Diego Corona
Uno de los cineastas mexicanos más importantes a nivel mundial ha tentado diferentes terrenos de la cinematografía. Y lo ha hecho de forma espléndida.
Guillermo del Toro ha recorrido un camino formidable por el mundo de la cinematografía. Desde su juventud, el confesado frikie digiere y brota fantasía, empapa de su melancolía a los personajes que dota de originalidades. Desentraña su afición, atraviesa pasadizos hacia los escondrijos de su inacabable imaginación, atesora y se sujeta de sus creencias multiformes. De una en especial: los monstruos.
Desde el primer cortometraje que dirigió en 1986 —Doña Lupe—, hasta su último largometraje, conquistador de los Premios de la Academia —La forma del agua—, del Toro ha creado un todo, un universo sobrenatural que no ha hecho más que expandirse con cada minuto de rodaje. Entre sus obras brincan algunas referencias, por lo que podría hablarse de un cine de autor; como pocos lo han hecho, no ha limitado su labor y se ha forjado como creador de sus propias historias.
Una cualidad importante en su carrera ha sido la convicción con la que evita encaminar su temática, escenas y personajes con el objeto de ser taquillero; un ejemplo actual del principio l’art pour l’art . En el mismo sentido de fidelidad a sí mismo, el jalisciense se hace transparente a través de sus personajes fantásticos; en ellos exhibe emociones y peligros muy humanos.
Indiscutiblemente sus obras son dignas de un análisis cuadro por cuadro, pero no cabría tanto jugo en el recipiente moderado que representa este artículo. No obstante, a continuación presentamos a algunos de los más distintivos personajes que han emergido del ensueño, de la imaginación y de la introspección de Guillermo del Toro.
• Jesús Gris: En su ópera prima de 1993 —Cronos—, del Toro opta por recurrir al mito vampírico, pero desobedece a los cánones del mismo. Federico Luppi protagoniza a Jesús Gris, un anticuario que se encuentra con un extraño objeto grabado y bañado en oro. Dicho objeto tiene el poder de otorgar juventud prolongada a quien la active, pero también desarrollará características vampíricas: sed de sangre e intolerancia —no mortal— a la luz. Las únicas dos cualidades clásicas que mantiene el director respecto a estas criaturas. Por otra parte, se entiende que la inmortalidad que reciben no es por un pacto con el diablo, sino se le atribuye a la pieza científica con compleja ingeniería que representa el artefacto. De esta forma, es evidente el carácter antropocéntrico con el que se viste a esta disímil imagen vampírica.
• El Fauno: En El laberinto del Fauno, Ofelia es una niña con la realidad hasta el cuello y atormentada por ello. Repletada de sentimientos y emociones, encontrará en su alucine un tipo de solución, o por lo menos una salida. En él, un hada la dirige hacia el laberinto del fauno, cuya voz —que parece ser transmisora de la verdad— ha de poner en duda todo aquello en lo que ella cree y los principios que ha seguido a lo largo de su vida. Una criatura tosca que representa un guía espiritual para Ofelia, ante los problemas familiares —varios provocados por la situación del fascismo español— que la acongojan. Este personaje tiene todas las características del «monstruo», pero no el papel de uno, sino todo lo contrario.
• Hell Boy: En 2004, pudimos ver a otra figura antiquísima cuyas características milenarias fueron removidas. Un personaje que del Toro tomó prestado de un cómic del estadounidense Mike Mignola. Hellboy es un satán que vino a la Tierra por obra de los nazis de la segunda guerra mundial, quienes pretendían encontrar la ayuda de un demonio y así resultar victoriosos en el conflicto mundial. Lo único que consiguen es traer a un bebé colorado con características demoniacas. Crecerá para disfrutar de los puros y con los cuernos limados —representando su anulada maldad— servirá a una organización ultra-secreta para combatir con las criaturas paranormales.
• El hombre-pez: En La forma del Agua, del Toro retoma una figura protagonista en la historia de Maurice Zimm que apareció en la pantalla grande por el año de 1954: El monstruo de la Laguna Negra, dirigida por Jack Arnold. El romance entre el mitad hombre, mitad pez y Eliza Esposito —muda—, está rodeado de personajes tan vulnerables —para la época— como ellos; Zelda es de piel negra y Giles es homosexual. En este relato, el mexicano carga de humanidad y sentimiento al «monstruo», y de actitudes amenazadoras a las personas. En este caso, es Richard Strickland, obstinado en utilizar a la criatura con fines científicos, a costa de la libertad y vida de la misma.
• El hombre pálido: Se trata de uno de los personajes más grotescos de del Toro, que también forma parte del relato de El Laberinto del Fauno. Tiene la piel flácida y flácida, los ojos en las palmas de las manos que terminan en uñas negras y puntiagudas, en las palabras del director mismo:
«El hombre pálido representa toda la crueldad institucional que se alimenta de los indefensos. No es accidental que sea a) Pálido, b) hombre».
Ofelia debe visitarlo como prueba impuesta por el Fauno, quien le advierte no comer nada del banquete al que seguramente estará expuesta. Ella lo desobedece y come una uva, aludiendo a la condena que Perséfone tuvo que padecer por comer de la granada de Hades. Es el clásico monstruo devora-niños, pero con un trasfondo más metafórico.
Se requerirían muchos párrafos más para cubrir toda la lista de creaciones de Guillermo del Toro. ¿Cuál es tu personaje favorito?