Carlos Bautista Rojas. Algarabía
Al escuchar su nombre, no es difícil imaginar un desfile interminable de cabezas dentro de una canasta, mientras un grupo de señoras tejen despreocupadas frente a tan sanguinario espectáculo. Aunque la guillotina se convirtió en emblema de la Revolución Francesa a finales del siglo XVIII, su origen es aún más antiguo.
os ministros de la Santa Guillotina estaban vestidos y dispuestos. Se oyó un chasquido y en el acto una mano empuñó una cabeza que mostró al público; las tejedoras de calcetas apenas levantaron los ojos y se limitaron a exclamar a coro: «¡Una!». Esta escena de la novela Historia de dos ciudades, de Charles Dickens, es la misma que predomina en el imaginario colectivo sobre ese instrumento de pena capital por antonomasia: la guillotina.
Al escuchar su nombre, no es difícil imaginar un desfile interminable de cabezas dentro de una canasta, mientras un grupo de señoras tejen despreocupadas frente a tan sanguinario espectáculo. Aunque la guillotina se convirtió en emblema de la Revolución Francesa a finales del siglo xviii, su origen es aún más antiguo.
Made in England
Como la champaña, el perfume y muchas otras cosas que suponemos de origen francés, el mecanismo de la guillotina es inglés. En Halifax, Yorkshire, Inglaterra, existía un instrumento llamado gibbet que consistía en dos columnas de madera de 4.50 metros de alto, entre las cuales se suspendía un hacha de hierro —montada en una viga transversal— llena de plomo, que se controlaba con una cuerda y una polea. Según los registros, al menos 53 personas fueron ejecutadas con este instrumento entre 1286 y 1650.
Durante la Edad Media, el pueblo de Halifax prosperó gracias al comercio de telas, pero, como éstas se ponían a secar en grandes bastidores, los robos eran muy frecuentes. Por ello, los comerciantes encontraron que el mejor método para disuadir a los ladrones era decapitar con la gibbet a cuantos lograban atrapar. Más tarde, en Edimburgo, Escocia, se creó un instrumento muy parecido al que llamaron Maiden —«Doncella»— y tal vez de éste tomaron los franceses la idea para el diseño de la guillotina.
Un privilegio para nobles
La decapitación, como método de pena capital, es tan añeja como la humanidad misma. Algunos personajes han pasado a la historia más por la forma en que murieron que por cuanto hicieron en vida, como san Juan Bautista, quien, según la Biblia, fue decapitado por orden de Herodes Antipas a petición de Salomé —no es difícil imaginar la danza entre erótica y tétrica que, según el texto bíblico, ejecutó Salomé alrededor de la cabeza del profeta—. ¿Y cómo olvidar a las atormentadas Ana Bolena y Catherine Howard —ambas esposas de Enrique viii—, cuya decapitación fue el método más práctico que encontró el rey de Inglaterra para casarse de nuevo?
En la antigua Roma, la decapitación estaba reservada a los ciudadanos libres
En Inglaterra también fueron decapitados Tomás Moro, el obispo John Fisher, Jean Grey —reina por nueve días—, María Estuardo —enviada a ejecutar por su prima, la reina Isabel i— y el rey Carlos i, decapitado tras la Revolución Inglesa. La gran reina roja, personaje de Lewis Carrol en Alicia en el país de las maravillas, es una alegoría a esta «bonita tradición» de la nobleza inglesa que, a la menor provocación, ordenaba: «¡Qué le corten la cabeza!»
Entonces, ¿por qué la guillotina produce tanto temor y odio, como si antes de ella jamás se hubiera usado ese método de ejecución?
Charles Dickens sintetizó lo que simbolizaba la guillotina de esta forma: «Todos los monstruos devoradores e insaciables creados desde que la imaginación pudo registrar sus fantasías se han fundido en este engendro único: la Guillotina.»
«Libertad, igualdad, fraternidad»
Tal vez la «mala fama» de la guillotina se deba a la transformación social que desató en Europa la Revolución Francesa. Aunque ocurrieron varias revoluciones antes —las inglesas, la industrial o la llamada «burguesa» en la Edad Media—, la Francesa se toma como pauta de los cambios radicales entre el régimen monárquico y el Estado Nación.
