema.
Producción de los objetos de turquesa
Lapidarios, joyeros y artesanos de las plumas fueron considerados como trabajadores suntuarios que producían mosaicos, cuentas y otros ornamentos finos para la nobleza y para los dioses. En la creación de complejos y exquisitos objetos usaron diversos tipos de turquesa y otras piedras: xíhuitl, turquesa común; teoxíhuitl, turquesa fina; matlalxíhuitl, turquesa azul; huel popocha teoxíhuitl, turquesa fina muy ahumada; xiuhtomolli o turquesas “cortadas por el medio”, según el Códice Florentino. Un mosaico hecho solamente de turquesas hubiera resultado extraño: en los mosaicos que se han conservado se incorporan generalmente, además de la turquesa, otras piedras como malaquita, amazonita, obsidiana, azabache y pirita, además de gran variedad de conchas de diferentes colores. Los lapidarios fueron ahorrativos: no les importaba reutilizar piedras usadas de objetos anteriores.
Los materiales, la turquesa incluida, casi nunca se utilizaban al azar; se colocaban intencionalmente para dar al objeto sombras, tonos, texturas y rasgos o decoraciones distintivos. La malaquita, por ejemplo, hace que resalten las serpientes del casco de mosaico del Museo Británico; concha blanca y obsidiana forman los ojos del marco del espejo con forma de cabeza de animal de Viena; la amazonita es el principal material dela famosa máscara de Malinaltepec, relegando a un segundo plano la turquesa y la concha, que solamente se usan para dar toques decorativos. En el Códice Florentino se mencionan distintas clases de piedras en los libros IX y X (jade, amatista, calcedonia jaspeada, ópalo, turquesa redonda y turquesa), y se describe a los lapidarios y su trabajo. También se habla de la variedad de piedras preciosas que se vendían en el mercado de Tlatelolco (incluyendo jade, obsidiana, azabache, ópalo, perlas, y una vez más, turquesa fina). Para hacer los mosaicos de turquesa –con otras piedras y conchas– se requerían también herramientas para desbastar y pulir, materiales diversos como abrasivos, resinas de goma, y soportes de madera, piedra o cráneos. Los lapidarios trabajaban con destreza todos estos materiales, de manera doméstica o en talleres. Es probable que los talladores de piedras finas hayan trabajado Tetanto de manera independiente como asociados a los palacios del rey o a los nobles. Quienes hacían mosaicos –si bien no se especifica que fueran de turquesa– se cuentan entre los artesanos adscritos al totocalli ( “casa de pájaros”) del palacio de Motecuhzoma en Tenochtitlan, junto a quienes trabajaban la pluma, la plata y el oro, el cobre, los pintores, los “cortadores de piedras” y quienes labraban madera. Estos artesanos producían los atuendos de los dioses y los reyes, que no fueron escasos. Entre los que usaron las efigies divinas, por ejemplo, encontramos orejeras de turquesa (Huitzilopochtli y Chalchiuhtlicue), un penacho de turquesa y plumas (Yacatecuhtli), un tocado con turquesa (Quetzalcóatl), escudos con mosaicos de turquesa (Cintéotl, Páynal y Xiuhtecuhtli), un machete de telar con mosaico de turquesa (Cihuacéatl), una máscara de turquesa (Cintéotl). El atuendo de los gobernantes, hecho también por los artesanos palaciegos, incluía brazaletes, muñequeras, narigueras, bezotes, collares y el signo de poder por excelencia: el xiuhuitzolli o diadema de turquesa (probablemente un mosaico). La presencia de vendedores de piedras finas en el mercado de Tlatelolco parece indicarnos la existencia de artesanos independientes y deben haber sido los principales proveedores de materia prima (turquesa incluida) de los artesanos que no tuvieran acceso a los recursos de los cuales disfrutaban quienes trabajaban en los palacios. La ilustración correspondiente del libro X del Códice Florentino muestra dos pequeñas piedras rectangulares, que representan posiblemente teselas de turquesa, junto a una sarta de cuentas, colocadas para la venta sobre un petate en el mercado. Cortés también menciona a los vendedores de objetos de piedras preciosas del mercado de Tlatelolco; y ese entorno comercial parece el adecuado y pertinente para que los artesanos independientes vendieran sus productos terminados.
Traducción: Elisa Ramírez
Frances Berdan. Doctora en antropología por la Universidad de Texas, sede Austin. Profesora emérita de antropología en la Universidad Estatal de California, sede San Bernardino. Se especializa en cultura, economía e historia mexicas.
Berdan, Frances, “La turquesa y la economía en Mesoamérica durante el Posclásico”, Arqueología Mexicana núm. 141, pp. 74-79.
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