Es extraño que en México casi nunca usemos la forma hispanizada de la palabra que denomina a lo que nos ponemos en la cabeza todos los días para lavarnos el pelo: champú, y más bien, la pronunciemos como en inglés, shampoo /shampú/.
Ni siquiera en las etiquetas del propio producto escribimos la palabra en su forma hispana.
Champú entró al español en 1908 por medio del inglés shampoo —friccionar, que también puede ser verbo o sustantivo— y, según el Diccionario de la Real Academia Española, es una «loción para el cabello». A su vez, shampoo entró al inglés hacia 1760, proveniente del hindi1 chompna, que significa sobar, en relación quizás a los masajes tradicionales que se dan en Persia y la India, en los cuales se vierte agua tibia sobre el cuerpo y se frota con extractos de hierbas.
Hay champús para bebés, para perros y gatos, medicinales —que combaten los piojos, las pulgas, los hongos y la odiada caspa—, champús especializados —con vitaminas, minerales, proteínas, añadidos, sabores, perfumes, olores, sinsabores, etcétera— y hasta hay champús para calvos o, más bien, contra la calvicie, como el muy mexicano champú de chile.
Este producto es tan conocido y usado en todo el mundo que incluso hay una película llamada Shampoo.
Fuente: www.algarabia.com