Como parte de su cosmovisión, los mexicas y los mayas realizaban algunos rituales en los que los sacrificados eran niños pequeños con algunas características físicas especiales, que los hacían agradables a los ojos de los dioses, a quienes se dirigía la ceremonia propiciatoria. En el Templo Mayor de Tenochtitlan se exploró una ofrenda con varias decenas de esqueletos de niños, en su mayoría de tres a seis años de edad. Estos pequeños fueron seleccionados y mediante un ritual fueron designados como mensajeros de los dioses, en este caso del dios Tláloc, para pedir la lluvia. En Chichén Itzá los mayas también efectuaron algunas ceremonias de sacrificio de niños, cuyas edades también oscilaban entre los tres y seis años. Las enfermedades de estos niños estaban asociadas a una mala nutrición, en especial por la falta de vitaminas y minerales. Los problemas infecciosos debieron ser una constante entre los niños, cuyo aparato inmunológico no estaba totalmente desarrollado, aunado a su fragilidad por las deficiencias en la dieta. Sabemos que en el mundo antiguo las madres amamantaban a sus pequeños hasta los tres o cuatro años, y después de este periodo se incrementaban los problemas alimenticios y los niños estaban más expuestos a virus, bacterias y parásitos. Es probable que estos pequeños, en condiciones de salud precaria, fueran ofrecidos por sus madres para transformarse en un elemento divino en la ceremonia de sacrificio. Los estudios actuales acerca de los niños mesoamericanos han permitido acercarnos al conocimiento de diversos aspectos de su vida
, sus problemas de salud, su papel en los rituales religiosos, así como al concepto del niño como parte de la sociedad. Falta mucho por investigar sobre la niñez en las poblaciones del pasado, pero cada vez encontramos un interés creciente por desarrollar investigaciones bioarqueológicas sobre los niños.
Márquez Morfín, Lourdes, “La gente invisible. Los niños en las sociedades antiguas”, Arqueología Mexicana núm. 143, pp. 26-30.
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