El escritor y periodista estadunidense, falleció el lunes en Nueva York a los 88 años, confirmó ayer su editorial en Twitter
EFE
“He sido un periodista, y todavía me considero un periodista que ha escrito algunas novelas”, aseguró Tom Wolfe en una entrevista que concedió en 2013 al periódico español ABC. Foto: The New York Times
“He sido un periodista, y todavía me considero un periodista que ha escrito algunas novelas”, aseguró Tom Wolfe en una entrevista que concedió en 2013 al periódico español ABC. Foto: The New York Times
NUEVA YORK.
Con una cultivada imagen de dandy y sin ocultar su vanidad, Tom Wolfe se convirtió en un transgresor y partícipe de una corriente que revolucionó el estilo periodístico en Estados Unidos con historias llenas de sátira y temas vedados para muchos.
Thomas Kennerly
Wolfe Jr., su nombre real, nació en Richmond, Virginia, en 1930, pero con los años se convirtió en un enamorado de Nueva York, donde murió el lunes a los 88 años.
Wolfe, que abandonó su aspiración de ser jugador de beisbol al no ser aceptado por los entonces Gigantes de Nueva York (hoy de San Francisco), supo leer su generación, que incluyó plumas como la de Truman Capote (1924-1984), Gay Talese o Hunter S. Thompson (1937-2005), e impulsó un género que mezcló el periodismo y la literatura.
Esta nueva tendencia, que se consolidó partir de 1973, remozó el estilo del periodismo estadunidense hasta entonces acostumbrado al pragmatismo de reporteros como Harold Lasswel, para dar paso a relatos de hechos escena a escena en lugar de la narración histórica, insertando diálogos auténticos y ‘detalles de categoría social’, tales como descripciones sobre comportamientos o formas de hablar o vestir.
LA SÁTIRA, SU SELLO
Pero la sátira que diseccionó la realidad estadunidense fue el sello de Wolfe, que se estrenó como novelista con La hoguera de las vanidades, publicada en el otoño de 1987 y en la cual retrata la historia de un vendedor de bonos que se adentra con un Mercedes deportivo en el sur del Bronx.
Debido a que dicha novela se convirtió en un best-seller, el cineasta Brian De Palma la adaptó al cine con título homónimo en 1990. La película, con muy discreto éxito de público, fue protagonizada por Bruce Willis, Tom Hanks y Melanie Griffith.
He sido un periodista, y todavía me considero un periodista que ha escrito algunas novelas”, aseguró el mismo Wolfe en una entrevista que concedió en 2013 al diario español ABC.
Por aquel entonces, el motivo de la charla era la publicación de su novela, Bloody Miami, en la que también hace una cruda descripción de esa ciudad que consideró “una mezcla de culturas en la que nada se mezcla”.
Fue hijo de Thomas Kennerly Wolfe, científico agrario que editaba la publicación Souther Planter, y de la paisajista Louise Agnew se licenció en literatura y periodismo en Universidad de Washington & Lee y cursó un doctorado en Estudios Americanos en la Universidad de Yale.
Su carrera la inició en el diario Union de Springfield (Massachusetts) y en 1962 como reportero todoterreno para Esquire, The Washington Post y The New York Herald Tribune, si bien su tentativa de ensayo de nuevos formatos de periodismo le llevó a pilotar una actitud experimental en el suplemento del último.
Mi única misión es descubrir”, aseguró en otra entrevista con El País, de España, en 2005 y que concedió en su apartamento neoyorquino trajeado de blanco inmaculado con una camisa azul, corbata blanca con lunares azul oscuro y zapatos blancos y negros.
Para Wolfe —quien confesó haber terminado de escribir su novela Soy Charlotte Simmons (2004) a mano—, EU era un “país muy raro”, e incluso admitió que no entendía todo lo que pasaba y de ahí su interés de “salir por ahí, hablar con gente” y “tratar de entender lo que hace”.
Y de ese encuentro con la gente logró narrar el Estados Unidos alejado de Hollywood. Con Las décadas púrpura (1985) definió los años ochenta como la expresión de las ambiciones, mientras que su novela Todo un hombre, publicada en noviembre de 1998, fue recibida como un acontecimiento literario.
Otras obras suyas son La banda de la casa de la bomba, La palabra pintada —en la que ironiza acerca del mundo actual del arte—, The Electric Kool-Aid Acid Test, En nuestro tiempo o Elegidos para la gloria.
Wolfe, a quien sobreviven su esposa, Sheila, y sus hijos Alexandra y Tommy, parte dejando su archivo, que incluye 10 mil cartas y borradores originales, en manos de la Biblioteca Pública de Nueva York (NYPL) que lo adquirió en 2013 por unos 2.15 millones de dólares y que hoy, más que nunca, se convertirá en motivo de consulta para los amantes de las letras.
Soy Charlotte Simmons
Los chicos de las camisetas malva empujaban los carritos entre el caos de cartón como si fueran rompehielos. En el rellano de unas escaleras, cerca del ascensor, había un inmenso cubo de basura del color de la ternera seca repleto de cajas, envoltorios de plástico con burbujas, restos de envases, bolitas de espuma de poliestireno y otros desechos. Por el suelo del pasillo, o lo que se veía de él, había pelusa, más pelusa de la que había visto Charlotte en toda su vida, por todas partes pelusa: Hacia el final del pasillo vislumbró a dos chicos descalzos. Uno llevaba únicamente un polo y una toalla enrollada en torno a la cintura. El otro, una camisa de manga larga con los faldones por fuera y unos calzoncillos, y una toalla echada sobre el hombro. ¿Calzoncillos? Los dos iban por el pasillo en dirección al baño de hombres, a juzgar por las toallas y los neceseres que también cargaban, pero ¿sin pantalones?
Charlotte se quedó estupefacta. Se volvió hacia su madre y sintió alivio al comprobar que no se había percatado de nada. Se habría quedado más estupefacta. Conociéndola, habría hecho caer la ira de Dios sobre alguien. Charlotte se arrastró a toda prisa hasta su habitación, que por suerte estaba un poco más allá.
(Fragmento tomado del libro
Soy Charlotte Simmons, de Tom Wolfe. Traducción de E. Iriarte y C. Mayor, España, 2005; 900 pp.)