Victoria García Jolly
Algarabía
El pintor alemán Otto Dix ha sido calificado con todos los adjetivos posibles, lo mismo por su obra que por su vida y sus convicciones que, en su caso, son la misma cosa: anarquista, realista, pornográfico, conservador, alienado, violento, desafiante, rechazado, cruento, enfermo, olvidado.
El empezar del siglo XX implicó la detonación de una serie de vanguardias que buscaban renovar cómo expresar la realidad circundante bajo nuevas miradas, tesis, intenciones y proposiciones que transformaron el objetivo del arte. Grupos de artistas se reunían en torno a ideas semejantes expuestas en manifiestos y preceptos que los hacían producir obras con un común denominador, aunque diferenciadas por personalidad, regiones y épocas.
Otto desde el comienzo
Es en este contexto que nace Otto Dix (Gera 1891-Singen 1969), hijo de una pareja de obreros; bajo la influencia de su madre —que fue poeta en su juventud— estuvo expuesto
al arte desde muy temprana edad. A los 15 años ya era aprendiz en el taller de Carl Senff y más tarde se colocó en la Academia de Artes Aplicadas de la ciudad de Dresde donde se volvió un asiduo visitante de la Galería de los Grandes Maestros de la pintura alemana, él mismo se consideraba discípulo de Hans Baldung, Lucas Cranach y Matthias Grünewald, de quienes adoptó el realismo necesario para pintar su presente y su futuro.
Un presente marcado por la industrialización que Dix, de alguna manera se negaba a aceptar, que le era ominoso por las condiciones sociales y políticas, porque las máquinas y las nuevas tecnologías cada vez mantenían más aislado al individuo de su entorno.
–Acércate también a «El Bosco»: ¿devoción o locura?–
Dix se convirtió así en un sociólogo, observador agudo de la realidad, que pone especial énfasis en los detalles con los que ataca y expone la degradación y los errores políticos
y sociales.
Fue expresionista, cubofuturista, realista, objetivista, pero sobre todo, fue auténtico y fiel a sus principios, amigo de la verdad sin importar que al pintarla, ésta ofenda.
Se cataloga a sí mismo como un ser de acción política y a su arte como un medio de agitación «Tienes que ver todo con tus propios ojos o no cuenta. Yo tenía que ver todo. Tuve que experimentar en carne propia las altas y bajas de la vida, por eso fui a la guerra como voluntario. Tal vez hoy piensen que era un verdadero militar, pero
así fue como tuve la oportunidad de
crear estas pinturas que muestran los
horrores de la guerra».
Para entonces
su búsqueda arrojaba obras de carácter
expresionista por su crudeza y colorido.
Sin embargo, también destacan cuadros
cuyo estilo pone de manifiesto la
influencia de otras vanguardias como
el cubismo y el futurismo que, si bien
origina obras casi abstractas, debido a sus preceptos y conceptos divisionistas,
no impide que Otto mantenga su
estilo figurativo de carácter realista,
y como muestra quedaron sus 115
autorretratos.
Dix desde las trincheras
Durante la I Guerra Mundial Otto se las arregló para «encontrar belleza» en esta gran tragedia y fue criticado
por ello. Para poder expresar el sentimiento que se tiene al poner la bayoneta en el estómago del enemigo y enterrarla, estaba el expresionismo.
Documentó la guerra en más de 500 dibujos y una serie muy importante de aguafuertes que realizó después de la guerra basado en fotografías. Tal vez no sea Dix el que plasma la belleza, sino el espectador que encuentra en su obra lo sublime, la inefable atracción por el horror: la muerte, la destrucción, la nada, la sinrazón, el atroz silencio que sigue a una batalla.
Para narrar el efecto del estallido de una granada se sirvió del dinamismo del futurismo para captar la velocidad, la intensidad, la energía.
Se dice que es probable que si Dix no hubiese encontrado
en el arte un refugio y belleza en lo que veía, por cruel que fuera, hubiese sucumbido psicológicamente, tal como sucedió a muchos de sus compañeros como Kokoshka, Beckmann, Grosz y Kirchner o los que cayeron en combate como Marc, Macke o Morgner.
