Consumada la independencia de nuestro suelo, la antigua ciudad de Tlaxcala era la que resentía más que ninguna otra del continente nacional, los estragos de una guerra sin cuartel que durante once años se sostuvo entre insurgentes y gachupines, para que México pudiera reconquistar sus derechos perdidos, y su soberanía fuera reconocida, no sólo por las cortes de Europa, sino por las potencias más poderosas de todo el mundo.
En esta situación, de la opulenta Tlaxcala de más de doscientos mil habitantes de los tiempos de Xicotencatl, no quedaban más que unas cuantas casas destruidas por las inundaciones, aniquiladas por las balas del cañón, y otras cuántas familias que las habitaban sin más recursos para sostenerse que su corporal trabajo en una población sin comercio ni industria conocida, porque la de las mantas había acabado.
Entre estas familias había un matrimonio compuesto de D. Santiago Lira y Doña María Ignacia Ortega, matrimonio que se distinguía por su moralidad y buenas costumbres y de nada dudosos antecedentes, puesto que D. Santiago Lira, hijo de D. Diego José de Lira que fue dos veces gobernador de la entonces provincia de Tlaxcala, hacía remontar su descendencia hasta el trono de Xicotencatl, según el árbol genealógico que existe en el pueblo de Axotla del Monte; y doña Ignacia Ortega la hacía remontar por tradición familiar hasta la familia del Señor Arzobispo Ortega y Montañéz que desempeñó por algunos días el virreinato en tiempo de la dominación castellana.
(*) Publicado en "La Semana Política", periódico Independiente, Político y Literario; No. 62; Ciudad de México, Viernes 1º de Noviembre de 1889; Tomo I; página 518. (se respeta ortografía original)
Fuente: Revista Quórum, presencia e imagen con ideas, Tlaxcala-México, Año IV, No. 44, Mayo 2013