La Revolución Francesa no fue un evento único que comenzó con la toma de la Bastilla —como se representa en el cine y la televisión—, sino una serie de acontecimientos que se gestaron a partir de la apertura de los Estados Generales —el 5 de mayo de 1789— y el golpe de Estado de Napoleón —9 de noviembre de 1799—. Los orígenes de esta «revolución» se encuentran en el creciente laicismo y el espíritu reformista del siglo xviii. Contra lo que se piensa, no fue «el pueblo» quien dirigió este cambio político, sino un grupo privilegiado que cuestionó la opresión fiscal del campesinado frente a los beneficios de la nobleza y el clero, y la decadencia del antiguo régimen. Esto dio entrada al capitalismo, a la creación de la clase media y la industrialización.
«Uno puede sentir cierta indiferencia ante la pena de muerte... hasta que ves una guillotina.» Victor Hugo
El 21 de enero de 1793, Luis xvi fue guillotinado y unos meses después comenzó el llamado «reino del Terror», encabezado por el Comité de Salvación Pública —presidido por Robespierre—, que envió a la guillotina a centenares de aristócratas y a todo ciudadano que fuera acusado de actividades contrarrevolucionarias. A decir del propio Robespierre, la política del Comité se justificaba así: «El terror no es más que la justicia rápida, severa e inflexible». Tan inflexible, que el mismo Robespierre fue decapitado en 1794.
Los historiadores calculan que, a partir de la Revolución Francesa, y durante los primeros diez años de aprobarse el uso de la guillotina, más de 15 000 personas fueron decapitadas.
Una muerte más humanitaria
Joseph Ignace Guillotin fue un médico humanitario que aborrecía las ejecuciones públicas. Por ello, en 1789 presentó una propuesta ante la Asamblea Nacional para reformar y humanizar el sistema penal francés, que consistía en usar un método de ejecución que no discriminara a los pobres —que eran ahorcados e incluso asesinados a golpes— de los ricos, pues éstos últimos eran decapitados de forma relativamente «limpia».
Antes de la guillotina, las ejecuciones comunes eran: muerte a palos, crucifixión, ser quemados vivos, hervidos en un caldero o desmembrados. La menos «dolorosa» de las ejecuciones, hasta entonces, era la horca
La propuesta de Guillotin fue rechazada de inmediato, pero la idea de una muerte instantánea quedó en boca de todos, hasta que en 1792 Antoine Louis, secretario de la Academia de Cirujanos, presentó una nueva propuesta, acompañada de un modelo del instrumento, cuya peculiaridad consistía en llevar una hoja en diagonal. Por eso, durante un tiempo a este instrumento se le llamó Louison o Louisette — se dice que Marat bautizó al instrumento con ese nombre.
La familia de Guillotin solicitó en repetidas ocasiones que se le cambiara de nombre al «aparato ejecutor».
En abril de 1792, la guillotina fue probada con ovejas y luego con cadáveres. La Asamblea Nacional adoptó el uso de la guillotina para que «la pena de muerte fuera igual para todos, sin distinción de rangos ni clase social» y la primera persona decapitada con este artefacto fue Nicolás Jacques Pelletier, presuntamente acusado de robo.
Con el tiempo y, por diversas casualidades, el instrumento se asoció al nombre de Guillotin —tal vez por su insistencia en un trato más humanitario para todos— a pesar de que su familia solicitó en repetidas ocasiones que se le cambiara de nombre al «aparato ejecutor».
Contra lo que dice el mito popular —difundido ad nauseam por las cadenas de Internet con supuestos «datos extraordinarios»—, Guillotin no murió decapitado por la máquina que lleva su apellido, sino que falleció en su casa en 1814 a causa de un carbunco —ántrax maligno— infectado en un hombro.
Urbi et orbi
El empleo de la guillotina no se limitó a Francia; por ejemplo, en la Alemania nazi, se estima que 40 000 personas fueron decapitadas entre 1938 y 1945.
En Suecia, la guillotina dejó de emplearse en 1910; en Bélgica, en 1918; en Alemania Federal en 1949; y en la República Democrática Alemana, en 1969.
Resulta imposible probar cuánto tiempo permanece consciente una cabeza separada del tronco. De ocurrir, el cálculo más aceptado por los fisiólogos, es de entre cinco y trece segundos.
La última persona decapitada en Francia con la guillotina fue un inmigrante tunecino, acusado de violar y asesinar a una joven en 1977. La pena de muerte fue abolida en Francia en 1981, pero no fue sino hasta 2007 que el Parlamento la eliminó de la Constitución francesa.
Tal vez el terror hacia la guillotina radique en esa leyenda negra que afirma que uno es consciente del dolor y de todo lo que sucede después de la decapitación por varios segundos.❧