Mañana se conmemora el 120 aniversario del natalicio del tabasqueño, a quien se le recuerda como un bardo que le cantó al mediodía y al sol
VIRGINIA BAUTISTA. EXCÉLSIOR
Foto: Ricardo Salazar. Cortesía Academia Mexicana de la Lengua. Tomada de www.academia.org.mx/
CIUDAD DE MÉXICO.
El poeta Carlos Pellicer (1897-1977) fue “un hombre que le cantó a la luz, al mediodía, al sol”, sostiene el ensayista y editor Pável Granados. “Amó a la naturaleza, sabía estar dentro de ella; era prolífico y bondadoso. Tuvimos una relación de las que marcan la vida”, comenta su sobrino Carlos Pellicer López.
Integrante de la famosa generación de Los Contemporáneos, secretario privado de José Vasconcelos, alfabetizador en las vecindades, maestro atípico, museógrafo y ex senador por Tabasco, su estado natal, Pellicer es recordado en el marco del 120 aniversario de su natalicio, que se conmemora mañana.
Gabriel Zaid lo considera con toda justicia uno de los grandes poetas católicos de México, pues alcanzó a tener una perfección métrica muy notable”, afirma Granados.
El estudioso de la poesía mexicana explica que, ya de entrada, “Los Contemporáneos son la generación más antigua con la que todavía los escritores de hoy se pueden hablar de tú. Son autores que no necesitan pies de página para ser comprendidos. Son los poetas de quienes quizás hemos recibido la influencia más importante.
Y Pellicer, entre ellos, es el poeta a quien nos podemos acercar con más facilidad, porque contradice lo que siempre se opina de la poesía mexicana. Se ha dicho que los vates mexicanos eran apesadumbrados, que escribían de cosas tristes, que eran melancólicos, que la hora de la poesía mexicana era la de la tarde y la de la noche. Y Pellicer fue un hombre que le cantó a la luz, al mediodía, al sol”, agrega.
El autor de El ocaso del Porfiriato. Antología histórica de la poesía en México (1901-1910) advierte que a Pellicer la luz lo ayudó a modelar el paisaje de una manera muy moderna. “Le gustaba la vanguardia y le cantó al progreso técnico, a las nuevas formas pictóricas, a los aviones. Fue el primer poeta que hizo un poema de un pueblo, pero visto desde el cielo, desde una avioneta”.
Destaca que el autor de Horas de junio “fue alguien que se exigía mucho a sí mismo, buscaba escribir un soneto diario. Se iba a la playa, en Villahermosa, nadaba y escribía un soneto, y hasta que lo terminaba se regresaba a su casa.
Tres tomos reúnen su poesía completa. Fue muy prolífico. Todo le llamaba la atención: lo cotidiano, lo histórico. Fue quizá de Los Contemporáneos el único poeta de izquierda porque le cantó al Ché Guevara, a Simón Bolívar y a la Revolución cubana”, añade.
El coautor, con Miguel Capistrán, de la antología de poemas sobre la Revolución Mexicana El edén subvertido señala que Pellicer, por otra parte, fue gran admirador de Vasconcelos, quien lo mandó como delegado estudiantil a Sudamérica, de cuyo paisaje se enamoró.
“Fue alumno en la Preparatoria Nacional, se educó con los Ateneístas. Su maestro de filosofía fue Antonio Caso, a quien le pedía que escuchara sus poemas, se los leía por horas y al final Caso le decía que eran pésimos, que debía seguir escribiendo. Pero nunca se desanimó.
Era admirador de Salvador Díaz Mirón y un hombre profundamente religioso. Hay algo de culpa cristiana en su poesía. Cada año montaba un nacimiento distinto en su casa de las Lomas de Chapultepec. Escritores, pintores, filósofos y ciudadanos iban a visitarlo durante las posadas y en la Navidad. Él escribía cada año poemas dedicados a ese nacimiento. Era una tradición”.
