Esta celebración se ha transformado en un sinónimo de unidad, a través de la cual se demuestra que tanto México como las naciones que integran América Latina están dispuestas a defenderse de la intervención extranjera, cualquiera que sea su ámbito de influencia.
A las 12 del día del 17 de diciembre de 1861 una bandera española ondeó en la fortaleza de San Juan de Ulúa, Veracruz, y fue saludada por una salva de veintiún cañonazos. En ese momento inició uno de los periodos históricos que definieron a nuestra nación.
En 1861, al concluir la guerra de Reforma el gobierno encabezado por Benito Juárez se encontraba en la ruina, con un territorio dividido y en conflicto con los remanentes del ejército conservador esparcidos en toda la geografía nacional. Ante esa situación el Congreso decretó, el 17 de junio de aquel año, la suspensión del pago de la deuda externa.
La medida provocó la protesta de los acreedores internacionales y proporcionó la excusa perfecta para legitimar una intervención. Es en ese contexto que Francia, Inglaterra y España firmaron el tratado de la Convención de Londres; en el cual se acordó que las tres naciones enviaran fuerzas militares a las costas mexicanas.
La intervención de las tres potencias no se concretaría, ya que Inglaterra y España desistieron al llegar a un acuerdo con el gobierno mexicano; no obstante Francia, A pesar de haber firmado los tratados de La Soledad, continuó con sus ambiciones de instaurar un monarquía en nuestro país, propósito que se retrasó gracias a la victoria de los ejércitos mexicanos sobre los franceses el 5 de mayo de 1862 en Puebla.
El primer enfrentamiento entre el ejército liberal mexicano -formado por cuatro mil hombres- y el ejército francés, con una fuerza de seis mil al mando del conde de Lorencez, se dio en las cumbres de Acultzingo, el 28 de abril de 1862.
El 5 de mayo de 1862, al intentar tomar Puebla, los invasores franceses fueron rechazados en repetidas ocasiones por el ejército mexicano. La defensa mexicana, a cargo del general Ignacio Zaragoza, se parapetó en los fuertes de Loreto y Guadalupe y aunque las tropas nacionales iban mal armadas, tenían gran determinación. Asimismo la batalla se ganó gracias a la participación de las distintas comunidades indígenas de la región.
La victoria de las armas republicanas retrasó un año el plan de los conservadores, quienes regresaron al campo de batalla apoyados por las bayonetas francesas, con el fin de instaurar el segundo imperio mexicano.
Fue la primera vez que Francia, con el ejército más poderoso del mundo en ese momento, fue vencida después de casi medio siglo de victorias. Los mexicanos se apuntaron la primera gran victoria de su historia y los soldados franceses se llevaron una desagradable sorpresa al ser vencidos por un improvisado general y por una tropa formada por campesinos y humildes ciudadanos, quienes obtuvieron los laureles de la gloria.
El general Zaragoza, jefe del Ejército de Oriente, fue acompañado por un grupo de distinguidos generales liberales entre los que destacaron: Porfirio Díaz, Miguel Negrete, Felipe Berriozábal, Antonio Álvarez y Félix Díaz. Las tropas mexicanas iban a extraer continuamente de esa victoria los alimentos para proseguir una lucha cruel y áspera.
Un año más tarde, en marzo de 1863, después de haber tomado plazas menores y subordinado a los conservadores mexicanos, el mariscal Forey sitió Puebla durante 62 días. Al cabo de ese tiempo y por falta de municiones y víveres, la plaza se rindió.
Los jefes militares hechos prisioneros fueron enviados a Francia; no obstante en el camino a Veracruz algunos de ellos lograron evadirse, como Jesús González y Porfirio Díaz. El 5 de mayo, celebración establecida por el presidente Benito Juárez, fue una fecha festejada con fervor durante el Porfiriato, por ser un símbolo de unidad en torno a uno de los protagonistas de la batalla de Puebla de 1862: Porfirio Díaz.