Revista Arqueología Mexicana
Aunque la economía, sobre todo en la actualidad, parece ocupar un lugar prominente, los textos nahuas que hacen referencia a ella –tenemos que reconocerlo– no son precisamente poéticos. Tanto en la Matrícula de Tributos como en la parte del Códice Mendoza que la reproduce, junto a los diversos tributos que enviaban a Tenochtitlan los señoríos que le estaban sometidos aparecen representaciones de jades. Son hileras con varios de estos jades perforados, en números establecidos, que son el registro de lo que recibía Tenochtitlan.
Con esos jades se elaboraban joyas de muchos tipos, como los chalchiuhcózcatl, brazaletes preciosos con resplandores de jades.
Por otra parte, los mexicas tenían plena conciencia de su fuerza y poderío. En este sentido, se conserva un relato mítico, incluido en el texto con el siguiente título en náhuatl: tlamachiliztlahtolzazanilli (relato de la palabra portadora del saber).
Por razones de espacio, resumo este relato:
Huémac, el señor de los toltecas, entró en competencia en un juego de pelota con los tlaloques, servidores de Tláloc, el dios de la lluvia. Apostaron buen número de jades.
Al vencer Huémac, los tlaloques le entregaron, en lugar de jades, una brazada de tiernas mazorcas de maíz.
Huémac las rechazó y exigió sus jades. Los tlaloques se los entregaron pero le dijeron: Cuatro años habrá sequía y los toltecas no tendrán nuestro sustento, tonacáyotl, que es el maíz.
La sequía duró cuatro años. Concluidos, un tolteca se encontró un día con los tlaloques cerca de una fuente. Ellos le enseñaron al tolteca relucientes mazorcas tiernas de maíz y le dijeron: ¿Te acuerdas de esto? y luego añadieron: los toltecas no reinarán ya. Serán los mexicas quienes habrán de ser aquí los señores.
El texto, obviamente concebido para exaltar la grandeza mexica, debió ser bien conocido en Tenochtitlan. Para concluir, vale la pena recordar algo que ocurrió a Bernal Díaz del Castillo cuando los españoles tuvieron que abandonar Tenochtitlan el día que terminó con la Noche Triste. Dice Bernal en su Historia que Cortés dio permiso a sus hombres de llevar consigo todo el oro que quisieran de lo que había sido el tesoro de los mexicas. Agrega que los que más oro llevaron, al cruzar los canales se hundieron para siempre con él. Y de sí mismo nos dice que él no llevó oro alguno sino sólo un chalchihuite que le había gustado mucho, y acerca del cual probablemente conocía el grande aprecio que le tenían los mexicas.
Tomado de Miguel León-Portilla, “El chalchíhuitl en la literatura náhuatl”, Arqueología Mexicana 133, pp. 74-78.
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