Rufino del Carmen Arellanes Tamayo creció en una familia sin antecedentes de artistas, su padre Ignacio Arellanes era un conocido zapatero de esa región oaxaqueña, mientras que Florentina Tamayo sólo se dedicaba a hacer trabajos como costurera.
Ellos creyeron que Rufino dedicaría su vida a la religión, pues de pequeño fue acólito en la iglesia, aunque desde entonces también mostraba destellos de su pasión por el dibujo.
En 1907 murió su madre, y como su abuelo había fallecido y su padre los había abandonado, Rufino quedó al cuidado de su tía Amalia, con quien vivió a partir de 1911 en la capital de la República.
Durante su juventud, Rufino se dedicó a atender un negocio de frutas que la familia tenía en el mercado de la Merced, lo cual en años posteriores lo influiría para plasmar naturaleza muerta –representando objetos y frutos exóticos– así como personajes pintorescos que para él merecían permanecer sobre lienzos.
Primeras pinceladas libres
En 1917 Rufino, con sólo diecisiete años de edad, ingresó a la Academia de San Carlos, pero su temperamento rebelde y sus dificultades para aceptar la disciplina de la institución lo orillaron a abandonar sus estudios.
«Estoy en contra de toda forma de academia. La técnica es asunto personal, cada artista debe descubrir su propia técnica.»
En 1921 consiguió ser titular del Departamento de Dibujo Etnográfico del Museo Nacional de Arqueología de la Ciudad de México, y cinco años más tarde presentaría sus trabajos en su primer exposición pública. Debido al éxito de ésta, más tarde fue invitado a exponer sus obras en el Art Center de Nueva York.
En 1928 ejerció como profesor en la Escuela Nacional de Bellas Artes, y en 1932 fue nombrado Director del Departamento de Artes Plásticas de la Secretaría de Educación Pública.
En 1933 realizaría su primer mural: El canto y la música, obra que le había sido encargado por el Conservatorio Nacional de México. Cinco años más tarde aceptó una oferta para enseñar en la Dalton School of Art en Nueva York, donde residiría casi veinte años y donde se vio influenciado por artistas como Picasso, Matisse y Braque.
Reconocimiento internacional
Aunque en sus inicios Tamayo pintó obras de pequeñas dimensiones y después reflejó en sus murales diversas temáticas sociales, fue en 1943 cuando comenzó a pintar arte abstracto.
Su acervo, de más de 2 mil obras, se encuentra distribuido en distintas partes del mundo. Pintó más de mil 300 óleos, entre los que se encuentran 20 retratos de su esposa Olga con quien estuvo casado durante 57 años; realizó 465 litografías, 350 dibujos, 20 murales y un vitral.
Se consolidó a nivel internacional luego de que la Bienal de Venecia, a principio de los años cincuenta, aceptara la instalación de una sala exclusiva para mostrar su trabajo.
«Es la vocación lo importante. Si uno tiene vocación, las cosas salen, y entonces la disciplina es la que forma a la persona. Hay que ser disciplinados, yo creo en la disciplina más que nada, y creo en el trabajo mismo.»
Realizó un mural en el Palacio de Bellas Artes en 1952, y un año después pintóEl hombre para el Dallas Museum of Fine Arts. Tres años después pintó uno de sus murales más importantes titulado América en Houston. En 1957 llevó a cabo su mural Prometeo en la Universidad de Puerto Rico, y, un año después, plasmó un monumental fresco para la UNESCO en París.
Su obra como muralista culmina con El día y la noche, realizado en 1964 para el Museo Nacional de Antropología e Historia en el cual representa la lucha entre el día –personificado por la serpiente emplumada– y la noche – que adopta la forma de un tigre.
«El muro es un compromiso. Desde el momento en que pinta usted un muro tiene que tomar en cuenta la arquitectura y eso ya es compromiso.»
Los innumerables premios recibidos a lo largo de su trayectoria y las exposiciones individuales que realizó en Nueva York, San Francisco, Chicago, Buenos Aires, Los Ángeles, Washington, Houston, Oslo, París, Zurich y Tokio, apuntalaron su valor artístico de manera atemporal, hasta la década de los ochenta.
Rufino Tamayo murió el 24 de junio de 1991 a los 92 años, con un invaluable legado artístico como herencia para el mundo. Sus restos fueron cremados, y tras la muerte de su esposa en 1994, las cenizas de ambos fueron colocadas en un nicho del Museo Tamayo de Arte Contemporáneo.
Algarabía