Andrea Tamayo
Hace más de cincuenta años, en los terrenos volcánicos del sur de la Ciudad de México, un letrero anunciaba: «Aquí se construye el monumental Estadio Azteca, el mejor del mundo».
Y aunque no hay manera de comprobar que es «el mejor del mundo», es un hecho; grandes hazañas del futbol han ocurrido en su cancha.
Repasar la historia del icónico lugar es recordar su primer partido en 1966 entre el Torino de Italia y el Club América que anotó el primer gol con autoría del brasileño Arlindo Dos Santos a sólo diez minutos de empezar el juego.
Es revivir la semifinal de la Copa Mundial de Fútbol de 1970 en la cual Alemania e Italia dieron un juego tan emocionante que sería recordado como «el partido del siglo» en los años posteriores.
O la final de la misma Copa en la cual Edson Arantes do Nascimento le otorgó a Brasil el glorioso tricampeonato. Es volver a ver cómo la gente lo cargo en sus hombros al terminar el partido, es volver a escuchar las ovaciones y aplausos de un Estadio Azteca pletórico, testigo del último mundial del rey «Pelé».
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Es recordar a Maradona y «la mano de Dios» con la que anotó el gol vencedor contra Inglaterra y logró el pase a la final del Mundial en 1986. Esta victoria fue un consuelo para los argentinos que acababan de perder las islas Malvinas a manos de los británicos; una especie de justicia divina lograda a través del balompié.
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Es evocar un México muy distinto con una capital no tan poblada. Eso sí, desde entonces la afición futbolera era ya enorme por lo que en 1962 comenzó la construcción del estadio en los desiertos ejidos de Santa Úrsula, al sur de la capital.
El arquitecto fue Pedro Ramírez Vázquez, a quién también le debemos la Basílica de Guadalupe, otra joya icónica de la ciudad. La empresa Televisa quería construir el estadio más grande del mundo donde fueran celebrados los Juegos Olímpicos de 1968, y la Copa Mundial de Fútbol de 1970; además, también querían que fuera la casa de su equipo de fútbol, el Club América.
El nombre del estadio fue elegido a través de un concurso en donde la gente mandó sus propuestas. La más votada fue «Estadio Azteca». En 1997 le cambiaron el nombre a «Guillermo Cañedo de la Bárcena» como homenaje al ejecutivo deportivo del Club, pero nadie se acostumbró a llamarlo así. Al poco tiempo le devolvieron su anterior nombre.
Repasar la historia del Estadio Azteca es viajar al 29 de mayo de 1966 en el que fue inaugurado el coliseo de concreto. En esa fecha inició la historia de uno de los lugares más icónicos y representativos de México, de su capital y, por qué no, de la cultura chilanga. Puede ser o no ser el mejor estadio del mundo, pero es nuestro y eso lo hace el mejor.