Víctor Núñez Jaime. Algarabía
Argelia seguía siendo una colonia de Francia «abandonada por la administración de la metrópoli», y Albert Camus quiso poner énfasis en las injusticias que muy pocos conocían.
la primavera de 1939, cuando tenía 26 años y la tuberculosis ya era la enfermedad crónica que lo acompañaría hasta su muerte, había viajado durante diez días por esa zona con el objetivo de retratar la miseria de los habitantes.
En las páginas del periódico Alger Républicain, Camus contó «con precisión, rigor, datos, análisis y una impecable técnica narrativa» la falta de escuelas, carreteras, comida y salarios dignos de un lugar «en el que el día a día transcurre, más bien, bajo un régimen de esclavitud». En cada entrega de ese trabajo quedó manifiesta su intención de que Francia no desdeñara a ese pueblo y tomara las medidas necesarias para darle una emancipación intelectual, moral y financiera.
Un lustro después, lejos de mejorar, todo había empeorado.
El escritor, que para entonces ya había publicado El extranjero y El mito de Sísifo en la prestigiada editorial Gallimard, se encontró además con el aumento de las protestas contra la colonización francesa, muchas de ellas reprimidas con violencia. En esa ocasión no recurrió al reportaje para abordar el tema sino a los artículos, el género que lo consolidó como un intelectual comprometido que pretendía influir en la vida pública a través de la prensa. Gracias a esos textos, publicados en el diario Combat, consiguió sensibilizar a sus lectores sobre la situación que imperaba en esa región, pero nada cambió.
«Camus entiende el rol periodístico más como el rol de perro guardián que como mero transmisor de la información. No se conforma con ser un testigo, sino que ejerce de “abogado” o “justiciero”, con sus ideas al servicio de “la verdad”, en un papel activo e intervencionista».
¿Para qué Camus seguía haciendo periodismo? «Para defender la libertad, la dignidad humana, la justicia, la verdad, el progreso y, de paso, para pulir su estilo literario»1 .
Un periodista comprometido
Albert Camus nació el 7 de noviembre de 1913 en Argelia y creció en un hogar sin libros. Su padre murió al combatir en la I Guerra Mundial1
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Comenzó a escribir en el diario Alger Républicain, un periódico modesto, surgido en 1938, en el que la mayoría de sus miembros eran principiantes «porque salían menos caros». Esa redacción se convirtió en su escuela de periodismo.
Ahí se ocupó primero de las condiciones infrahumanas del «proletariado blanco» y de la población musulmana más humilde, pero no tardó en convertirse en cronista judicial. Una explosión de gas en un barrio pobre le servía, por ejemplo, para denunciar el abandono del poder y la corrupción municipal.
La visita a una prisión, para fijarse en celdas minúsculas sin luz «en donde los seres humanos son tachados de la humanidad». Cada una de esas experiencias nutrió años después los argumentos de sus novelas y obras de teatro.
La voz de una nación
Después de estar en Alger Républicain, Camus continuó su labor periodística en Soir Républicain, luego en Paris-Soir y se consolidó en Combat.
En 1943 ingresó en la Resistencia, el movimiento popular contra la ocupación nazi que editaba, deforma clandestina, un diario llamado Combat, «para contar a los lectores lo que en verdad ocurre». Cuando Francia fue liberada y la censura se atenuó, Camus se convirtió en uno de los articulistas más prestigiosos y leídos, pues para muchos era «el vigía de una generación que luchaba por un cambio profundo en Francia tras la liberación».
Camus concebía al periódico como un proyecto intelectual en el que se embarca un grupo de periodistas, es decir, gente con ideas. Porque para él un periodista es «alguien al que, como mínimo, se le exige tener ideas». Desde su punto de vista, también ese grupo de periodistas tenía la misión de «liberar a los diarios de las presiones financieras y dotarlos de una verdad que saque del público lo mejor de sí mismo. Porque un país vale cuanto vale su prensa. Y si es cierto que los periódicos son la voz de una nación, estamos decididos a levantar este país elevando su lenguaje».
Camus murió el 4 de enero de 1960, cuando el coche en el que viajaba junto al editor Michel Gallimard, se estrelló contra un árbol.
Dos meses después de iniciada la II Guerra Mundial, Camus escribió un artículo para Le Soir Républicain, donde enumeraba las condiciones en que, según él, debe manifestarse la libertad de prensa. Irónicamente, el artículo fue censurado. Rescatado en el libro Albert Camus, periodista, lo retomamos como una muestra del nivel de compromiso del escritor, aunado a su calidad literaria. Aunque fue redactado en noviembre de 1939, el documento posee una sorprendente actualidad.
En defensa de la libertad
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Es difícil evocar hoy la libertad de prensa sin que lo tachen a uno de extravagante, lo acusen de ser un Mata-Hari o lo persuadan de que es el sobrino de Stalin. Sin embargo, esta libertad entre las otras no es más que una de las caras de la libertad a secas, y se comprenderá nuestra obstinación en defenderla si se admite que no hay ninguna otra manera de ganar realmente la guerra.
Es verdad: toda libertad tiene sus límites. Aunque tendrían que ser libremente reconocidos. [...] La cuestión ya no es buscar cómo preservar las libertades de prensa. Es buscar cómo, ante la supresión de esas libertades, un periodista puede seguir siendo libre. El problema ha dejado de interesar a la colectividad. Concierne al individuo.
«El papel del escritor es inseparable de difíciles deberes. Por definición no puede ponerse al servicio de quienes hacen la historia, sino al servicio de quienes la sufren»
Albert Camus, discurso de aceptación del premio Nobel de Literatura (1957).
Y precisamente lo que nos gustaría definir aquí son las condiciones y los medios por los que, en el seno de la guerra y de sus servidumbres, la libertad puede no sólo conservarse, sino manifestarse. Estos medios en resumen son cuatro: la lucidez, el rechazo, la ironía y la obstinación.
La lucidez implica una resistencia al avance del odio y el culto a la fatalidad. En el mundo de nuestra experiencia, es cierto que todo puede evitarse. Incluso la guerra, que es un fenómeno humano, puede evitarse o pararse en todo momento mediante métodos humanos. Basta con conocer la historia de los últimos años de la política europea para saber con certeza que la guerra, cualquiera que sea, tiene causas evidentes. Esta visión clarificadora de las cosas excluye el odio ciego y la desesperanza a la que conduce. Un periodista libre en 1939 no desespera y lucha por aquello que considera verdadero si su acción pudiera influir en el desarrollo de los acontecimientos. No publica nada que pueda enaltecer el odio o provocar la desesperanza. Todo ello está en su poder.
Frente a la marea ascendente de estupidez, también es necesario oponerse con cierto rechazo. Ningún obstáculo del mundo hará que una persona con cierta integridad acepte ser deshonesta. Así pues, por poco que conozcamos el mecanismo de la información, es fácil asegurarse de la autenticidad de una noticia. Y a ello debe dedicarse todo periodista libre. Porque si no puede decir todo lo que piensa, sí le es posible decir lo que no piensa o lo que considera falso.
Sí, los espíritus libres hacen a menudo notar de mala gana su ironía. ¿Qué satisfacción se puede encontrar en este mundo en llamas?