Victoria García Jolly
Tal vez pienses que la actividad deportiva sea una disciplina que no merece la atención del arte, sin embargo, ha sido un sujeto temático más recurrente de lo que se pensaría.
El sistema tradicional de componentes del arte —menciona José Jiménez en su Teoría del Arte— implica al artista, la creación, la obra producida, el espectador y hasta el crítico que valora y conduce el gusto del público e inserta la obra en el universo cultural que le «corresponde».1 José Jiménez, Teoría del arte, Madrid: Tecnos/Alianza, 2002; pp. 155.
El deporte, como manifestación cultural, es entonces un tema de expresión tan válido como cualquier otro del universo artístico. De tal manera que se cuenta con piezas extraordinarias, desde el Discóbolo [1] de la Grecia antigua, hasta el Dinamismo de un jugador de futbol [2], del futurista Umberto Boccioni.
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[1]
s5-arte-2-Umberto_Boccioni_Dynamism_of_a_Soccer_Player_1913
[2]
El deporte es emoción, adrenalina, obsesión...
El arte sigue a la cultura
Lo que hemos aprendido de la historia del arte es que sus temáticas, en general, reflejan los intereses y cosmogonía de cada época. Al parecer sólo los grandes temas son dignos de ser parte de la obra de arte, entiéndase la religión, la historia, la política, el personaje, la mitología, el poder, la guerra, la naturaleza y la leyenda, hasta la denuncia, la introspección, la propia existencia y su cuestionamiento filosófico.
El propósito del arte es una necesidad de perpetrar, plasmar, retratar o manifestar una crítica, una opinión o un juicio sobre su realidad
Pero muy poco se conoce de la representación de la vida cotidiana, de las costumbres y hábitos de la gente común. De estos hábitos proviene la cultura que vivimos y perpetramos todos los días al comer, al tender una cama, al vestirnos, al cortejarnos, al divertirnos y al ejercitarnos. Se trata de situaciones familiares, de actividades que parecen no pertenecer a los museos y, sin embargo, hallamos que los ejemplos son abundantes.
La representación del deporte resultó una fuente inagotable para todo tipo de artistas, cuyos nombres tal vez nos suenen ajenos, pero ni son pocos ni su trabajo es malo. Al servirse de la realidad, cada uno retrata las actividades de su tiempo y de su entorno. Entonces descubrimos cómo estética y deporte evolucionan en paralelo.
Representación e innovación
Para los griegos, la escultura fue el medio ideal para dar culto al cuerpo y la belleza del ser humano, y qué mejor que tomar como modelo a los atletas de cuerpos perfectos en todos sentidos.
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[3]
El deporte, que practicaban desnudos, quedó plasmado en frescos como la Tumba de las Augures [3], en vasijas y relieves. La cultura romana, en Villa del Casale, Sicilia, cuenta con uno de los mosaicos más destacados y asombrosos por la vigencia de su temática: las Gimnastas [4], ataviadas con bikinis, hacen pesas con mancuernas, se lanzan un disco, corren y reciben los laureles de la victoria.
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[4]
Gracias a estas obras es que podemos inferir la vida de nuestros antepasados y entender un poco la nuestra, como dice el psicólogo Alfred Adler: «Somos efecto del pasado».
El rigor absoluto y los medios de expresión —iglesias y manuscritos iluminados— parecieran eliminar toda actividad deportiva durante la Edad Media. Pero es la época de los caballeros con armaduras, y éstos competían con sus largas lanzas por honor y dignidad, tal como lo muestra El libro de los torneos [5] de René d’Anjou. Es también la época en que surge el tenis como actividad recreativa de la corte.
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[5]
Es interesante darse cuenta que el golf lo practicaba gente del campo y a campo abierto, prescindiendo de la parafernalia actual: caddies, carritos, palos de todo tipo, cheques y cámaras de televisión. Así lo capta el artista flamenco Adriaen van de Velde en Golfistas en el hielo cerca de Harlem [6]
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[6]
Para el futurista Umberto Boccioni la fuerza y velocidad con que se juega un buen partido de futbol empata perfectamente con los conceptos que le interesaban: velocidad, elasticidad, flujo. Lo que prueba con Dinamismo de un jugador de futbol a través del fraccionamiento y descomposición del objeto representado: no plasma al jugador sino su energía, no plasma su uniforme rojo sino la fuerza y vibración de la paleta de color cálida. Con Las futbolistas [7], del mexicano Ángel Zárraga, tenemos una imagen opuesta que, si bien colorida, carece del vértigo de la de Boccioni.
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[7]
El recurso de Las Futbolistas, entonces, es el homenaje o sátira —todo depende de bajo qué perspectiva se vea— de Las tres gracias de Boticelli y su equilibrada composición.
La función sigue a la forma
John Vassos da un nuevo salto cualitativo. Se sirve de la geometría y, sin llegar a la profundidad de Boccioni, genera una perspectiva casi abstracta en su Juego de tenis; sin embargo, reconocible. Tal vez el resultado sucumba a
las intenciones comerciales y decorativas.
La difusión de algunas de estas obras de arte en propaganda y publicidad, influyó para que a nuestros ojos, conducidos por la opinión de críticos y conocedores, el deporte parezca indigno de galerías y museos.
Para 1941, en que John Steuart Curry pinta Un partido All-American [8] —la típica estampa vintage del futbol americano—, el capitalismo tenía muchísimos años de haber convertido todo en mercancía, como señala Ernst Fischer en La necesidad del arte: los artistas, sus obras y el glamour de la pieza original se mantuvieron —gracias a sus desmedidos precios— inaccesibles y elitistas. No fue el caso del deporte. La posibilidad de practicarlo, de competir y, sobre todo, de asistir e involucrarse como espectador y fanático, lo masificaron y lo convirtieron en un producto mediático.
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[8]
Lee este texto completo, así como las obras de arte más representativas sobre el deporte en Algarabía 133.