María del Pilar Montes de Oca Sicilia. Algarabía
Los caballeros no tienen memoria, y a un caballero –diría Borges– «no pueden interesarle más que las causas perdidas»... Pero, ¿de dónde viene este añejo concepto?
caballero aquel que es valeroso y honorable, que tiene cualidades y virtudes reconocidas universalmente, el que siempre es cortés y trata a la mujer como a una dama –a quien no toca «ni con el pétalo de una rosa».
Échale un ojo a: Suciedad medieval
El concepto de «caballero» surgió en la temprana Edad Media —en el siglo v, para ser precisos—, cuando el caos dominaba
el escenario, y se fue solidificando poco a poco hasta convertirse en una «categoría social diferenciada»1 , lo
que ocurrió más o menos a finales del siglo xi, para luego matizarse durante el Renacimiento y la Edad Moderna, hasta perderse en la noche de los tiempos.
En un principio, un caballero era aquel hombre que tenía un caballo y armas, y que cambiaba sus servicios de protección por privilegios
Su historia es larga y azarosa, imposible de resumir en un artículo como éste, pero a grandes rasgos diremos:
La turbulencia de las invasiones de magiares, árabes y vikingos, entre otros pueblos bárbaros, durante los largos siglos que siguieron al hundimiento del Imperio Romano
de Occidente (476), hizo inminente que los hombres que habían logrado hacerse de un caballo y armas empezaran
a vender sus servicios de protección a algún señor del contorno a cambio de un estatus privilegiado que los exentaba de pagar contribuciones, entre otras prerrogativas. Una transacción de ganar-ganar que fue muy demandada por entonces.
Para servirle a usted... y a Dios
No obstante, esto fue cambiando poco a poco, con las modificaciones en las relaciones de
los poderes político y económico que darían lugar al feudalismo. Éste es un tema largo y complejo
del cual, por ahora, es importante decir que se trataba de un sistema tripartita basado, principalmente, en la relación jerárquica entre la Iglesia —que mantenía el statu quo religioso y era propietaria de latifundios y monasterios—, los nobles —reyes, señores y caballeros que ostentaban el poder y que eran dueños de la tierra o que compartían privilegios— y los siervos —que trabajaban la tierra a cambio de protección y sustento básico.
El feudalismo poco a poco se tradujo en una ideología que perduró por varios siglos, y presentó la división tripartita como una jerarquía natural establecida por Dios.
Por ello, un mercader, aunque fuese rico, era toda su vida un plebeyo, mientras que un caballero, aunque estuviese arruinado, no perdía sus privilegios de casta. El reparto de poderes permitió mantener la paz y el gobierno en un cierto territorio; en este sentido, la labor que ejercieron los caballeros fue muy importante, por lo que empezaron a ser más apreciados y a tener un mejor lugar en la escala social.
Los caballeros van a misa
La Iglesia tendría un papel preponderante en el ideario caballeresco, al darle un estamento religioso a este grupo, al reglamentar la guerra2 y, en especial, al sentar las bases de los principios morales que subyacen en la actividad del caballero.
Esto reforzó su cohesión como grupo selecto. Así, la ceremonia de investidura de un caballero se convertiría en una ceremonia litúrgica en la que se otorgaban derechos y se exigían obligaciones; un acto en el que participaban sacerdotes, obispos y reyes y en el cual el señor feudal ordenaba al caballero con una espada y con palabras como:
«Mantente alerta, confiado en Cristo y loable en tu fama y recuerda a aquel que te ha ordenado caballero para poder realizar hazañas y desfacer entuertos».
El investido, a su vez, juraba ser leal y veraz, honrar y ayudar a su dama, y asistir a misa diariamente, siempre que sus avatares se lo permitiesen. Es notable cómo dentro de esta celebración sobresalían rasgos que ponían en evidencia el doble sistema de valores que conformaba al caballero: los laicos y los religiosos, los de la Iglesia y los de la guerra, los del amor y los del honor.
Dama, proveniente del francés dame y éste del latín domina, que significa «dueña, señora».
Palabras de honor
Sin embargo, al margen del factor religioso, la caballería desarrollaría sus propios estímulos, sus propios valores y su propio ideario; un ideario lleno de nociones idílicas, éticas y honoríficas, porque la caballería era, en ese entonces, todo «un modo de vivir y de pensar, un noble oficio, una institución. El caballero luchaba y se enorgullecía de ello, de ahí que su máxima aspiración fuera la conquista de la Tierra Santa.
Los caballeros debían luchar por tres objetivos básicos: la lealtad al señor, el honor de las hazañas y el desprecio por la acumulación de riquezas: «Mi alma para Dios, mi vida para el rey y el honor para mí».
Los caballeros idealizaban una civilización perfecta en la que convivían sueños, aspiraciones y logros que se condensaría en poemas épicos, romances, cantares de gesta y, de forma especial, en las tan afamadas novelas de caballería.3 Desde la leyenda del rey Arturo y sus caballeros —Lancelot, el más famoso— hasta la añoranza de los mismos en nuestro Don Quijote de la Mancha, pasando por Roldán y el Amadís de Gaula, estos personajes de ficción se convirtieron en modelos de las virtudes humanas y en «espejos permanentes en los que se refleja su cultura», su forma de proceder y de pensar.
Esta ideología se modificó en el siglo xiii, debido a la mayor complejidad social y a la mejora en la calidad de vida que trajo consigo costumbres más elaboradas y preceptos más complejos. El concepto de honor, por ejemplo, derivó en el de «cortesía», entendiéndose por tal las costumbres y preceptos necesarios para vivir y convivir en la corte, en donde ahora se veían inmersos estos caballeros.
El caballero asciende en la escala social y la cortesía se hace parte de su imagen, un modelo de conducta y de «perfección viril», como diría Georges Duby.
Ser parte de la corte implicaba ser «cortés» para diferenciarse del vulgo. «El ideal caballeresco tiene un carácter muy peculiar», nos dice Huizinga, porque es estético y a la vez moral, «y el pensamiento medieval sólo podía proporcionarle un puesto noble poniéndolo como ideal de vida en relación con la piedad y la virtud».
Resumiendo: el concepto de caballero nacido para la guerra —por el simple hecho de poseer un caballo— y cuya razón de ser estaba primordialmente ligada al modelo económico feudal evolucionó hasta convertirse en otro concepto más elaborado, que perduró durante varios siglos y en el que se conjuntaba una serie de valores positivos para la dinámica social y política del devenir histórico.
Hoy en día sólo nos queda el recuerdo, la tinta que les fue dedicada y, por ahí, uno que otro gesto cortés, como abrirle la puerta del coche a la mujer, decirle «dama», acercarle la silla, darle la acera o encenderle el cigarro; formas que, a su vez, están en inminente peligro de extinción.