Por Elio Henríquez, enviado LA JORNADA
El ceramista César Sermeño define su trabajo como creativo e interpretativo de la naturaleza, pues muchas de sus figuras son basadas en animales. Foto Elio Henríquez
El Salvador. Para el ceramista y pintor salvadoreño César Sermeño, llamado el poeta del barro, el artista “es un delator que además de agradar con lo que hace está siendo ver los sufrimientos de un pueblo”.
El arte, agrega, ha sido siempre un mensajero de los anhelos e inquietudes de un pueblo; un vocero. Si un pueblo no tuviese anhelos ni problemas, ¿qué haríamos? Nuestra obligación es delatar esos aspectos”.
De 87 años de edad, afirma que “por eso es que muchas veces en aquellos años de juventud decían que uno era comunista, por la manera de pensar”.
En plática con La Jornada, señala que “desde las épocas primitivas la cerámica ha sido una de las formas en que el ser humano ha logrado manifestar su emociones, sus problemas como lo hizo el hombre primitivo en cavernas, con las vasijas”.
Comenta que sus obras se basan en animales como búhos, palomas, gallos, peces y caracolas, en la flora y la fauna nacionales, muchas en forma de platos, además de que ha elaborado murales cerámicos en la Ciudad de México y en El Salvador.
Desde 1950 hasta 2008 participó en exposiciones individuales y colectivas en países de Centro América, en México, Estados Unidos, Alemania y Japón. Recuerda que en 1963 representó a El Salvador en una exposición mundial de cerámica en Washington, donde sus trabajos, tres palomas salpicadas de turquesa, fueron elogiados y mencionados en el periódico The New York Times.
“Aparecer aunque sea en un párrafo pequeño es bastante”.
Una de sus muchas obras es un búho para cuyas texturas aprovechó la piña del pino. “Tiene como cinco mil pedacitos pegados. Este es para la casa”.
Sostiene que su vida “ha estado llena de oportunidades, pero en parte es por haber atendido las inquietudes naturales que uno posee. Uno no hace las cosas por obligación o por trabajo sino porque le agrada. La gente me compra cosas que me agrada hacer. Es diferente a alguien que trabaja por obligación. Por algo muchos están esperando la vacación, porque están hastiados de su rutina”.
Agrega: “Yo hago pintura creativa, no tengo capacidad de copiar, soy creativo e interpretativo de la naturaleza. He pintado cuadros que son un homenaje al maíz; he jugado con símbolos precolombinos.
Mi cerámica es de carácter pictórico, puedo pintar en un lienzo o en papel, pero lo hago en arcilla; por eso digo que es pictórico, referente a los platos que son de proporciones grandes, de 60 por 40 centímetros, algo atrevido para la cerámica por las limitaciones al horno”.
César Sermeño nació el 29 de marzo de 1928 en San Juan Opico, ciudad ubicada a poco más de 40 kilómetros de San Salvador, la capital salvadoreña. Su padre, Juan Antonio Sermeño, se dedicó a la pintura religiosa, lo mismo que su hermano Juan Antonio.
Aunque eran de diferentes generaciones mantuvo buena amistad con los poetas Roque Dalton –“íbamos a la cantina La Ensenada que estaba a cuadra y media de su casa”- y Ricardo Bogrand, así como con el pintor, muralista y grabador, Camilo Minero, salvadoreños los tres.
Recuerda que comenzó a interesarse más por la cerámica cuando en 1947 fue becado por el gobierno de Honduras para estudiar en la Escuela Nacional de Bellas Artes de ese país.
En 1958 partió a México becado por el gobierno de El Salvador para estudiar en el Centro Superior de Artes Aplicadas de México, donde conoció y fue apoyado por el pintor Pedro Coronel, el muralista José Chávez Morado y el escultor Juan Cruz, entre otros artistas.
En 1961 regresó a El Salvador, donde ha realizado su obra, y en 1965 ganó el primero y segundo lugares del Certamen Centroamericano de Ciencias y Bellas Artes de Guatemala, en la rama de cerámica. En la sala de su casa, situada en una colonia de Opico, guarda los bocetos fundidos en bronce de cinco esculturas que en 1958 hizo Pedro Coronel. “Estas figuras están hechas a dos metros y medio y me parece que se encuentran en un museo de Suiza donde adquirieron las obras”.
Expresa que los mandó a fundir en bronce “para demostrarle a Pedro la estimación que teníamos por las cinco obras, una de las cuales está hecha a base de cierta simbología precolombina, con una media luna y una calavera”.
Recuerda cómo en 1958 se las regaló el pintor zacatecano: “Yo estaba pegando una de las figuras, una terracota que se había roto, y me dijo: ‘¿qué están haciendo?’, a lo que le contesté: ‘pegando la figura para ver si me la regala’. Entonces me dijo: ‘No fregués, te voy a regalar unas buenas’. Y así comenzó la amistad. Después iba a comer a la casa y presumía a los demás que había comido pupusas (lo más representativo de la gastronomía salvadoreña) porque Nelly (su esposa) procuraba mantener los platillos salvadoreños cuando se invitaba a alguien”.
Sermeño cuenta que antes de ser enviadas a Europa, las esculturas de Coronel fueron expuestas en Bellas Artes, en la ciudad de México. “Estas son sus figuras siguiendo el folklor mexicano de arte y el color popular”.
Señala que tuvo “buena amistad” con el pintor y agrega: “Una vez llegó Pedro cuando yo estaba trabajando y me dijo: ‘Todos me buscan a mí, sólo vos no me has buscado’. Me le quedé viendo. ‘Vamos a ser amigo’, me dijo. Y así conocí también a José Chávez Morado, que pintó unos murales en mosaico italiano en la Secretaría de Comunicaciones y Transportes: El regreso de Quezalcoatl. Son grandes, enormes. Era mi maestro en la escuela, igual que el escultor oaxaqueño Juan Cruz, quien le hizo a Nelly un retrato y como muestra de gratitud la mandé a fundir en bronce”. También está en la sala de su vivienda.
Juan Cruz, continúa, “fue compañero de Francisco Zúñiga, un costarricense que en México hizo su fortuna y nombre como escultor en el mundo, tanto que no quería nacionalizarse mexicano pero lo obligaron, porque si no, no habría trabajo para él. Era uno de los mejores escultores del mundo”.
Aparte de pinturas propias, compradas o regaladas por amigos artistas, en una sala especial, junto al horno que ha usado por muchos años, se encuentran decenas de trabajos elaborados durante los últimos años, en esperar de ser vendidos. Debido a su edad avanzada, cada vez trabaja menos, pero tiene muchas obras y se alegra de haber tenido entre sus discípulos a Fernando Llort, renombrado pintor salvadoreño.
“Casi soy el único ceramista en el país. La cerámica, a diferencia de la pintura que inclusive una silla puede servir de caballete, además del equipo que se necesita, debe de contarse con un horno, compresor, pistola de aire y esmaltes que no hay aquí. No cualquiera se atreve a hacerlo”.
-¿Lo visitan las autoridades de su país?
-Uno pasa olvidado. Aparte ha faltado actividad de parte mía, pero ya cumplí y sería hacer un esfuerzo que difícilmente lograría los objetivos. Ya dí lo que tenía que dar. No tengo ningún resentimiento con la vida. Cada día que amanece al despertar sonrío y como dijo (el poeta) Hugo Lindo, cada día tiene su afán.