Luego de navegar durante más de un mes, los mercaderes han logrado desembarcar en la península itálica. Traen esencias, telas, tinturas, animales exóticos y demás objetos preciosos desde Egipto. Hacen una gran fogata con la que logran emitir una gran columna de humo para que los nativos sepan de su presencia; están dispuestos a intercambiar sus bienes por comida, agua y otros objetos exclusivos de la región que podrán canjear en otras tierras.
Esta descripción es un ejemplo de cómo funcionaba el trueque en la antigüedad. Como es de suponer, los comerciantes no siempre necesitaban lo que otros tenían, o no se ponían de acuerdo con la valuación de los objetos de intercambio.
Durante siglos, muchos pueblos de África, China y la India usaron conchas de caracoles o granos —como el cacao, que se utilizaba en el México Antiguo— para representar el valor de otros objetos, pero no existía algún método que satisficiera a vendedores y compradores por igual.
Los lidios, un pueblo del Asia menor, inventaron la primera moneda —unidad de cuenta— en el siglo VI a.C.
Salario «mínimo»
Por ejemplo, los etruscos —antepasados de los romanos— cotizaban todo por medio de cabezas de buey —per capita, término que se usa hasta la fecha y de donde muchos siglos después surgiría la palabra capital.
Gracias a la infinidad de series y películas que se han producido sobre el Imperio romano, nos es familiar que a los soldados, desde muchos siglos antes, se les pagara con sal —de ahí el origen de la palabra salarium—. Además de sazonar la comida y evitar la deshidratación, la sal era indispensable para conservar varios tipos de alimentos, e incluso se empleaba como antiséptico para curar heridas o para detener hemorragias.
Sin embargo, la sal era difícil de trasladar y almacenar en grandes cantidades. Por ello, para hacer más práctica la valuación de los objetos, se confeccionaron barras de cobre con figuras de animales o de objetos que aludían a su valor «equivalente»; pero este sistema continuaba siendo muy burdo y poco preciso.
La era de los metales
En el año 3000 a.C., asirios y babilonios crearon barras metálicas para representar el costo de los objetos; no tardaron en emplear oro y plata para confeccionarlas, no sólo por ser metales difíciles de obtener, sino porque eran los que menos se deterioraban con el paso del tiempo.
A pesar de ello, en cada transacción los comerciantes sometían estas barras a varias pruebas para verificar la autenticidad y pureza de los metales, y esto, además de hacer más lentas las negociaciones, generaba conflictos por la desconfianza mutua.
Según Herodoto de Alicarnaso1 , en el siglo vi a.C., los lidios —un pueblo que se ubicaba en la actual costa meridional de Turquía—, encontraron una solución para que el comercio fuera más práctico: inventaron el «electro».
El «electro» era una aleación rudimentaria de oro y plata, y el primer tipo de cambio reconocido en Lidia2 y en otras regiones, pues, además de tener un peso uniforme —que lo hizo fácil de reconocer y transportar—, estaba avalado por una serie de símbolos y signos que no eran fáciles de falsificar.3
Revolución de la riqueza
En el siglo iv a.C., varios filósofos —entre ellos Aristóteles— consideraron que la creación de la moneda tenía un origen ético y moral, y esto quedó reflejado en su etimología: moneda viene del latín monēta, y a su vez del griego νόμισμα /nómisma/, derivación de νόμος /nómos/ ley.
El uso de las monedas ocasionó una revolución en el concepto de la riqueza, pues no importaban cuantas tierras fértiles, esclavos o posesiones tuviera alguien, sino la cantidad de monedas en que podían cotizarse sus pertenencias.
Los metales no tardaron en ser de uso frecuente por todo el Mediterráneo y eso originó que cada ciudad acuñara sus propias monedas, que fabricaban de un modo muy sencillo: fundían un par de metales preciosos, lo vertían en un recipiente plano con arena y, aún caliente, lo aplastaban con un golpe de martillo, con el cual adquiría su peculiar redondez.
Sistema monetario uniforme
En el siglo iv a.C. fue Alejandro Magno quien, con el mismo arrojo con que «desató» el nudo gordiano, se atrevió a establecer un sistema monetario uniforme: para todos los territorios que había conquistado acuñó una moneda conocida como tetradracma, en cuyo anverso llevaba la efigie de Heracles —héroe por antonomasia del panteón helénico y supuesto antepasado del mismo Alejandro— y en su reverso, una representación de Zeus, el dios supremo del Olimpo.
Cuando Alejandro Magno murió en el año 323 a.C., Ptolomeo i (305 a.C.–285 a.C.) ordenó que el tetradracma, llevará la efigie de Alejandro; fue así como las monedas empezaron a llevar la imagen de personajes históricos —como se estila hasta la fecha— en lugar de mitológicos.
Imperio bancario
Al igual que su panteón mitológico, los romanos adoptaron el sistema económico de la cultura helénica. En el 212 a.C., establecieron como monedas principales el as de bronce y el denario de plata —del latín denarium «que contiene diez» y que dio origen al término dinero—, que en principio equivalía a 10 ases, y cuya circulación no tuvo cambios sino hasta el siglo iii d.C., cuando se convirtió en el solidus.
A la fecha, el denario tuvo su continuidad en el dínar, moneda que circula en Argelia, Jornadia, Túnez, Serbia y Macedonia —por mencionar algunos países.
Sin embargo, la expansión territorial del Imperio romano obligó a encontrar una forma de administrar cantidades descomunales de dinero de forma más sencilla. Aunque ya existían bancos desde el siglo vi a.C., los romanos revolucionaron la banca al conservar, en cada territorio conquistado, el uso de las monedas locales y establecer tasas de cambio equivalentes con su moneda.
En el año 61 a.C., Julio César pidió un préstamo bancario de 25 millones de denarios, con los que compró influencias en el senado y pudo cubrir el costo de su ejército para conquistar las Galias. Luego de dominar amplios territorios, Julio César regresó a Roma con sus tropas —lo cual muchos consideraron como una «amenaza para la República»— y compró a varios senadores para ser nombrado Dictador de la República.
Julio César fue el primer gobernante vivo que ordenó la acuñación de monedas con su efigie. Esto, entre otros «excesos», ofendió —otra vez— al senado, pues estaba prohibido que se rindiera culto a la personalidad.
A partir de entonces, el triunfo o la derrota de los emperadores estaba condicionada por el crédito que pudieran obtener de los bancos —con base en la confianza que brindara su estabilidad en el poder—, más que por el número de sus soldados o sus influencias políticas.
Fuente: www.algarabia.com