La sociedad de Weimar
[Los alemanes] aprendieron a considerar la vida como una aventura salvaje,
el resultado no dependía de su propio esfuerzo sino de siniestras y misteriosas fuerzas.
Thomas Mann
El crítico Alex Ross señala que: «Tras la i Guerra Mundial
y la desaparición del Imperio Germano, el nacimiento de la República de Weimar buscaba una nueva democracia que hizo de Berlín una ciudad de posibilidades y contrastes, un abanico amplio y brillante que prometía tanto bienestar como amenazas.
Albergó lo mismo comunistas, nazis, social-demócratas y nacionalistas, que neobjetivistas, expresionistas, dadaístas y los últimos románticos: un crisol de
oposiciones. Fue un sueño que muy pronto se convirtió en pesadilla: la caída del Kaiser, los estragos de la postguerra, una desmedida inflación y el desastre de la sociedad que
no estaba preparada pare recibir a los excombatientes ni para sostenerse a sí misma detonaron una crisis social y económica en la naciente república.
Dix luchaba por entender y explicar aquello que subyacía tras estos eventos. Su estilo torna hacia la nueva objetividad o verismo, que le permite apegarse a la realidad de manera brutal. Su postura llegó al punto de no entenderse, de ser ambivalente, pues aunque estaba interesado en las víctimas de la sociedad, también las condenaba por su falta de sensibilidad y valores, pero tampoco tomaba posición al lado de los verdugos.
Sus personajes eran de todos los segmentos, eran opuestos y expuestos de manera contradictoria y desde fuera. Para él, las calles eran un inmenso mercado de modelos —recuerdan sus alumnos—: mujeres, judíos, socialistas, inválidos, limosneros, quemados, destrozados, escondidos, abandonados, desesperados e ignorados que se convierten
en síntomas descarnados de la avaricia, la obscenidad y la sordidez de las clases explotadoras, la burguesía, los militares, la prensa, la industria y el capitalismo.
Otto pervertiDix
Sin duda otro de sus grandes temas, sin dejar en absoluto
la violencia y la agresividad, es el erotismo, por decirlo
de una manera suave, pero en realidad se trata de sexo y pornografía. El erotismo es algo elegante y sutil; en las manos y pinceles de nuestro autor es arrebato y crudeza.
La mujer significaba una aventura absoluta para él, la buscaba en las calles compulsivamente, era su droga.
Su adicción a ella creció, su apetito por la variedad era inacabable: mujeres de todo tipo, las del burdel, las del arrabal, las de casa, las de servicio, las cantantes que ocultan su edad, igual que las embarazadas o las trabajadoras. No son más que esclavas pasivas, modelos no contratadas que exhiben sus senos, sus nalgas, sus cuerpos semidesnudos, sus muslos con medias y sin ellas, cuerpos a la venta, cuerpos y más cuerpos inmorales.
–Conoce el amor que alimentó la rebeldía–
Una de sus más controvertidas obras es Muchacha frente
al espejo, el desnudo de una joven que refleja un cuerpo avejentado de senos caídos, grotesco. En él Dix trata de decir que es hermoso lo que se piensa feo u ofensivo. Por este cuadro fue acusado de obscenidad y llevado a juicio.
Desde entonces fue el hijo menos grato de su patria. Si ya lo era desde antes, con esto consiguió ser odiado, marginado y, sin embargo, para cierta minoría adinerada resultaba sumamente atractivo que el pintor malencarado les hiciera un retrato, de tal manera que completó muchos de ellos.
El paisaje influyó en él, la falta de la ciudad y las cosas que suceden en ella lo transformaron de un cuadro a otro: de realista social pasó a ruralista pastoral. Conoce más de su repentino cambio –que no duró mucho–, de su lucha para no ser ignorado por los burócratas en la edición especial germana de Algarabía.