Nikolaus Nowak
Albert Einstein fue una de la mentes más brillantes del siglo XX, cuyas investigaciones realizaron grandes aportes a la Física moderna.
En el 2015 se cumplen 113 años de uno de los descubrimientos más asombrosos de las ciencias naturales desde que el ser humano empezó a describir y descifrar el mundo que le rodea.
En esta misma fecha se cumplen 60 años de la muerte del padre de este descubrimiento, uno de los científicos más admirados y tal vez menos comprendidos de todos los tiempos: Albert Einstein (1879-1955). trataremos de echar tantita luz sobre esta figura que le dio un nuevo significado a la luz misma.
Aun después de un siglo, la teoría de la relatividad sigue siendo enigmática y alrededor de su creador se ha generado una gran cantidad de leyendas y mitos que enriquecen la amplia lista de citas reales del físico, con inventos alrededor de lo que él fue y dijo. No trataré de explicar la teoría de la relatividad, pero intentaré dar una perspectiva sobre el hombre detrás de ella.
Albert Einstein —quien cambió el mundo no sólo de la física, sino de la filosofía, y tuvo un peso indiscutible en la política— nació el 14 de marzo de 1879, en Ulm, al sur de Alemania y vivió su niñez en Munich. Aprendió a hablar más tarde que otros niños, pero —a pesar de la leyenda que ha servido de consuelo a tantas generaciones de infantes—, no fue tan mal alumno: sus calificaciones en la escuela eran medianas, aunque —cosa no muy sorprendente— resaltaba en física.
Albert era introvertido, muy interesado, desde temprana edad, por la condición de la naturaleza que le rodeó y muy pensativo, perdurable característica que explicitó en una entrevista: «Al principio, todos nuestros pensamientos giran alrededor del amor. Después, todo nuestro amor es para los pensamientos»1 .
En sus años de juventud se fue a Zurich, Suiza, para estudiar física en el Instituto Politécnico de esta ciudad, una de las instituciones más reconocidas en la materia. Allí, no obstante que algunos de sus profesores no creían en su capacidad, empezó a escribir sus primeros artículos. En 1905, a los 26 años, Einstein publicó, entre otros descubrimientos importantes, el ensayo que contenía la famosísima fórmula E=mc2 —La energía (E) es igual a la masa (m) por la velocidad de la luz (c) al cuadrado—.
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Esta fórmula es tan sencilla que es utilizada hoy en día ¡hasta en comerciales! Sin embargo, es a la vez tan compleja, que poca gente la comprende.
La revolución provocada por E=mc2 permitió la construcción de reactores nucleares para generar energía eléctrica, el desarrollo de las armas nucleares, la construcción de telescopios antes impensables y, asimismo, ha ayudado a explicar desde las partículas subatómicas —protón, electrón, etcétera— hasta el movimiento del Universo. El mismo año que la teoría de la relatividad fue publicada, Einstein le atribuyó extravagantes propiedades a la luz: una velocidad única e insuperable y un peso que la somete a la fuerza de gravedad.
La teoría de la relatividad cambió radicalmente lo que entendemos por «tiempo» y, ante lo inimaginable de este descubrimiento, el propio Einstein explicó: «El tiempo... es lo que nos muestra el reloj». Más tarde, en otra presentación, explica la relatividad así: «Dos horas sentado al lado de una chica guapa pasan como un minuto; pero un minuto sentado encima de un horno caliente parece dos horas. Eso es lo que llamamos relatividad».
Einstein, ya famoso luego de los eventos de 1905, se mudó de la ciudad de Berna, donde había trabajado en la oficina de patentes, y llegó primero a Zurich, luego a Praga y, finalmente, a Berlín, en ese entonces centro de las corrientes científicas del Viejo Continente. Aprovechando la popularidad internacional que le allegaron las comprobaciones de sus teorías, comenzó a volverse políticamente activo: apoyó a la frágil democracia alemana, el sionismo y el pacifismo.
Fue en aquella época cuando declaró: «Si se comprueba mi teoría de la relatividad, los alemanes dirán que soy alemán y los franceses que soy ciudadano del mundo. Pero si me equivoco, los franceses dirán que soy alemán y los alemanes que soy judío».
Tras la toma del poder de los nazis en Alemania, en 1933, Einstein renunció a su membresía en la Academia de Ciencias y huyó de su país para no volver jamás. Acabó viviendo en ee.uu., donde se aseguró de alertar al gobierno de esa nación sobre la posibilidad de que Alemania pudiese llegar a construir un arma nuclear, basada, en parte, en predicciones de sus propias teorías. El presidente Franklin Delano Roosevelt decidió combatir a los alemanes por medio de lo que se conocería como «Proyecto Manhattan», dirigido por el físico estadounidense J. Robert Oppenheimer.
El final de esta historia es por demás conocido: el proyecto atómico alemán, liderado por el físico y Premio Nobel Werner Heisenberg (1901-1976), fracasó. La primera bomba atómica, desarrollada y construida por ee.uu., estalló en Álamo Gordo, Nuevo México, el 16 de julio de 1945. Después, una segunda bomba atómica estadounidense fue lanzada desde el bombardero B-29 Enola Gay sobre la ciudad japonesa de Hiroshima el 6 de agosto de 1945 y una tercera se detonó en Nagasaki tres días más tarde, lo que puso fin a la ii Guerra Mundial.
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Son estos sucesos los que motivaron a Einstein a decir: «El ser humano construyó la bomba nuclear, pero a ningún ratón se le ocurriría construir una trampa para ratones». La labor a favor de la abolición de las armas nucleares se volvió esencial en la actividad política del físico durante los siguientes años: «Las ecuaciones me son más importantes, porque la política es para el presente, pero una ecuación es algo para la eternidad».
No cabe duda de que Albert Einstein fue uno de los más brillantes pensadores de la física del siglo xx e, incluso, para muchos, de la ciencia de todos los tiempos, a pesar de que fracasó en la tarea de entender a los seres humanos, de los que tuvo, hasta sus últimos días, un concepto muy escéptico: «Dos cosas son infinitas: el Universo y la estupidez humana; sin embargo, en lo que respecta al Universo, no estoy completamente convencido».
Texto publicado en Algarabía 26.