Para la antropóloga Marta Turok, resulta indispensable que sean los propios artesanos los que refieran los riesgos que corre el rebozo y digan cuáles son los elementos necesarios para que esa tradicional prenda perdure y mantenga una vida sana.
De allí la importancia del encuentro El arte del jaspe y el rebozo: pautas para la conservación de una tradición, inaugurado ayer en el Museo Franz Mayer, el cual tiene entre sus principales objetivos, precisamente, dar voz a esos artífices populares para que se expresen al respecto.
Esta cita, de la cual es organizadora la mencionada especialista, reúne del 3 al 7 de julio en dicho recinto a tejedores, empuntadoras, proveedores de materia prima, diseñadores, investigadores, coleccionistas y público en general.
Antes de ceder la palabra a los investigadores que participaron en este primer día de actividades, Turok refrendó su convicción sobre el alto riesgo de desaparecer que corre esa tradicional pieza textil mexicana, aunque aclaró que ese es un tema que debe ser tratado por los creadores.
Cultivadores del jaspe
El criterio para seleccionar a los reboceros participantes en el encuentro, aclaró Marta Turok, fue invitar a aquellos que trabajan la técnica del jaspe, si bien el espectro se amplió un poco y se incluyeron los casos de los rebozos de seda, así como los del norte de Veracruz y de Michoacán, por la complejidad de su punta.
Aun cuando le hubiera gustado incluir en el programa al rebozo de lana, consideró que esa vertiente se merece una reflexión aparte, debido a que posee características propias.
Y sobre por qué se excluye al chal, destacó que es una prenda cuya función original no fue cubrir ni envolver la parte superior del cuerpo, aspecto que ha cambiado por cuestiones de mercado.
La jornada inaugural del encuentro incluyó las conferencias El rebozo de jaspe: una historia de vínculos transpacíficos a través del textil, de Amalia Ramírez Garayzar; Origen y uso del rebozo, de Ana Paulina Gámez; El mámatl, una prenda indígena milenaria, de Arturo Gómez, y El rebozo visto desde el sur, de Alejandro de Ávila.
Investigadora independiente y profesora en la Universidad Iberoamericana, Ana Paulina Gámez rechazó que el rebozo sea una prenda de origen prehispánico. Como argumento, aludió a la importancia y el valor que las culturas mesoamericanas daban al cabello, como símbolo de belleza y salud, por lo cual no se lo cubrían.
Ubicó los antecedentes de esa pieza textil en una antiquísima tradición de la zona mediterránea –practicada en las culturas etrusca, griega, romana e israelita, entre otras– en la que las mujeres debían cubrirse la cabeza con una prenda de recato para demostrar su decencia y virtuosismo.
Tradición, la anterior, que llegó y se extendió por España en el tardomedievo y el Renacimiento a través del cristianismo, que a su vez la había retomado de la tradición hebrea, así como de la cultura islámica. El uso de esa prenda llegó a América por la conquista.
La estudiosa citó al apóstol Pablo, quien en una de sus cartas dice que las mujeres deben cubrir su cabeza cuando oran para dos cosas: Uno, que son inferiores espiritualmente al hombre y, dos, que tiene que estar sumisas a la voluntad del hombre. Este es el significado de las prendas de recato en la cultura cristiana.
Paulina Gámez recordó que las mujeres católicas se cubrieron la cabeza hasta 1963-1965, cuando el Concilio Vaticano II las liberó de ese uso, aunque en algunos lugares se siga utilizando.
Por su parte, Amalia Ramírez, quien es catedrática de la Universidad Intercultural Indígena de Michoacán, habló de los vínculos culturales que sugiere el rebozo de jaspe entre lo que era la Nueva España y territorios orientales, particularmente Filipinas.
La entrada al encuentro es libre, excepto a la expo-venta, las demostraciones, la pasarela y exhibición de los videos, actividades que tiene un costo de 25 pesos. El Museo Franz Mayer se ubica en avenida Hidalgo 45, Centro Histórico.
Fuente:La jornada