Pero el Pellicer con el que se queda Pável Granados es quien escribió en 1941 Recinto, un poemario íntimo que habla del amor homosexual: “Aquí se revela otro Pellicer. Él fue un poeta homosexual, pero no lo asumió nunca. En este libro se hace un guiño a los sectores que lo pueden comprender, por eso comienza diciendo “Que se cierre esa puerta que no me deja estar a solas con tus besos”. Este es un poemario de penumbra, de amor secreto, de alguien que va por la calle buscando a otras personas que lo entiendan”, dice.
El tío consentido
El ilustrador y artista plástico Carlos Pellicer López (1948) tenía 29 años de edad cuando su tío Carlos Pellicer murió en la Ciudad de México en 1977, así que convivió mucho tiempo con él, compartieron viajes por el país y el extranjero e incluso le ofreció el tercer piso de su casa para que lo convirtiera en su estudio de pintura.
Tuvimos una relación de las que marcan la vida. Yo tenía cuatro años cuando nos mudamos a la casa de Chapultepec, que se construyó al lado de la de mi tío, por voluntad de los hermanos (mi papá y él) de vivir juntos. Era muy fácil asomarse a su casa y, por fortuna, desarrollamos una relación extraordinaria. Para mí era ‘el tío’”, recuerda.
El egresado de la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la UNAM evoca los “viajes inolvidables” que realizó con el poeta. “Aprendí mucho con él, de su amor por la naturaleza y de cómo se mantuvo muy activo hasta el final de su vida. Falleció un mes después de cumplir 80 años. El próximo 16 de febrero se conmemoran cuatro décadas de su muerte”.
Asegura que, hacia 1976, cuando ya había tomado posesión de su curul como senador por Tabasco, Pellicer se iba caminando de su casa al Paseo de la Reforma, una cuadra, y ahí tomaba el autobús que lo llevaba a la Cámara de Senadores. “Es una de las memorias que guardo, porque lo describe muy bien. Me gustaría mucho que nuestros legisladores ahora se movieran en transporte público”.
A la muerte de su tío, Pellicer López se encargó de organizar el archivo del autor de los poemarios Colores en el mar y otros poemas (1921) y Cuerdas, percusión y alientos (1976), que donó a la UNAM hace unos 15 años.
De una primera labor de escaneado que se hizo, digamos en cuanto a los manuscritos y la correspondencia, debe haber como 50 mil documentos, además de alrededor de cuatro mil fotografías”.
Destaca que lo que hace más rico a este acervo, aún poco estudiado, es que incluye diversos documentos de su abuelo, Carlos Pellicer Marchena, todos sus libros de farmacia, los recetarios de la abuela Deifilia Cámara, madre del poeta, y fotografías de la familia.
A mi tío le gustaba conservar sus manuscritos. No los tenía en orden, era de un desorden ilimitado, él mismo no sabía dónde estaban las cosas nunca. Pero de su obra poética se conserva el 70 u 80 por ciento de sus manuscritos. También está su obra en prosa, aquí hay bastantes documentos que no se han publicado”, indica.
Finalmente, como artista plástico revalora la propuesta museográfica de Carlos Pellicer. “Es una faceta que no se ha estudiado como debiera. No conozco un estudio arquitectónico que analice con profundidad el Parque de La Venta (Tabasco), donde montó un museo al aire libre apoyándose en los elementos vegetales y animales, a orilla de la laguna. Contempló que ahí anduvieran libres los venados, coatíes y monos araña. Es un ejemplo único en el mundo”.
Concluye que el creador de museos como la Casa Azul de Frida Kahlo y el Anahuacalli, que a partir de sus remodelaciones han perdido su propuesta museográfica original, “fue un pionero e innovador en este rubro”.
El poeta que empezó a escribir sus sonetos mientras vendía los dulces que preparaba su madre y el maestro que recorría con sus alumnos las calles de la ciudad y los llevaba a visitar iglesias y zonas arqueológicas descansa en la Rotonda de las Personas Ilustres.