“Obligamos a los niños a encarnar la fantasía que hemos creado para ellos”, dice el autor español sobre su más reciente novela
VIRGINIA BAUTISTA
En su nueva novela, República luminosa, el autor español recrea la irrupción, en un poblado ficticio, de 32 niños violentos que quiebran las reglas de la vida civilizada >2
CIUDAD DE MÉXICO.
“La infancia es uno de los últimos mitos de nuestra sociedad”, afirma el novelista y ensayista español Andrés Barba (1975), quien está convencido de que los adultos ven un paraíso en el mundo infantil y lo proyectan como “un lugar inventado” donde existe la felicidad.
“Al igual que en la época de Charles Dickens había consenso en que la peor escoria de la sociedad era el usurero que se aprovechaba de los pobres, hoy se piensa que lo que debemos proteger por encima de todo es la infancia, pues la vemos como un lugar de privilegio”, comenta a Excélsior en entrevista.
Pero no, lamenta el también traductor, guionista y fotógrafo, los niños también pueden ser violentos y hacer que se derrumben los valores con que hemos edificado nuestra sociedad. Esta idea ha inspirado República luminosa (Anagrama), que obtuvo el pasado 6 de noviembre el XXXV Premio Herralde de Novela, dotado con 18 mil euros.
“No sólo pensamos a los niños desde un lugar totalmente inventado, sino que los obligamos a encarnar la fantasía que hemos creado para ellos”, agrega quien por primera vez incluyó en su propuesta literaria un narrador en primera persona y un personaje colectivo.
República luminosa recrea la irrupción de 32 niños de entre 9 y 13 años, que nadie sabe de dónde vienen, en el pequeño poblado de San Cristóbal, donde viven sin familia, sin respetar las reglas de la vida civilizada y compartiendo un código lingüístico exclusivo. La historia, que se desarrolla en los años 90 del siglo XX, termina con la muerte de los infantes, quienes causan temor al comportarse de una manera imprevisible y diferente.
“¿En realidad qué esperamos de los niños?”, se pregunta el licenciado en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid. “Esperamos dos cosas: que confirmen en nosotros la ficción de que hemos sido felices, por lo menos, en el momento de la infancia y que se conviertan en adultos lo antes posible, porque la infancia dejada a su suerte es algo que en el fondo nos atemoriza.
“Esto se nota en todas las comunidades infantiles que están fuera del orden social. Por ejemplo, tenemos más miedo a un grupo de niños callejeros de 12 años que a un grupo de adolescentes de 19 años, porque sabemos que en el primero hay una dimensión social que no se ha articulado aún, son más peligrosos porque no tienen una noción exacta de qué es la vida y qué es el mal. Por eso, me interesa ese lugar de transición que hay entre la infancia y la adolescencia, donde todos los valores son ambiguos y están en suspenso”, añade.
Infancia violenta
El exdocente del Bowdoin College (Estados Unidos) y de la Universidad Complutense aclara que en esta novela buscaba no solamente “poner en compromiso” el concepto de la infancia, sino también el de la violencia.
“Hay un tipo de violencia que no tiene objeto, que nos da miedo porque puede estallar en cualquier momento y sin ningún tipo de razón. Pero existe una violencia que sí tiene un objetivo. Tememos la violencia que pone en jaque valores como el orden social, la distinción entre las clases, la distinción de la propiedad privada y la pública. Pero hay muchas cosas que sólo pueden cambiar a través de la violencia. Las cosas tienen que romperse para regenerarse”, señala el ganador en 1997 del Premio Torrente Ballester de Narrativa por El hueso que más duele.
Quien en 2010 fue seleccionado por la revista Granta de Inglaterra como uno de los 22 autores jóvenes más importantes de habla hispana advierte que San Cristóbal, el lugar ficticio donde se desarrolla la trama, está deliberadamente oculto.
“La idea no era hacer una localización precisa, sino una fábula que pudiera ocurrir en muchos lugares. Por las peculiaridades de la selva, el río, el grupo indígena, la pequeña urbe provincial podría estar en casi todos los países de Latinoamérica, Brasil, Colombia, Argentina, México. Pero también podría ubicarse en Asia”, asegura.
Y pide al lector que preste atención tanto al diálogo que se produce como al que no se produce. “El diálogo racial que se evita, pero al mismo tiempo se favorece. Una especie de mirada esquinada que tienen unos sobre otros. Aunque, en realidad, el conflicto no es tanto el dilema entre los aborígenes y los locales, sino la irrupción de los 32 niños que parecen haber surgido de la nada y llegan a la ciudad y cambian la noción de la infancia que se tiene hasta ese momento”.
Paternidad inventada
El autor de cuatro novelas infantiles destaca que la paternidad es otro concepto en el que hurga su República luminosa. “Una de las cosas más difíciles fue elegir la voz apropiada para narrar la historia. Y, al final, ideé a un cronista que relatara los episodios 20 años después de que sucedieron.
“El narrador se casa con una mujer de esa sociedad, que tiene una hija de un matrimonio previo, y él vive dos paternidades: una con esta hija adoptada y otra con uno de los niños violentos”, indica.
Quien fue residente durante un año en la Academia de España en Roma piensa que, a diferencia de la maternidad, “que es algo absolutamente biológico y está marcada por la carne y la naturaleza, la paternidad es una categoría vacía que tiene que inventarse cada padre. La paternidad no existe como categoría, es difusa y puede ser intercambiada”.
Explica que el hecho de que alguien contara las cosas dos décadas después le permitió la perspectiva del tiempo, y poder distinguir qué cosas eran importantes y cuáles banales.
“Esto ayudó a incorporar todas las voces alrededor de la historia: los periodistas que habían escrito notas, los profesores universitarios que elaboraron tesis, los artistas cuyos performances se inspiraron en los niños. Y cómo la sociedad fue asimilando la muerte de esos infantes”, apunta.
Tras año y medio de trabajo, Barba dio vida a una novela con dimensión política, antropológica y social. “Aquí, la sociedad funcionó como un personaje. Resulta interesante descubrir cómo actuamos en grupo; a veces aquí somos más violentos, nos permitimos ser racistas, machistas o sexistas amparados en la protección del grupo. Éste es el abrigo perfecto para hacer auténticas barbaridades, nos legitima y nos enmascara a la vez”.
El madrileño confiesa que intenta encontrar una voz particular para cada libro. “Un lugar donde no controles todo para redescubrir tu oficio, si no, te profesionalizas y te repites; eso es lo peor, llenarse de trucos, estrategias o recetas. Hay que ponerse en un lugar donde tengas que aprenderlo todo, donde el terreno no sea firme”, concluye.
TÍTULO:
República luminosa
AUTOR:
Andrés Barba
EDITORIAL:
Anagrama, Barcelona, 2017; 192 pp.